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Mis paredes llevan por frente un inmenso, un gran jardín, y es elegante, aunque en comparación con las demás, que no sé si llamarlas casas, es realmente humilde en su construcción. Es una de las primeras edificaciones que tuvo este predio y esta zona de la ciudad que hoy es casi inhabitable; la estación de trenes vino después, aunque mi memoria sobre lo ocurrido en ese tiempo fuera de lo que son estos muros es realmente confusa.
Son cuatro las paredes que sostienen al techo y dentro de ellas no existen ni el living comedor, como lo llaman hoy, ni el comedor ni el living, todo es uno y el techo y sobre él las chapas sostenidas por gomas viejas y clavos que a esta altura deben estar oxidados hasta en el último martillazo que las clavó.
De ellas no se escapa una sola gota de agua, todas van a parar al canal de aluminio y lata, mi casa es realmente bonita y acogedora, aunque frente a las otras ...

Comienzo mi día como todos los días, como todo el mundo me despierto con el alba, y a veces muy de vez en cuando hasta tengo sueños, sueño cosas que creo sueña todo el mundo. Que mi casa esta rodeada de jardines y el pasto en el es muy verde, que los árboles son gigantescos y también muy verdes, que hay chicos traviesos corriendo de un lado a otro, colgados de una que otra rama y viejas pintarrajeadas de rojo, calzadas en vestidos negros, observo que bajo el ala de sus también negros sombreros dibujan un esbozo de sonrisa, como de alivio, y los ramos que sostienen en sus manos son alegres, hasta los pañuelos que son muy blancos parecen sonreír. Mi casa efectivamente es como la describo y como la sueño, lo irreal de los sueños son los chicos...

Mis días comienzan como todos los días, hay mañanas que recuerdo mis sueños, otras no, lo único que no cambia en ellas, es la rutina del calentador que me espera paciente, como la pava y el ruido del tanque de agua vaciándose una y otra vez, aunque me esmere todas las tardes en llenarlo.

Disfruto de los primeros tres mejores mates, de esos que son verdes y amargos, burbujeantes casi hasta el hervor, me gusta sentir como el agua va quemando mi lengua y trago a trago va ahuyentando la pereza de mi cuerpo y el sueño de mi mente. Disfruto del silencioso despertar del día, del aleteo irrespetuoso de las aves quebrando la paz del rocío que agoniza como todos los días sobre las hojas que aun resisten la entrada de este otoño seco y crudo a la vez. Gozo del despertar de la vida y de la muerte que luego será de nuevo vida, se que no me queda mucho por hacer, mas que cuidar de mi huerto y de mis huesos que apenas cambia el tiempo se empeñan en hacerme saber que se aproxima una tormenta y me duelen hasta la ultima gota.
Fueron 74 los años que mis huesos tuvieron que soportar cargando esta carne y aquellas noches. Aun así gozo del despertar de la vida y de la muerte. Gozo del empeño en la lucha de ambos por mostrarse triunfantes una y otra vez, eternos, una lucha inútil, pues para mí, una no seria nada sin la otra. Fueron muchos los años que me llevó comprender esto y casi 50 los años que llevo sembrando en este huerto inútil del cual ni siquiera coseche espinas.
Recuerdo como si fuese hoy la siembra de mi primer semilla, mi ansiedad en la espera del primer brote, como quien espera un hijo, encendí el primer cigarro, ese que mi madre misma se encargo de liarlo hoja por hoja al saber que me iría a la ciudad a trabajar estas tierras. Ilusa. A la ciudad a trabajar estas tierras, quien iba a pensarlo, hasta me deseo suerte después de un largo abrazo y un aun más ruidoso beso, dibujó en el aire una cruz con sus dedos.
Me bendijo.

Quien iba pensarlo con 20 años, la verdad, no recuerdo cuantos acababa de cumplir, lo que recuerdo es que antes de aquella mi primer semilla, ni siquiera fumaba, y mis brazos cargaban la tierra desde mucho antes del amanecer.
Mi cuerpo entero le hacía frente a cualquier viento que desease arrancar del suelo un atisbo de verde. Hoy reina la paz, en este jardín de verde césped y en los amaneceres que logro despertar sin que recuerde mis sueños, reina la paz en los amaneceres que simplemente despierto, la paz de un amanecer es inquebrantable, y todos los despertares son gloriosos.
Odio al sueño que se adueña del largo de los días y que pasea en mi jardín, una y otra vez, hasta el próximo sueño, es como cargar una cruz gigantesca durante horas, muerte y resurrección eternas.
Igualmente las mañanas son muy cortas, los días son muy cortos, la vida es muy corta.
Luego de diez o doce mates, tomo la pala por el mango, la cuelgo en mi espalda amoldada en un surco y fumándome un cigarro voy hacia el huerto que me espera del otro lado del jardín.
Con el tiempo fueron construyendo en estos terrenos estas lujosas casas, lujosas por fuera, jamás ingresé a una, mis vecinos son silenciosos y huidizos, aunque en algunos días oigo murmullos dentro de alguna de estas casas.
El día anterior a la noche de mis peores pesadillas, ese día escucho murmullos, siempre. A ninguno de ellos los vi asomarse jamás por una ventana, o salir al frente de sus, no se si llamarlos castillos, a barrer las hojas secas que el viento arremolina por montón en este principio violento de otoño donde las hojas mueren por doquier y el viento inocente mece sus cuerpos una y otra vez acunándolas en su vuelo, invitándolas a jugar por ultima vez, y las mece hasta el cansancio, luego las entierra, como yo a mis semillas inútiles.
Las ventanas de mis vecinos no se ensucian con rejas puntiagudas, ellas parecen no ser parte de este tiempo de saqueos y secuestros, parece no importarles nada.
Será que confían en los ángeles de grandes alas que se posan sobre sus techos, ángeles de plumas prolijas, perfectas, con sonrisas plenas de inocencia que contra-stan con el moho que se cuelga de sus rulos. Tan solo eso oscurece sus hermosos rostros tallados en piedra.
Mas alla están los techos donde los que se posan no son ángeles sino gárgolas grotescas de piel oscura, y estas parecen sonreírle a cada uno de mis ya muy lentos pasos, a veces pienso que se ríen de mi vejez, son graciosas y a pesar de su fealdad parecen inofensivas. Quien sabe realmente donde anida la maldad, si en la belleza y serenidad de un ángel o en la piel desnuda de un demonio sonriente, quien sabe?
Jamás, jamás vi a uno solo de mis vecinos asomarse, ni de día ni de noche, silenciosos ellos, encerrados en sus, no se si llamarlas fortalezas, sus ventanas no se ensucian de rejas puntiagudas.
Reina el silencio en las mañanas y en las tardes y en las noches.
Del otro lado del jardín tengo mi huerto y de él jamas coseche siquiera una espina, debe ser porque en él, solo sembré cadáveres...

EL Huerto / Quintana

Texto agregado el 27-11-2007, y leído por 278 visitantes. (0 votos)


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