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En noches frías como ésta suelo pensar en Marlene, nuestra atleta pequeña en tamaño pero grande de grupa y potente de corazón y brazos.

La recuerdo en noches frías como ésta porque ambos fuimos a un lejano lugar a defender los colores de la escuela. Y fue en una noche así, en un cuarto de hotel en que la vi ejercitarse desnuda. Yo también solía hacer lo mismo, pero no lo hacía en cueros; ella sí y la verdad qué bueno.

Nuestros cuartos de hotel eran idénticos: tenían ambos un frigobar relleno de líquidos de la bondad que me digas, contaban con televisión por cable y con un baño equipado con regadera y tina, tina en la cual podías arrojar el estrés y matarlo. El cable contaba con canales sanctos y non sanctos, también tenía teléfono con el que podías invocar el servicio a la habitación. Y Allí estaba yo, colgando del tubo del clóset, sudando, cuando a lo lejos, cruzando la calzada que dividían los bungalows, apareció Marlene tal como vino al mundo, jadeando sudorosa mientras las maletas de sus compañeras la miraban con ojos de bragueta. Sus compañeras (que iban más allá de lo maleta) la habían abandonado; mis compañeros me habían hecho lo mismo. Pero el hotel no era aburrido a pesar de todo, tenía el cable, tenía la tina, tenía el frigobar… me tenía a mí. Marlene, en cambio, no se veía feliz, nada, más bien se veía encabronada.

Y tan lo estaba que me vio a través de los cristales húmedos y nomás le valió.

Un cántico se escuchó a lo lejos, hay que acabar con el varo, decía. Nuestros compañeros no tomaban en serio el torneo, yo, que sí era bueno, pensaba que más me valía, pues mi beca dependía de ello. Marlene era otro caso, su familia contaba con recursos, tenían empresas, fábricas y, sin embargo, parecía pensar nomás en jugar.

La derrota hiede, pensé, pero Marlene le sentía asco y nunca me lo escondió, la miraba saltar, correr, hacer muchas cosas sin reparar en mí o en algo que estuviera fuera del cuarto, y nada parecía temblarle a su canónico cuerpo. Veía el sudor rodar en ella, no sabía expresarse de otro modo. Aunque, siendo sinceros, qué podía ella saber de la rabia y de la derrota a sus 18 años. Parecía hablar, decir algo mientras brincaba. ¿Decía “estúpidas” o algo así? ¿Se refería a sus eliminadas y ausentes compañeras? No había más que hacer, salvo lo que Marlene y yo hacíamos: arrojar fuera de uno la frustración de saber que el equipo de cada quien era tan malo y que nada se pudo hacer para evitar la vergüenza de caer. Así era ella: garruda como un animal herido, vivía como jugaba, y vivía nomás para jugar, quería ser grande, quería derrotarlos a todos. Y yo, viéndola desnuda, la supuse una hermosa máquina, pues mis sentimientos de derrota se compensaban con la esperanza de un próximo año, el juego da revanchas porque así es el juego, porque así es la vida, a veces ganas, a veces pierdes, a veces llueve y se suspende el juego... y ella se seguía cual si fuese un tren de jueguete, dando círculos y más círculos encima de la misma vía. La vida pasaba, pasó, mientras, ella entrenaba. Tanto era su el esfuerzo y tanta su dedicación. Eran un esfuerzo y una dedicación dignos de mejores causas.

Por eso me sorprendí tanto al descubrir que lo suyo, lo verdaderamente de ella, no era subir a los podios o recibir trofeos o medallas, sino recibir elogios en los bazares de caridad a los que empezó a asistir en compañía de su esposo. Sí, ese mismo joven empresario que vimos la otra ocasión.

Él le inoculó el virus del amor a Marlene. A nuestra pequeña gran atleta de nuestra Gran Universidad de paga.

En noches frías como ésta pienso en Marlene, posiblemente sabía que la gloria pasaría ante ella una sola vez. Por eso se esforzaba, por eso le dolían las derrotas.

Ella lo supo bien, y fue la única que hizo lo que pudo.

Porque a pesar de todo fue grande. Y su cuerpo desnudo lo recordaré hasta el día de mi muerte.

Texto agregado el 11-01-2008, y leído por 192 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
11-02-2010 Me pareciò un buen texto, creo que retratas tan bien a Marlene que no es difìcil visualizarla. Saludos! tigrilla
 
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