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Confianza
Entre rectas de vidrio, el mentón apretado sobre una mueca de metal, la cara de Orlando Herrera siente frío. Su ojo derecho parpadea detrás de una lente que se levanta, baja, deja subir a otra. El ojo izquierdo está momentáneamente ciego detrás de una delgada placa. Cuando la visión es perfecta, Herrera sonríe debajo de su bigote rubio. Repiten la operación a la inversa. La voz del oftalmólogo sale del aire mismo:
-Usted necesita bastante aumento por ser debutante. Eso si, es parejo para ambos ojos. Por suerte la tecnología actual descartó aquellos anti estéticos culos de botella, ¿recuerda?
Sin esperar respuesta, la mano izquierda del doctor Sablón llena una receta con gusanitos de tinta negra. La extiende como cien gramos de salame, señala la puerta de salida, finaliza la visita:
-Déjeme el bonito. Mi secretaria se encarga de los honorarios. Cuando tenga los lentes, venga y los controlamos. Eso si, un consejo al margen de la ciencia: Herrera, trate de usar los anteojos lo menos posible. Esfuerce la vista al máximo. Es la única forma de evitar que enseguida haya que colocar mayor aumento. Buenos días.
Carla Flozzini, vecina, habla en la cola de un Rapi Pago:
Conozco al señor Herrera desde que se mudó, hace ya seis o siete años. Siempre lo consideré un hombre serio, de esos que van a su trabajo por la mañana temprano y vuelven a la tarde para dormir un par de horas, hacer alguna compra y cenar. Por la factura de teléfono, mucho no habla. Digo porque a veces no pude evitar mirarla para comparar gastos, en estos edificios de departamentos nunca se sabe cómo facturan los servicios.
No sé qué pudo haber pasado, aunque para mí es cuestión de la soltería, si. Estos que viven solos, se ponen grandes y necesitan quién los cuide. Un poco de afecto, usted sabe. Si este caballero no tenía ni una mascota, nada. Eso es raro, ¿ve? Detestaba los gatos. Algunos dicen que los envenenaba porque hacían pis en el balcón. No me consta, se habla mucho de gusto.
En una de esas fue pasional. Si, ya sé que no parecía trolo, perdonando la expresión. Pero hay trolos muy discretos, que una ni se da cuenta. Y todos terminan mal, como el peluquero de acá a la vuelta, hace dos años. Yo, con mujeres, no lo vi nunca. Miento, cada tanto lo visita una chica algo más joven, pero me parece que es pariente, hermana podría ser. Porque una se da cuenta si entre dos personas hay algo o no. Vamos. Se nota.
Emilio Aguilar, amigo de toda la vida, le cuenta al verdulero:
Herrerita no era de andar con putas, se lo digo yo. Así que no me vengan con eso de la venganza de una mujer de la vida, como escribieron en ese diario impresentable que escribe los titulares con errores de ortografía, lo único que falta. Trabajé con él treinta y cinco años en la papelera. Yo en Proceso, Orlando en Mantenimiento. Un tipo derecho, muy derecho. Mire si le digo que siempre hizo de cinco a una, por más que varios capataces quisieron ponerlo de ocho a diecisiete como reconocimiento a tanta dedicación, pero él nada. Decía que lo iba a pensar. Qué iba a pensar.
Nunca llegó tarde. Nunca. ¿Sabe lo que hacía para no fallar? Llegaba veinte minutos antes y se quedaba paradito al lado del bicicletero, alto como era, con el bolso en la mano. Brillaba el pelo canoso. Pobre, desde los veinte años fue canoso. Entraba cuando eran “y cincuenta y dos “. Si usted pide las planillas en Personal, va a ver lo que le digo. Puede haber una o dos “y cincuenta y cuatro “ de los días de lluvia. Entonces llegaba en auto, una cucaracha 64, despacito para no ensuciarlo de barro en las esquinas.
Ordenado como ninguno, Herrerita. Era el encargado de aceitar las máquinas, los equipos. Usted de lejos podía darse cuenta de cuál era el su banco de trabajo. Los armarios con candado, las latas de lubricantes sin una gota chorreada, dos cestos para la basura con las bolsas bien colocadas, cada herramienta en su lugar. Si lo habrán cargado los compañeros, unos desordenados de esos que se limpian las manos sucias de grasa con el repasador de las tazas de café, un desastre.
Era muy responsable. Yo creo que no faltaba para que nadie tuviera que hacer su tarea, y no por defender a la empresa, no. Nunca confió mucho en la patronal. Son otros tiempos, otra gente, muy amables hasta que te necesitan, pero en cuanto te enfermás, a tu casa a cocinar el caldo. No hay que creerse la película, repetía. Le faltaba poco para jubilarse. Mire, si tuviera que definirlo con una palabra, Herrerita era un tipo orgulloso. Y me parece que eso no está mal. A mi también me enseñaron que en la vida hay que luchar por la de uno, qué joder.
Entre rectas de vidrio pasan escasos deudos, conocidos. Con culpa y de a uno, van hacia la sala número 2 donde la pizarrita dice que esperan los restos de Darío Orlando Herrera. Alrededor del féretro, barro pisoteado que traen zapatos desde la tarde lluviosa. Olor a flores usadas se calienta con el aire de las pantallas a gas. Todos tejen silencio, las manos juntas adelante del cuerpo, tal vez porque si las tuvieran a la espalda darían sensación de impaciencia. Ingresa un empleado de guardapolvo gris, el soldador en el carro. Hay carraspeos, una salida presurosa de susurros.
Dos de la limpieza, bajos, despreocupados, recién despiertos, aprovechan para pasar la escoba sin ganas. Uno es el rengo Asturias, el otro Almidón Sánchez, con el pelo eternamente engominado. La figura gris presenta la tapa, enciende el soplete azul. De golpe los limpiadores se acercan. Antes de que la cara del muerto no vea más la luz, Almidón se asoma y pregunta:
-Decime Herrerita, ¿cómo pudiste ser tan boludo de ponerle estricnina a la sopa, me querés decir?
Entre las risas surge el vaporcito de metal que, fundido, borra al mundo sobre el fallecido canoso, impecable, sin anteojos.

Texto agregado el 16-11-2007, y leído por 231 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
13-04-2009 que manera tan original de contar una historia!!! creo que es de lo mejor que hay por aqui!!! nads
04-02-2008 Me gusto la historia bien concreta. No todo tenía que ser como es. Me hace acordar a una que escribí hace un tiempo ¿Donde va el amor cuando llueve? (Está en a grilla) Mejor el final, saludos. Deojota51
20-12-2007 no te comento más, que luego me acusan de demasiado presente...y yo que me creía tan ausente...buenas tus historias, kisses de cuentos, youtoo tooyou
 
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