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Verónica piensa…

Se pone de pie, camina hacia el baño, batallando con su propio cuerpo gracias a la resaca. Abre la puerta, se hinca y vomita sus entrañas alcoholizadas. Se levanta y mira en el espejo esa mujer de rasgos afilados, trigueña, con ojos color café aún inflamados por el letargo recientemente finalizado e inyectados de sangre, efecto secundario de la embriaguez terminada y el vómito que aún raspaba su pecho y su garganta. Se enjuaga la boca con agua de la llave y camina a su cama de nuevo, donde se recuesta y, con la mirada perdida en algún fantasma que rondaba el techo, piensa en lo hecho la noche anterior. Piensa en el tipo recostado a lado suyo e intenta recordar su nombre, no vale la pena. Piensa en que su madre la llamó Verónica en honor a su difunta abuela. Piensa en la botella de vodka que acababa de comprar un par de noches atrás yacía vacía a lado de la cama. Piensa en que su pareja apestaba en eso de hacer el amor. Piensa en su aliento putrefacto. Piensa en Daniel. Piensa en lo largo de los días en el trabajo y lo corto de sus noches en casa. Piensa que, en 23 años de vida, es la primera ocasión que despierta sin saber quién demonios está a su lado. Piensa que de la noche son las cosas del amor. Piensa en Daniel de nuevo, puesto que no sabía si la llegaría a perdonar, es decir, las mujeres no engañan, menos ella, y mucho menos si ya la dejó. Piensa en lo amargo de su eructo ácido. Piensa en Fernando, sí, Fernando es su nombre. Piensa en los cangrejos, si realmente serán o no inmortales. Piensa en el Coronel Aureliano Buendía y en su hermano, el del miembro descomunal. Piensa en sexo. Piensa en comida. Piensa en tomar un café con mucha azúcar y un poco de crema, sólo los hombres lo toman negro. Piensa en su difunta madre y en cómo le enseñó a coser y cocinar. Piensa en su padre, si es que realmente algún día tuvo uno, sólo era como padre, pues nunca lo conoció, y a decir verdad, nunca deseó hacerlo, el muy bastardo puede podrirse en el cielo, si es que ya murió; sí, el infierno sería demasiado divertido para él, prefería imaginarlo con batita blanca y un arpa entre las manos: marica. Piensa en las palpitaciones que retumban en su vientre. Piensa en el condón y si realmente habrá funcionado. Piensa en dinero. Piensa que está embarazada, y que será niña, y que se llamará Zafiro, no hubo nadie en la familia nunca con ese nombre, pero le ha fascinado desde pequeña: todas sus muñecas se llamaban Zafiro, pues nunca fue muy buena para memorizar nombres. Piensa las palpitaciones en su pecho. Piensa que algún día Zafiro saldrá por su vagina desgarrada y chillará como becerro muerto de hambre, lo abrazará en la toalla azul (el presupuesto en toallas del hospital habría sido recortado y para el momento sólo tendrían toallas azules, tanto para niñas como para niños). Piensa que Dios no existe. Piensa que Satanás no existe. Piensa en su maestra de creación literaria de la prepa, la maestra Stanna Ratkovich Dragoni, y en todos sus escritos tachados con tinta de fuego roja, que Stanna hizo llorar a un alumno y que a ella la hacía reír. Piensa en esa perra que terminó por adorar y querer al finalizar el curso, un bello curso de cuentos y poemas y finales creados por ella para cuentos de Rulfo. Piensa en Abraxas. Piensa que Zafiro crecerá y será tan bella como le han dicho los hombres (y una mujer) de su vida a Verónica que es. Piensa en que no debe ser estúpida, los cangrejos también mueren. Piensa en la forma en que su padre habrá violado a su mamá en el callejón nocturno del centro de Guadalajara. Piensa en sangre y muerte. Piensa en Hades. Piensa en cómo influyó Stanna en su decisión por estudiar Letras Hispanoamericanas, estudios que aún no finalizaba, pero, si el bastardo de Crítica Literaria no la reprobaba, en cuestión de meses ya sería la Licenciada en Letras Hispanoamericanas, Verónica García y García. Piensa en todos los que han llegado hacer algún comentario chusco acerca de su apellido. Piensa en que todos ellos quizá ya estén muertos. Piensa en Charles Manson. Piensa en Marilyn Monroe. Piensa en Fernando y el buen trasero que se carga. Piensa en que ya es hora de desayunar. Piensa en el día en que Zafiro le dirá por primera vez “te quiero mamá”, así como la primera vez que le dirá “estoy embarazada mamá, y no se quién es el padre, si es eso lo que me ibas a preguntar”. Piensa en la voz desgarradora de Dani Filth. Piensa que Fernando está despertando. Piensa que lo odia, lo desprecia, lo adora al muy cabrón, por eso lo odia más. Piensa en Daniel y cómo estará en esos momentos cogiéndose a alguna individua de la ciudad, pues para eso la había dejado la noche anterior, para ser libre y poder echarse al plato a quien se le viniese en gana. Piensa que lo odia y lo adora y lo extraña. Piensa que Fernando la mira. Piensa que Daniel se voltea. Piensa que Fernando le sonríe. Piensa que Daniel eyacula.

Verónica piensa que debería morir.

- Sergio Covarrubias

Texto agregado el 20-01-2008, y leído por 605 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-10-2009 jajajaja... Como la mayoría de las obras humanas tiende a ser perfectible. dragontraidor
18-08-2008 Creo que el deseo de morir sucede tras la resaca. Y que el engaño se dibuja en el rostro de nombre desconocido. Un encadenamiento de sucesos que determina en el lector la claridad del perfil de quien no sabe vivir aún. Stars Indhira
20-01-2008 Quizas no debería pensar en morir, Verónica. Placer y dolor en su vida, muy propios de la naturaleza humana. Buen relato. Me gustó la forma de encadenar los sucesos. Saludos arqui
 
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