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Un ángel protector
CUENTO
por Orlando José Escobedo

El día se anunciaba con los primeros rayos de sol que atravesaban los cristales, inundando mi habitación y dejando al descubierto el desordenado interior de la cabaña. El canto de los pájaros sobre la ventana se hizo cada vez estridente. Esta circunstancia me despertó mucho antes de lo previsto, por eso, casi sin pensarlo salté de la cama presagiando que la ocasión era propicia para disfrutar de una hermoso paseo al aire libre. La mañana se presentó luminosa y el cielo increíblemente azul. Luego de un frugal desayuno, partí sin destino fijo y acompañado de mi perro Mike, un hermoso bóxer que desde hacía muchos años era mi fiel compañero de caminatas. Al llegar a la costa pude observar el mar con sus aguas calmas, y una suave brisa del norte me acarició la piel con la calidez de un día de verano. Avancé distraídamente por la orilla y aunque muchas veces había recorrido el lugar, sentí el placer de estar disfrutando una jornada diferente. Crucé los médanos que constituían una inmensa masa de arena que se extendía como un imaginario paredón a lo largo de varios kilómetros. Me interné entre las dunas y luego de rodear una pequeña laguna, pude percibir el agradable olor a pino que llegaba desde una extensa meseta. Era una compacta plantación que como un inmenzo pulmón verde, cubría gran parte del suelo medanoso. Tuve el natural impulso de acometer en la espesura boscosa de ese lugar que no sólo irradiaba frescura, sino también un aire misterioso dentro de una soledad cargada de quietud y paz. Soledad que se convierte en compañía del espíritu, que infunde melancolía y fortifica el alma, casi un regalo de la naturaleza que el hombre de la ciudad, por su vida agitada y sofocante muchas veces no conoce.

Bajé por un angosto sendero natural, y me fui internado lentamente con la curiosidad de quien está frente a una nueva experiencia. Un manto de sombras cubría los espacios donde la vegetación era más espesa. El aire húmedo y la frescura de los árboles ofrecían un microclima ideal para un día de verano. Tuve que agacharme repetidamente para evadirme de las ramas que se entrelazaban a muy baja altura y dificultaban mi andar. Los pájaros asustados revoloteaban sorprendidas a mi paso. Algunos tenían sus nidos al alcance de mi mano y pude ver frente a frente sus frágiles pichones clamando por comida ante la ausencia de su madre. En la copa de un árbol había una pareja de gorriones, y más adelante una bandada de loros que chillaban de manera insoportable. Me detuve ante la presencia de un inmenso árbol caído. Decidí sortear el obstáculo, y de un salto transpuse el grueso tronco que se hallaba tendido en forma casi horizontal. De pronto, un rayo de luz que se filtraba entre las ramas de la espesa vegetación como potente reflector me dió de lleno en la cara y quedé momentáneamente enceguecido. Parecía como si alguien me hubiera hecho una broma pesada. Paré mi marcha para reponerme y pude ver ese rayo que se proyectaba en el espacio y penetraba en la superficie húmeda y pegajosa del lugar.

Permanecí largo rato en el lugar, y de pronto tuve la rara sensación de que algo extraño estaba sucediendo, e inmediatamente pude advertir que debajo de un arbusto, unos ojos muy grandes me miraban fijamente. Me quedé inmóvil y no atiné a nada; un sudor frío me cubrió la cara y por un momento la parálisis se apoderó de todo mi cuerpo. Sentí como mis pulsaciones se aceleraba, cuando sigilosamente agazapado un enorme puma avanzaba hacia mí. Mil veces me pregunté que hacía ese animal ahí, y preso del pánico creo que ni pestañaba como si de ese modo fuera a pasar desapercibido. El silencio era tan profundo que escuchaba los latidos de mi corazón. De pronto, cuando el ataque parecía inevitable, mi perro que silenciosamente había observado la escena y en quien no había reparado desde hacía mucho rato, se interpuso ante el animal y en posición de ataque, mostró sus afilados dientes. El felino sorprendido dudó un instante, pero luego como un resorte saltó sobre su víctima, entablando una desigual pero encarnizada lucha. Todo fue muy rápido, claramente pude ver como el puma, haciendo gala de su fiereza y de su gran contextura física, con arteros zarpazos puso fuera de combate a mi perro, que quedó mal herido sobre la gramilla. Inexplicablemente y ante mi sorpresa, el felino dio por cumplido su cometido, y resignó sus intenciones de continuar el ataque, desapareciendo como había llegado, sigiloso y silenciosamente entre los arbustos. Mis piernas se aflojaron y caí de bruces sobre la arena. producto del shock, creo que estuve tirado en el suelo por más de diez minutos sin saber que hacer, hasta que recuperé el sentido de la realidad e instintivamente quise salir corriendo, pero las fuerzas no me respondieron y a los pocos metros caí nuevamente sobre un terreno tapizado de musgo. Fue allí cuando comprendí que nada ganaba con esa actitud, y que si el puma hubiera querido atacar nuevamente ya lo habría hecho. Escuché entonces los gemidos de Mike, que a pocos metros me miraba con sus grandes ojos tristes como pidiendo ayuda, mientras un hilo de sangre corría por su cabeza. Consternado por la escena, en un desesperado esfuerzo levanté su pesado cuerpo lleno de magulladuras y lo estreché con fuerza contra mi pecho. Tomé el sendero de regreso pero su respiración se tornaba mas lenta, mientras la sangre que brotaba de su cuerpo me teñía la camisa. Antes de llegar al veterinario, su cabeza cayó pesadamente hacia abajo y dejé de escuchar sus gemidos. Mike, mi fiel amigo, había entregado su vida por defenderme.

Nunca podré olvidar la valiente actitud de quien consideraba mi fiel amigo, y quien no dudó un instante en entregar su vida por defenderme. Creo que nadie podrá cubrir el vacío que dejó su paso por mi vida, y en una convicción firme y personal, he resuelto en su memoria no tener más perros en mi casa.

Aveces desfilan por mi mente las imágenes de esa increíble aventura de verano, y el imborrable recuerdo de un misterioso rayo de luz entre los árboles, como una señal mágica y misteriosa de alguien superior que con ojos muy abiertos, estaba siguiendo mis pasos con sentido protector.

Me he prometido no volver a hacer algo parecido, pero si algún día llego a intentarlo, como un barrilete esperanzado remontaré mis ojos al cielo para sentirme más seguro, sabiendo que hay alguien superior que esta atento de mis actos y velando por mi vida. ■

Texto agregado el 09-02-2008, y leído por 89 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
09-02-2008 Lograste describir perfectamente las emociones por las que transitó tu personaje, desde el sosiego que le daba el lugar, hasta el pavor -"y preso del pánico creo que ni pestañaba como si de ese modo fuera a pasar desapercibido"- Una sencilla narración que va llevando sin apuro hasta un final lleno de sentimiento. Me gustó, te felicito- tiresias
 
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