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“Ago”, una consonante muda y empezó la vida. Las palabras iban y venían de sus ojos a sus labios, de sus labios a sus manos, de sus manos al mundo. El mundo de lo nombrable que había hecho o descubierto donde cada sonido poseía un pedazo de realidad y él, él los poseía todos.

El aprendizaje fue fácil. Hablar, leer, escribir... fue un nacer, un darse al ser por el decir. Cada sílaba era nueva, cada letra un tesoro, cada canción y cada libro eran tierra virgen en la que ir dejando huellas. Recordaba ahora, en posición fetal, aquellos tiempos de infantil explorador, sabían a polvo de libro viejo y a Petit-Suise.

Recordaba y chorreaba sudor de fría sal su frente y le cubría los orificios, nublándole la vista, el gusto, el oído y el olfato, solo el tacto le quedaba para sentir las inertes baldosas del suelo encharcadas de él mismo. Y el gato, cansado de sed y de hambre, le lamía las baldosas sudorosas esperando obtener en sus entrañas.

Una vez el gato vivió envuelto en grasas y carbohidratos, también el hombre una vez estuvo erguido, lejos de escalofríos, tranquilo. Un entonces en el que ningún cuerpo temblaba tirado en el suelo de la cocina, sino que todo era poder y sabiduría, una recolección de palabras, de toda clase, de todo idioma, de toda índole, no había verbo ni adjetivo que no dominara, que no subyugara. El universo a sus pies de demiurgo y el mundo obedeciéndole y ordenándose, palabra por palabra.

Descubrió después que a un todo solo le puede seguir el tedio, que tras lo más alto solo está el techo que frena y la esperanza y el deseo se escapan mezclados con el aire de los suspiros, suspiros de inactividad veraniega. Entre bocanada y bocanada de oxígeno conocido el hombre decidió. Conocía todos los vocablos que nombraban lo cierto y lo incierto, estaba seguro, pero hallaría un sonido que no fuera nada, solo un sonido, algo libre y nuevo. Y recomenzó la vida.

Las noches eran largas, de luz prefabricada dentro de una pequeña habitación llena de voces y juegos de palabras. Encontraba sonidos que no reconocía, pero encontraba también el objeto, la idea que retenía aquellas notas. Nunca se vio a nadie tan tenaz, el delirio comenzaba a ser parte de su vida, la fiebre no era más que una pasión circulante por la sangre, y el gato fue olvidado junto a la cordura y las palabras conocidas.

Hubo ocasiones en las que creyó haber terminado su odisea, pero siempre aparecía despiadado un concepto que adoptaba el sonido hallado, nuevos inventos, nuevos idiomas, nuevas crueldades lingüísticas. No existía comida ni bebida, ni baño ni necesidades, solo ruidos, nunca silencio, transformados en palabras cada vez que los nombraba. Prescindió de si mismo, desechó su cuerpo, sucio y desnudo, en el suelo de la cocina, todo espasmos, todo incoherencia.

Un día se había iniciado un sonido dentro de si, sin forma y sin música, pero que cobraba vida despacio, lo recorría vena a vena siendo más sonido cada vez. Tuvo la seguridad de que este era el que buscaba, el que no tenía nombre. Se le movía dentro. Se le acercaba a la boca. Tenía el sonido en la punta de la lengua. Y la lengua se la comió el gato.

Texto agregado el 29-03-2004, y leído por 329 visitantes. (0 votos)


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