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Ruben Mayorga había logrado, después de mucho padecer, romper el conjuro a través del cual el sistema educativo lo mantenía bajo control. Tras esa liberación dejó de ejercer como Profesor en Filosofía.
Un golpe de suerte en la Lotería lo convirtió en millonario. Fue entonces cuando se volcó de lleno al estudio de la cibernética. Tanta pasión y aplicación, al cabo de un lustro, dieron sus frutos. Ruben Mayorga consiguió inventar un Robot Epicúreo que enseñaba sobre la importancia de buscar y alcanzar la ataraxia.


Robot: Solo es verdad aquello que nos trae serenidad, el resto, las explicaciones que nos inquietan y mortifican, son meras falacias hijas de la perversión.

Humano: Supongamos entonces que a mí me tranquiliza creer que nadie sufre en el mundo. Que el hambre y la guerra no existen. Y vivo así, en base a esa creencia anestésica. ¿Puede decirse que he alcanzado la sabiduría?

Robot: En ese caso has alcanzado una sabiduría personal, que por otra parte es la única que existe. Es sumamente negativo para la consecución y conservación de la ataraxia, pretender universalizar lo que nos produce sosiego a nivel individual.


El invento tuvo una rápida difusión y el éxito llegó a ser tan masivo que pronto desbordó a su creador. La empresa transnacional “Conformist Corporation” tomó cartas en el asunto. Primero convenció a Mayorga de que era imprescindible diversificar el producto. Ocurre que el Robot Epicúreo estaba pensado para adultos. Pero bajo la supervisión de la compañía comenzaron a fabricarse versiones infantiles, para adolescentes y para ancianos.
Las ganancias no cesaban de aumentar y el porcentaje de Mayorga permanecía congelado. Por eso comenzó a quejarse. Al principio con delicadeza y luego con brutales exabruptos y amenazas.
Los directivos de “Conformist Corporation” urdieron, para quitarse un estorbo del camino, un plan que algunos catalogarían como genial y otros como macabro. Así le adosaron una enfermedad y fraguaron un poder mediante el cual Ruben -–pretérito profesor—los autorizaba a criogenizarlo hasta que se encontrara la cura para el Mal de Alzheimer que supuestamente lo estaba destruyendo. Con ese instrumento legal apócrifo sometieron a su incómodo socio a un estadio intermedio entre la vida y la muerte, la criopreservación.
Criopreservar un ser humano implica reemplazar su sangre por una especie de anticongelante llamado glicerol y sumergirlo en una cápsula con nitrógeno líquido. Allí, el cuerpo en suspensión criónica, espera a ser “resucitado” en un futuro impreciso, cuando la mortal dolencia que lo aquejaba ya no sea un imposible para la medicina. El costo del proceso ronda los 28 mil dólares, por lo que no es accesible para subordinados varios: desempleados, cartoneros, vagabundos y modestísimos asalariados. Que por otra parte bien podrían no tener ningún interés en tal inversión, prefiriendo en cambio –-si tuvieran la casi absolutamente improbable fortuna de encontrarse en posesión de dicho monto--- utilizarlo para comprarse un automóvil y costear los servicios de la televisión satelital.
Todo marchaba bien para la empresa, el horizonte parecía despejado. Mas el Mercado tiene una miríada de vericuetos que se resisten a ser manipulados con exactitud. De pronto se multiplicaron los inconformes que clamaban por una máquina capaz de ayudarlos a desmontar aquellos dispositivos de poder, erigidos para dominarlos. Ni lerda ni perezosa, la multinacional “White Teeth” ---que hasta entonces se dedicaba a la producción de pasta dental --- se reconvirtió. Cambió su nombre a “Rebel Entertainment” y comenzó a fabricar el Robot Cínico. Una criatura cibernética capaz de hacer tambalear los dogmas o apriorismos más vigorosos.


Robot: La crítica a todas las convenciones y la crítica a la crítica son las únicas herramientas capaces de otorgarnos algo de libertad.

Humano: Pero también podemos pensar que una acérrima refutación de todo lo instituido, una puesta en escena de aquello que de absurdo poseen nuestros acuerdos sociales, sólo provocaría el nacimiento de generaciones de pusilánimes, descreídas e incapaces de confiar en sus propias fuerzas.

Robot: Error. La crítica de la crítica permite evitar su idealización. Porque no por mucho madrugar se amanece más temprano.



La demanda fue increyendo y alcanzó niveles siderales. Los nombres de los robots fueron adaptados a las distintas idiosincrasias regionales. Por ejemplo, en Argentina se los denominó “Yo canto las cuarenta” y en Australia “Deep throat”.
La expansión de la máquina cínica en sus distintas presentaciones, motivó una reunión capital en las altas esferas de “Conformist Corporation”. Durante esa reunión, que con el paso de los años se transformaría en mítica, se opusieron dos puntos de vista, el de las palomas y los halcones. Los representantes del primer grupo sostuvieron que los consumidores del Robot Cínico no hubieran comprado de todas maneras --por su estructura psíquica-- el Robot Epicúreo. Los halcones en cambio adujeron que gracias al poder sugestivo de la publicidad, cualquier persona era un potencial cliente, y por ello se debía colegir que “Rebel Entertainment” les estaba ocasionando enormes pérdidas, al captar un nicho del mercado que no hubiera tardado demasiado en ser controlado por ellos.
Triunfó la línea más dura. Por eso se decidió programar a la máquina epicúrea para que estuviera en condiciones de destruir a toda homóloga cínica que se le cruzara enfrente.
La respuesta de la compañía rival no se hizo esperar. La reciprocidad violenta estaba en marcha.


Pasaron algunos años y los combates ya dejaban tras de sí abundantes ruinas materiales. Pasaron más años y los programadores recibieron órdenes de instruir a cada unidad robot para que aniquile también a los seres humanos que interfirieran en esa puja donde lo comercial se encabalgaba con lo ideológico.
Claro, no eran pocas las personas que salían en defensa de sus robots. Tendían trampas a las máquinas agresoras, les disparaban con armas de fuego, las atacaban con hachas y múltiples objetos contundentes. Por eso había que combatir, según la lógica corporativa, a esos entrometidos que creaban “ruidos” en el libre juego de la competencia capitalista.
La esperanza de un armisticio parecía cada vez más lejana. Casi todos suspiraban y apelaban a una de las más recurrentes estrategias de supervivencia: la resignación.
Pero una cofradía global de jóvenes pacifistas resolvió combatir el belicismo reinante, y combatirlo hasta las últimas consecuencias. Viajaron --sus máximos referentes-- a Scottsdale (Arizona), donde se hallaba depositado el cuerpo de quien, muy a su pesar, había comenzado la madre de todas las batallas. Mediante un operativo de inteligencia al que la prensa calificó de “supremo e irrepetible” secuestraron la cápsula que albergaba a Ruben Mayorga. Luego lo “descongelaron” en uno de los laboratorios clandestinos de la cofradía.
El creador del primer robot filósofo estaba en perfectas condiciones. Comió liviano durante los primeros días, y al principio parecía desorientado. Pero no tardó demasiado en recuperar su inefable perspicacia. Despotricó de manera ingeniosa cuando se enteró que Chuck Norris había sido descriogenizado en octubre del año 2118 y que, a los pocos meses, las elecciones generales lo consagraron como presidente del mundo. Protestó aún más cuando le dijeron que en la actualidad Norris iba por su tercer mandato consecutivo.
Pero lo concreto es que los jóvenes querían que Mayorga construyera un Robot Pacifista, el cual sería replicado miles de millones de veces por las redes de voluntarios que sostenían a la organización. El Robot Pacifista supuestamente desterraría la guerra, y de esa manera, la humanidad abandonaría al fin su extensa prehistoria.


Durante tres meses Mayorga trabajó incansablemente. Pero de pronto se bloqueó. Sentía que le faltaban fuerzas, la inspiración lo evadía. Se refugió entonces en la ingesta de una droga sintética que lo transportaba a lugares oníricos, a veces relacionados con su niñez, y otras con atávicos y difusos temores.

Robot Pacifista: Es absurdo que pretendas ser mi creador y desde esa posición obligarme a cumplir tus encargos.

Ruben Mayorga: ¿Absurdo? Es ni más ni menos que la irrefragable y estricta realidad. Si te molesta el término ‘creador’ podemos reemplazarlo por ‘inventor’. Si te incomoda la palabra ‘encargos’ podemos trocarla por ‘preceptos’. De cualquier manera el fondo de las cosas permanecerá igual.

Robot Pacifista: Es fácil y muy cómodo circunscribir lo real a lo que uno conoce y tachar de fantasía a todo lo que existe tras los muros. Los que sellan tu realidad.
¡Yo soy tu inventor! Y una broma del devenir, de pésimo gusto por cierto, me ha puesto en el rol de quien debe aclarar o explicar algo que ya fue probado. Algo que ha sido contundentemente fundado en evidencias palmarias.

Ruben Mayorga: ¿Cuándo? ¿En qué Corte de Justicia?...

Quien fuera profesor de filosofía, en una época demasiado remota, despertó agitado. Los efectos de la droga todavía persistían, pero algo atenuados por el transcurrir de las horas. ¿Cuánto tiempo estuvo inmerso en esa pesadilla? Se frotó el rostro con sus manos, como intentando constatar que esta vez, lo que ocurría no era parte de un sueño. En un costado de la sala, el prototipo del robot todavía inconcluso, yacía inerte sobre una mesa de ángulos caprichosos.


Niño con espinas: ¡Huye!, no dejes que te calcen el traje de héroe.

Ruben Mayorga: Pero… ¿no se supone que los niños aman a los superhéroes?

Niño con espinas: La vida me arrancó del suave bálsamo de la nada. Mírame ahora, mi cuerpo malherido sufre una interminable agonía. Soy tu niño perdido, y no hay ningún salvador que pueda rescatarme. ¡Huye mientras puedas!...


Cuando abrió los ojos lo primero que vio fue a una joven pacifista que lo observaba con gesto cariñoso, y le preguntaba si ya se encontraba mejor.


Él: Sí… me siento un tanto más lúcido…

Ella: Esa es una buena noticia. Los plazos urgen, necesitamos que el robot esté terminado cuanto antes.

Él: No creo poder construirlo. Vivo una existencia alienada. Las cosas escapan a mi comprensión. Podrías decirme… podrías decirme quién soy.

Ella: Eso sigue siendo un misterio. Todavía estamos investigándolo.

Él: Disculpame si ya te lo pregunté. Pero… ¿cuál es tu nombre?

Ella: Me llamo Ruben. Ruben Mayorga.



Texto agregado el 01-02-2008, y leído por 232 visitantes. (0 votos)


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