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Pero yo, siendo pobre tan sólo tengo mis sueños;
He esparcido mis sueños bajo tus pies;
trepad suave; pues trepáis sobre mis sueños
-W.B. Yeats, The Cloths of Heaven

Las luces flotaban en el aire, mientras la suave brisa de mar suspiraba en su alma, y los rincones de su corazón danzaban a lo lejos, pero cada vez más cerca. Eran noches como estas las que iluminaban sus pensamientos, y los recuerdos de ella caminaban por la tristeza de sus días. “Eres todo para mí!”, gritaba al viento, las carcajadas de los niños respondiendo bajo la lluvia. “Si estuviera ella aquí, frente a ti, y el momento pareciese prolongarse, que le dirías?”, le preguntaba Pipko, mientras el frío los abrazaba cada vez más. “Decirle?...yo?...que la amo, y pienso demasiado en ella, tal vez poco, y desearía mucho que nos fuéramos lejos, y nos quedásemos allí para siempre, o tal vez más, o que el tiempo pudiese detenerse o volver atrás harto, mucho y que nos casemos entonces o después, y tener diez hijos o menos si ella quisiese, o tal vez...”. Pipko sólo lo miraba, una sonrisa burlesca floreciendo en su rostro. “Dios mío eres...eres...un payaso..que cursi...”. El joven pareció sonrojarse, pero sus sueños tan sólo volaban con los barcos, hacia puertos desconocidos, cargados de sentimientos, sólo para ella, que vivía demasiado lejos de todo.


La lluvia parecía desvanecerse, pero ya golpeaba más fuerte, y su alma volaba cada vez más alto. Pipko ponderaba al vacío, “Es tarde, creo que me debo ir, mañana tengo un examen, así que esta noche de seguro no dormiré...de hecho no sé que estoy haciendo aquí con un payaso demente...” Y girando con subitez, señaló al bus, el cual deteniéndose a la orilla de la vereda, salpicó un considerable aguacero sobre el patético joven. “Este...nos vemos mañana compadre...eh..cuídate..”, tartamudeó Pipko, su amigo no disimulando su jocosidad ante el espectáculo. “Chao... no te preocupes por mí, estaré bien.”, respondió, mientras la micro se iba a lo lejos. Frunciendo su escaso ceño, Pipko le gritó, “Olvídate de ella... no seas payaso...”, y su silueta se fue desvaneciendo bajo una densa niebla en el bosque de la ciudad.



Luego de unas horas, se encontró caminando por aquella concurrida avenida, por donde había sido feliz por algunos momentos, hace tiempos distantes. El grupo de folclor se encontraba allí, desarmando sus instrumentos para irse a casa después de un húmedo día de trabajo callejero: “Que hacen aquí todavía tan tarde?”. Los hombres lo miraron con cierta curiosidad pero esta se esfumó con rapidez, y retomando su trabajo, lo ignoraron, Su corazón desfallecido, el joven se sentó cerca del antiguo farol, mientras la lluvia, ahora más liviana, reposaba sobre su mente.




“Pienso demasiado en ti...pero como evitarlo?”, divagaba en voz alta, las palomas, sus alas, empapadas de lágrimas del cielo, acompañando sus palabras. “Estábamos allí, ves?, nuestras manos tomadas, su cabeza sobre mi hombro, y los payasos tocando su música...”. Las palomas respondían con una reflexiva mirada y suave aleteo, cuestionando la sanidad mental del menor. “Ella usaba un vestido largo, hasta los pies, su cabello, .. su voz, que amaba tal vez más que ella.. pero ahora no está...y yo soy sólo un...payaso...cursi”, decía, su cabeza entre sus manos, mientras las palomas, aburridas por el hombre sin migas, planeaban hacia los altos edificios, sus dulces nidos ansiando su regreso.








Uno de los folcloristas, tocado por la ridícula escena, se acercó al remojado impúber, sentándose a su lado. Era más joven que los demás, alto y delgado, de dedos largos y huesudos, barba incipiente. “Hey... yo me acuerdo de ti compadre...”, señaló, los ojos del chico despertando en curiosidad. “Sí? Dónde, cómo, cuándo?”. El músico sonrió, “El año, ehh, pasado? No, antepasado. Estabas ahí con una chica, sentados en primera fila, y se quedaron hasta el final. Venían todos los días...pasaban viniendo.” El joven miraba otra vez al punto lejano, “Sí.. a ella le encantaban ustedes...decía que eran como hippies, libres, vagando por el mundo, como nómades, siempre me preguntaba si yo hubiese deseado ser como ustedes”. El folclorista, sorprendido, lo escrutaba, “Y qué dijiste?”.“Que sí, nos iríamos juntos, y recorreríamos el mundo, solos nosotros, juntos”, su mirada diluyéndose en el pasado. El hombre barbudo, divertidamente intrigado por el muchacho, emitió, “Hey, te gustaría viajar con nosotros y recorrer el mundo, viviendo en carretas viejas, conociendo gente.. sabes tocar algún instrumento?”. El chico, sorprendido ante la propuesta, se encontró de repente diciendo, “Bueno en el colegio aprendí flauta y un poco de guitarra...”. El hippie se paró bruscamente, “Entonces te vienes con nosotros, ¿estás listo?, nos vamos ahora al tiro.”. Las palabras parecieron despertarlo del más profundo ensueño, y volvió e su realidad: “Este, no, no puedo, estoy estudiando, y además esta mi familia, como me voy a ir así no más.” El folclorista, extrañamente decepcionado por la respuesta, bajo su mirada, su cabello goteando mientras la lluvia golpeaba fuerte otra vez, “Esta bien, ¡Adiós romántico!”, y se alejó hacia sus compañeros que lo estaban esperando, cerca de una vieja caretilla de cien años.





Mientras se iba, su mente creaba emociones, las luces lejanas de los faroles milenarios escondidas bajo las nubes de la tierra, pensando: “Pero y si me fuese.. habría alguien que me recordaría más de lo que yo a ellos? Existe una sola persona en este lugar por la cual me quedaría?, todo esta de más”, Y divagando de este modo, exclamó, “Hey, adonde iríamos?”. El folclorista se detuvo, como esperando la pregunta, y sonriendo dijo “A una ciudad lejana, lejos de todo...”. Tomando su cabeza entre sus manos nuevamente, el joven se habló como en un sueño, “Ella esta en una ciudad...muy lejos...y si me encontrase con ella, allí, que le diría, faltarían las palabras? O le diría lo que siento?”.



El joven reflexionando sobre esto, sólo pensaba en ella, y las palabras no existían más que en el aire, “Dejaré todo, me voy con ustedes”, y mientras caminaba a la caretilla, dejando todo atrás, las nubes seguían volando por los cielos y los días de su juventud pasaban por las semanas de su vida, pensando en volverlos a ver.


***

El espectáculo seguía, sus sueños burlando sus ponderaciones, y su corazón fantaseando siempre demasiado. Los dedos callosos de guitarra animaban sus sentimientos hacia el público y transmitían sus alucinaciones. Cerca de él, Gupart golpeaba el bombo con hormonal violencia, mientras los efusivos gritos del gitano líder hacían nacer los aplausos de los niños congregados alrededor de sus pies en un enredado círculo de pequeñas voces. El muchacho, de melenosa barba, su extraña indumentaria ya andrajosa, observaba los niños con su mirada de cristal, mistificada por un profundo pensamiento, siempre presente en aquellos ojos. Nuevamente se perdieron...







Era ya de noche y quedaban pocos en la ciudad lejana. Sus ideas recorrían las calles, y sus recuerdos de ella, ya perdidos en la profundidad del olvido, rara vez turbaban su corazón. Descansados los instrumentos, y ahuyentados los niños, el joven se sentó en una banca de la plaza, cerca de una fuente y sus deseos sin cumplir. “Que desearía yo? Volver a casa? De seguro ya todos me han olvidado,” pensaba con su voz, los curiosos tosiendo sus palabras de desagrados hacia su desaseado aspecto y nauseabundo olor. “Los deseos son sólo sueños, y los sueños nada más que recuerdos”, balbuceaba con nostalgia, el cálido palmoteo de los saltimbanquis adornando sus divagaciones. La pequeña música nocturna seguía y seguía, y sus ojos se nublaban cada vez más y más...





Súbitamente despertando, una voz parecía llamarlo, “Hey...tú..niño...”. Abriendo sus ojos, apareció, frente a él, era ella. Levantándose de un salto, tartamudeaba, “...Tú...”. Ella sólo lo miraba, sonriendo, su vestido largo hasta sus pies descalzos, sus ojos brillando en la oscuridad, su cabello, su voz...”Qué haces aquí? Tanto tiempo que no te veía...”. El muchacho, sonrojándose levemente, dijo, “Este, yo estoy con los folcloristas...hace un año que me vine con ellos”. Sorprendida ante la respuesta, se rió dulcemente, “Cómo?! Folclorista? Cómo has cambiado desde que te vi!...”. Y la noche, llena de sentimientos y recuerdos, parecía iluminar el universo, mientras los dos jóvenes caminaban por las calles de una ciudad lejos de todo y de todos, muy cansados y ya no tan tristes.

***

“Entonces Gupart me dijo que si quería venía con él y entonces, yo, nada de tonto, le dije “seguro”, y entonces aquí estoy!”, relataba el muchacho, mientras caminaban por la avenida, ya de madrugada, el sol empezando poco a poco a despertar de su eterno letargo. Ella se reía, sus ojos brillando siempre, “Dios! Que loco eres! Cómo puedes haber hecho algo así?” Habían estado hablando por horas, cada uno contando aquella parte de sus vidas desconocida para el otro. Se detuvieron de pronto frente al mirador, la ciudad lejana hacia abajo, todo demasiado pequeño para ser importante. “Por qué nunca llamaste? Tal vez nos podríamos haber visto mucho antes, en vez de esperar que el cruel destino nos uniera,” interrogaba el joven, su mirada buscando respuesta. Pero ella no pareció escuchar, y sus ojos se perdieron de repente, como un planeta en un mar de estrellas, la diminuta realidad alejándose por un momento. “Yo...”, empezaba, mas la frase ya se había esfumado y el pensamiento también. Las palomas, como guiadas por un mágico encanto, revoloteaban a su alrededor, picoteando el suelo, alimentándose del cielo congelado. Mientras el día nacía lentamente de los lúgubres rincones, las ventanas de su mundo se abrían a la memoria, y estaba otra vez con ella, en un tren de mil años, viajando hacia un lugar querido para ellos, “no sé,... creo que eres como mi alma gemela..”, ella le decía, acariciando sus manos con su fragancia, y miraba el retrato del paisaje gris por entre el vidrio, empañado por los años de su recuerdo.







Y entonces, de repente remembrando algo muy distante, empezó, tartamudeando ligeramente, “Yo...creo que te amo demasiado, y desearía que nos casáramos y tuviéramos cinco hijos, o seis, o hartos más, y nos fuéramos lejos, lejos, y nos quedáramos allí para siempre o tal vez más, ...te amo, cásate conmigo.. te quiero mucho...”. Ella, sorprendida, lo miraba con sus ojos húmedos, y notó que había estado llorando, y empezó a decir algo, pero él ya se había dado vuelta, sonrojándose profusamente, “Perdóname, no sé que me pasó..deben haber sido esos tragos raros de Gupart...”. Y tomando su cabeza entre sus manos, se sentó sobre el melancólico pasto, las luciérnagas luminosas burbujeando sentimientos desencontrados por largo tiempo en su corazón. “Yo también”. Alzó su cabeza pálido, “...Qué?” “Yo también te quiero mucho”, decía ella, sonriendo, con aquélla dulce voz, que él amaba siempre, demasiado. Levantándose rápidamente, la tomó entre sus brazos, “Dime por favor que esto no es un sueño...”. Ella sólo sonreía, pero lloraba mucho, y sus lágrimas se juntaban con sus mejillas, “No... no es un sueño...”. Y lo besó, dulcemente, su alma hechizada, la lluvia cayendo sobre las palomas, mientras lejos, muy cerca, el payaso tocaba un viejo acordeón sutilmente desafinado, dedicándole la canción a una joven pareja sentada en un desgarbado bus, pensando, tal vez, en una mujer, de ojos brillosos y mirada distante, levemente encorvada, delgada, y a veces, sólo a veces, algo triste.

Texto agregado el 05-02-2008, y leído por 126 visitantes. (0 votos)


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