Él la contempla y trata de descubrir en ella esos mohines coquetos que son los que enloquecen a tantos hombres. Su mirada, trascendente, le hace pensar que ella sueña con ideales macizos, con proyectos de envergadura. Su boca, bien delineada, pareciera retener un discurso de palabras broncíneas. Las aletas de su nariz, ligeramente dilatadas, parecieran contener un crítica valiente que pugna por no desbordarse. Sus cabellos, ensortijados, breves, enmarcan un rostro que imagina bien perfilado, ella ha recibido el privilegio de la naturaleza concibe bellos a los que ama.

Su cuerpo, permanece en la nebulosa, aunque él bien sabe que ha de ser grácil y estilizado, sus caderas, de sensual vaivén, sus piernas, moldeadas por un buril mágico, serán firmes, bien aposentadas en la tierra, basamento heroico para su voluntad férrea.

Y todo eso que imagina en ella, se le deshace de un plumazo cuando la toma en sus brazos y ella le sonríe con la mayor inocencia del mundo. ¿Que otra cosa puede hacer una criaturita de meses, alzada en vilo por su dichoso abuelo?..