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Inicio / Cuenteros Locales / HugoPerrone / El lado oscuro de la Tierra

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Desde el escarpado barranco del precipicio oyó la voz de la niña.
El sonido ascendía de las entrañas del abismo en un lamento apagado y trémulo que se desvanecía luego en el negro silencio de la noche. Cleo se acercó más al borde, se inclinó sobre la grieta bostezante del precipicio y aguzó el oído. Era el llanto entrecortado de una niña, inconsolable, que provenía del fondo y llegaba a la superficie como un quejido débil apenas audible.

Había escuchado a menudo sobre el negro Abismo, que ya conocía por los relatos de su padre, aunque jamás lo había visto. Sabía que el Abismo se extendía como una gran barrera de vacío y oscuridad que cruzaba la Tierra de los Hombres, de ignota profundidad y cuyo lado opuesto, si es que lo había, permanecía oculto tras una bruma constante. Rodeaba todo un mundo, incomprensible. Algunos viajeros habían seguido su borde infinito y habían visto cómo el Abismo se prolongaba en su círculo ininterrumpido alrededor del mundo.
Aprendió algunas de estas cosas de su padre, Gamesh, pero la mayoría se las enseñó Axos, que había venido del otro lado de las montañas cuando su padre murió y fue su tutor hasta que Cleo cumplió los nueve años.
Desde que aprendió a caminar a Cleo le prohibieron acercarse al Abismo. Pero, como suele suceder, la prohibición acrecentaba su curiosidad y sus deseos de conocer los misterios que encerraba. Cierta noche, mientras cenaban a la luz de una vela, se lo preguntó a Axos.

- Hubo un tiempo en que yo también me interesaba por las preguntas sin respuesta, Cleo. –dijo el viejo con el tono indulgente que los más viejos reservan para los más jóvenes- Ahora, el enigma del Abismo, como el de la existencia misma, apenas ocupa mi mente. He visto mucha gente volverse loco frente a él y saltar al vacío como si la propia oscuridad se los tragara. Nadie sabe qué se esconde en el Abismo. Yo creo que es el fin del mundo y que no hay nada más allá.

- ¿Alguna vez te acercaste a él, Axos? –preguntó Cleo con sus curiosos ojos almendra bien abiertos.

El viejo asintió con un movimiento de cabeza apenas perceptible.

- Nunca lo olvidaré, Cleo. A medida que me acercaba a la orilla la tierra parecía más desolada y lúgubre, de las profundidades brotó un frío innatural y no se podía ver más que una neblina de telarañas en el aire. Me paré en el borde y cuando grité no se produjo ningún eco, sino que mi voz se apagó rápidamente, como si el abismo absorbiera los sonidos.

Ambos se quedaron en silencio durante un prolongado minuto. Después el viejo siguió hablando:

- Creo que ya tienes edad de saberlo, Cleo –dijo el viejo tomando una naranja del frutero- Dicen que hace millones de millones de años, nuestro planeta originalmente tenía esta forma: una esfera ligeramente aplanada en los extremos. Nadie sabe con certeza qué pasó exactamente, pero un enorme y negro agujero empezó a abrirse en uno de los polos, extendiéndose lenta pero incesantemente. Desde los albores del tiempo, hasta llegar a lo que es hoy. –el viejo tomó un cuchillo y cortó la naranja en dos partes iguales, y levantando una de las mitades, exclamó:- Éste es nuestro mundo, Cleo. La otra mitad, simplemente desapareció.

Esa fue la última vez que habló con Axos. Al amanecer del día siguiente, con el alba, Axos emprendió su viaje de regreso. Cleo había cumplido nueve años.

La primera vez que se acercó al Abismo Cleo alzó la vista hacia la monstruosa extensión de Nada que se esfumaba en un curvado horizonte que no pertenecía ni a la tierra ni al cielo. Apartó con dificultad sus ojos de aquella visión hipnótica y se acercó más para examinar el fondo. En ese momento la oscuridad casi negra le pareció viva y expectante. Pero lo más extraño de todo era aquel pavoroso silencio, del que hablaba Axos: las palabras se apagaban y los sonidos se desvanecían con ilógica rapidez.
Pasarían tres años hasta que Cleo visitara por segunda vez el Abismo. Fue después de hablar con Zumh, el anciano que vivía sobre la filosa cordillera de piedra. La edad de Zumh era incalculable, arrugas innumero surcaban su piel cetrina y sus ojos reflejaban la sabiduría de quien ha contemplado el infinito durante mucho tiempo. Zumh era ciego de nacimiento.

- Cleo... no existe tal abismo, hijo. Al menos no como tú crees. –dijo con una voz temblorosa –Del otro lado está el mundo en su estado natural. Una tierra desierta y árida. El mundo que han creado los hombres no es más que una ilusión. Es real, todo lo que no es ficción; todo lo que es verdadero en sí y no porque alguien se lo atribuya, sino que lo es, independientemente de lo que una persona o grupo de personas puedan pensar al respecto. En este sentido, nuestro Mundo y el Abismo son reales, pero sólo el segundo existe...
El anciano tosió roncamente y soltó una risa inarticulada, asmática. Luego clavó sus ojos huecos en Cleo y, riendo entre dientes, continuó:
- Ya vienen, Cleo... –tos- El equinoccio está cerca... –risa y tos- Ya vienen...
Y entonces el viejo estalló en una carcajada violenta y ruidosa que acompañó a Cleo hasta que bajó corriendo la empinada ladera y llegó a la estepa.

Después de hablar con el anciano Cleo sintió el impulso de ir a echar un vistazo al fin del mundo. “¿Qué extraños seres se agitarían en el fondo de ese nebuloso mundo? ¿Qué clase de criaturas se engendrarían de ese vientre hecho de tinieblas?” se preguntó Cleo en soledad frente al Abismo.

Hace dos lunas había escuchado a la señora Sys hablar con su madre en la puerta de casa. Debía ser algo importante porque su casa quedaba a un día de camino, dos para la señora Sys. Cleo se acercó sigilosamente para escuchar la conversación y comprobó que hablaban de Urla, la hija menor de la familia Sys.
- ¡Se cayó, señora! Se la tragó el abismo ¡Fue horrible! –moqueaba la señora entre sollozos.

Ese día mamá estaba más preocupada que de costumbre. La preocupación acentuaba sus arrugas, por lo que había envejecido rápidamente después de la muerte de papá. Cleo advirtió en el rostro frágil de su madre una sombra de temor.

- Hijo, quiero que me prometas algo: nunca, jamás, debes acercarte al Abismo ¿me escuchaste?
- Pero mamá, si es tan peligroso ese lugar ¿por qué vivimos tan cerca del límite? ¿Por qué no nos alejamos tierra adentro? –preguntó Cleo con lógica irrefutable.

- Escúchame bien, Cleo. Todos los hombres viven en la frontera del abismo para evitar que siga avanzando, porque mientras estemos aquí la oscuridad no podrá invadirnos ¿me entiendes? Mientras haya un ápice de humanidad sobre la tierra no todo estará perdido.

Pero Cleo ya estaba pensando en las palabras del viejo Zumh y en sus ojos casi muertos.

Desde el escarpado barranco del precipicio Cleo oyó la voz de la niña.
Se acercó más alborde, se inclinó sobre la grieta bostezante del precipicio y aguzó el oído.
- ¿Urla? –dijo a media voz, casi en un susurro- Urla, ¿eres tú?

El llanto entrecortado de la niña cesó de pronto. Luego, nada.
Al silencio de tumba siguió un largo gemido desgarrador que hizo cimbrar la tierra, y luego una serie de gritos agonizantes, aullidos inhumanos y estertores ahogados.

Cleo llegó corriendo a casa con el corazón a punto de reventarle. Quería decirle a su madre lo que había escuchado, el llanto de Urla y los gemidos aterradores. Pero eso implicaba asumir que había transgredido su promesa y, por temor a una represalia, decidió callar. Al caer la noche, los gritos alcanzaban la casa. Le preguntó a su madre si escuchaba.
- No –dijo secamente. Pero Cleo advirtió que mamá lloraba en secreto y se tapaba los oídos en su ausencia.

Los gritos de espanto llegaban como arrastrados por el viento nocturno, cada vez más cercanos e innegables. En el interior de la habitación de Cleo yacía una penumbra sofocante. El calor era menos soportable por el encierro y los alaridos que provenían del exterior, amenazantes.
A los gritos siguieron el rugido vibrante de una turba inhumana que avanzaba inexorablemente haciendo temblar el suelo como un terremoto. Cleo vio las primeras sombras grotescas sobre la pared, sin duda de seres deformes y oscuros. En ese momento mamá entró a su cuarto.
- Cleo, quiero pedirte algo, hijo. Quiero que cierres los ojos y, pase lo que pase, no importa lo que escuches, no los abras ¿me oíste? –mamá besó su frente y salió cerrando la puerta tras de sí.
Casi al mismo tiempo, un golpe violento y sonoro reventó la puerta de entrada. Una voz gutural y cavernosa gritó demencialmente en un lenguaje incomprensible y, acto seguido, el extraño griterío cesó repentinamente.

Cleo escuchó pasos. La llave giró y la puerta se abrió lentamente.

- ¿Madre?... ¿Eres tú?... -Cleo estuvo a punto de abrir los ojos cuando sintió la mano sobre su hombro. Una mano pesada y fría.

Y toda la casa quedó envuelta en un silencio tan absoluto que sólo podía ser de muerte.

Texto agregado el 08-02-2008, y leído por 85 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
09-02-2008 Muy bueno te felicito justo hoy tenia ganas de leer algo asi Pasajera_en_trance
 
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