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Este cuento es un homenaje a Ray Bradbury. En su momento le fue enviado y él contestó, con mucho humor, que era la primera vez que lo hacían un personaje de cuentos y encima lo matan. Espero que Ray viva aún muchos cuentos.


MUERTE NATURAL


Por Omar Guillermo Barsotti

- ¡Que haya silencio en la sala!

El calor fabricó remolinos entre los bancos de cedro barnizado, subió por los ventanales y convirtió lo insoportable en abominable y, luego, trepó por la cara del Juez Garrey, quien sintió que el mundo se le hacia intolerable y estúpido. Con ese sentimiento volvió a martillar con furia y a vociferar al rostro de la multitud de cuerpos amontonados en su juzgado como en un tren a las cinco y media de la tarde.
Era mediodía y se hizo silencio. El Juez no había decidido aún si se iba a dejar dominar por aquel cotidiano sentimiento hacia la gente. Se enjugó la frente con un pañuelo amplio y azul, mojado como un pez recién sacado del agua e igual de pringoso, y dejó que se le desenroscaran del alma unos metros de odio, permitiendo que todo el mundo lo disfrutara, junto con el calor y el olor a transpiración.

- Si sucede de nuevo, mandaré desalojar la sala- gruñó a través del cielo humedecido de su pañuelo – ¿Y bien? – agregó, apuntando con la nariz al fiscal.

- He terminado , su señoría – el Fiscal se sentó. No había terminado, ¿ pero, cómo desafiar impunemente aquel pico de águila ominosa que le apuntaba desde el estrado?.

Un murmullo levantó el calor en círculos rojizos alrededor de las cabezas enhiestas, moviéndolas de un lado hacia otro, llenando las frentes de perlitas plateadas y sucias.

- Oh! Nooo...¡.no de nuevo!... ¡Silencio! – hizo una pausa expectante – Que siga el abogado defensor. ¿ Qué tiene que decirnos hoy el Sr.Mc Parland? Eh...

Robert Mac Parland se puso de píe. Elevó su húmeda mirada patricia al cielo y, deteniendo sus ojos en las sucias telarañas de los tubos fluorescentes, musitó con voz grave y lacrimógena : Sólo pido, con todas mis fuerzas..clemencia para el acusado.

- ¿Clemencia?...¡al carajo con la clemencia!

- ¡Silencio el acusado!

- No me hará callar Ud. Sr. Juez. ¡No señor! .¡No ahora!.

- ¡Silencio! – repitió el juez con voz peligrosamente aflautada.

Alguien se rió entre dientes al fondo y el murmullo creció como una tempestad haciendo temblar la nariz puntiaguda del Juez Garrey ahora agarrado a su pupitre como si tuviera intenciones de montarlo y, desde ahí, echar al público a latigazos.

- Yo tengo derecho...si señor...¡Sé que lo tengo! – volvió a rebuznar el acusado en aquel inglés malparido que complicaba la tarea de los traductores hasta la exasperación.

Robert Mac Parland creyó morir. Bajó una mirada de reproche a su defendido con el aire de una madre de cine mudo y luego al juez y por último al jurado. Abrió los brazos y se dejó caer en su silla con desconsuelo. El murmullo rompió en carcajadas, jugó un rato con las hondas rojizas de calor y formó un tremendo infierno de ruidos y sensaciones que caía en chispas sobre la cabeza calva y morada del Juez Garrey.


-¿Porqué demonios no echa a todo el mundo, digo yo?
Jack Lawrence miró detenidamente a su vecino como quien mira un bicho improbable.

- Porque no se le antoja – aclaró luego.

- No es una respuesta – replicó amoscado el otro.

- Es la respuesta – contestó Lawrence suavizando el tono – El juez Garrey hace cosas que se le antoja y no hace cosas que no se le antojan. No existen normas, ni reglas, ni razones. Desde el principio del juicio se le antojó que esto fuera un infierno y...bien...pues lo es. ¿No es cierto?. Un bonito infierno. Hacia años que no veía uno similar. Pero,¡mire ahora!.

Los martillazos amenazaban destruir el pupitre. El juez disfrutaba con ello y lo estuvo haciendo durante casi cinco minutos hasta que todo el mundo pensó que sería bueno saber qué haría después. Entonces, la multitud cerró sus mil bocas en un solo y unánime golpe de mandíbulas . Un silencio vaporoso cayó sobre las cabezas crispadas.

El Juez suspendió el martillo amenazante y midió el resultado, dándose por satisfecho. Se volvió al acusado y preguntó:

- ¿Tiene algo que agregar?.

- ¿Algo?...¡Vaya!! – levantó los brazos con asombro – ¡Todo!!. Tengo que agregar todo. Aquí nadie sabe nada de lo ocurrido.

- Según veo el acusado ha estado de siesta durante todo el juicio.

Una mirada dura silenció el coro de risas.

- Según veo – reiteró – El acusado ha dormido mientras nosotros trabajábamos.¿Le parece bien eso al acusado?.

El hombre miró desorientado hacia un lado y otro, moviendo la cabeza como si fuera a remontar vuelo. Hizo algo con el brazo y luego otra vez y al fin prorrumpió en improperios mientras la sala bullía y todo el mundo corrió y una mujer gritó sobre el sonido del martillo y dos policías se llevaron al acusado a la rastra.

La sala se desalojó en incierto orden. El juez Garry paseó su nariz sobre la multitud, oliéndola, palpándola y pesándola y después hizo una mueca de asco y desapareció por una puertita lateral seguido por dos hombres grises, inexpresivos hasta el aburrimiento.



* * * *.



- No doy dos céntimos por los resultados dijo el vecino para beneficio de Lawrence.

Lawrence no hizo caso. Se corrió un poco y dejó que su interlocutor se sirviera otra cerveza y esperó hasta que la espuma hizo ruidos inaudibles en la superficie rubia y quedara quieta un momento, para comenzar suavemente a disolverse.

- Le darán pena de muerte.

- Aha.!

- ¿Quién sabe, eh? Vaya!...Ud. se las sabe todas.

- Algunas...¿ Más cerveza?.

- No, gracias. No sirve. Tengo más calor que antes – resopló y se sumergió entre sus hombros con resignación de ahogado.

- Era un buen hombre.

- ¿ Conoce al acusado?.

- No, al muerto.

- Ah!...si...El muerto.

Quedó quieto como oyendo. La multitud deliraba en la calle. Deliraba en los altos departamentos sumidos en la nube de gases, transpiración y alientos. Deliraba en los callejones donde se trafica con drogas, sexo y miseria, deliraba en las pretenciosas avenidas, en los mercados, en los bares, dentro de los automóviles, en los baños turcos y aún en los retretes. Todo el mundo deliraba todo el tiempo y así seguiría por años, quizá por siglos, hasta que la mugre los cubriera y los momificara para beneficio de la arqueología futura. Lawrence ahogó un eructo y se quedo un instante erecto dejándolo partir de a poco. El otro lo miró, esperando que dijera algo, y luego, desalentado, volvió a hundirse entre sus hombros y a mirar la calesita del mundo allá afuera. Por fin se decidió:

- ¿Qué hacía el otro?

- Escribía. Escribía los mejores cuentos del mundo. Todos los mejores cuentos del mundo.

- Un cuentista , eh? . Bah!...creí que era alguien famoso.

- Lo era. Lo es.

- Quiero decir un senador o un ex presidente o alguien que podría ser presidente o el dueño de alguna gran empresa...alguien con dinero, quiero decir...¿entiende? eh?

- Sí entiendo. Tenía mucho dinero si eso es lo que le preocupa. Ganaba muy bien, quizá un millón o dos al año.

El otro, apreciativo, silbó y cobró un incrementado interés.

- Porqué lo mató ese otro?.

Lawrence se sorprendió comentando: Eso es lo que no se sabe...¡ Casi nada!.








******.



- Vine de lejos para hacerlo y lo hice...pero lo más importante...el por qué, no me ha sido preguntado.

- Silencio!. Haré desalojar nuevamente la sala si vuelven a hacerlo. Continué el acusado.

- Con su permiso Su Señoría.

- See...señor Fiscal,.

- Entiendo que la autoría del crimen ha sido probada hasta el hartazgo y así lo ha admitido mi estimado colega defensor...no veo – perdió impulso – no veo la razón para proseguir...es decir..- dudó con un gesto asustado – es decir..si..

- Si qué? – inquirió el juez Garrey, clavándolo en el centro de su nariz.

- Es decir, salvo que el Sr. Juez...Su Señoría, considere algo distinto.

- Señor Fiscal del Estado. El Sr. Juez considera algo distinto.

- El Fiscal se sentó avergonzado prometiéndo no meterse más con el Juez Garrey , ¡que el demonio se lo llevara!. El coro de risas se apagó a sus espaldas con un tintineo de burlas proyectadas hacia su nuca.

Al defensor le temblaban los bigotitos de satisfacción. La actitud del juez le traía no sabía que suave onda de esperanza. Cuando tomó el caso lo hizo por cuenta del Estado. No le interesaba ni mucho, ni poco, como, a ser sincero, nunca le había interesado ningún caso. Debía admitir, y lo hacía, que ocurría algo inusual, pero lo inusual estaba, por así decirlo, arrinconado junto con el resto de su virilidad en algún lugar remoto de su pasado. Se dejó mecer por las olas inquietantes de la novedad y, durante ese tiempo, casi estuvo seguro que algo prometedor le esperaba detrás del nuevo curso de los acontecimientos. Quizá no había hecho una defensa del todo deficiente. Quizá no era tan mal abogado, después de todo. Quizá hasta su mujer dejaría de serle tan conspicuamente infiel. ¿Quién sabe que puede esperarse cuando un juicio terminado y emparedado comenzaba a teñirse con la verdes hilachas de la esperanza?.

El acusado, lavado y tranquilizado, se encontraba en el banquillo de los testigos adonde le había ordenado el juez que se hiciera presente. Se había dibujado un jopo alto y espeso con el pelo grueso y moreno, y la cara le lucía como la de un chico esperando la visita de papá Noel. Detrás de sus ojos, cada tanto, se producía un destello y luego se encendía una llamita acerada que hacía conmoción entre el público femenino que lo miraba con desfachatada curiosidad. Un latinoamericano con aspecto de amante latinoamericano, puesto a disposición de su lubricia durante seis semanas, que se agigantaba ante la posibilidad de románticas revelaciones. Un suspiro generalizado envió hacia el estrado aromas indescifrables mezclados con perfumes de lápiz de labio con la sensual rancidez de la mañana siguiente. El juez Garrey levantó la vista hacia el público y olisqueó repentinamente dominado por sentimientos arcaicos.

- No me ha sido preguntado – repitió el acusado.

- No! Vamos!. Claro que no. No se lo hemos preguntado. Veamos – dio un martillazo premonitorio y puso un ojo caliente sobre el público – Veamos...Sr. Defensor...¿cree Ud. que puede ser importante?.

-Ciertamente, su Señoría – se sentó mirando triunfalmente al Jurado.

- Y entonces, ¿Por qué no lo destacó antes?.

Robert Mac Parland cayó a la lona por enésima vez en la tarde y decidió, para sus adentros, retornar sin prisa ni pausa a la sabia concha de la indiferencia. Eludió la fija mirada del juez, fingiendo revolver en unos papeles y, finalmente, quedó royendo el cabo del lápiz con la helada convicción de estar haciendo el ridículo.

- No me ha sido preguntado – había reproche en la voz del acusado.

- Eso ya lo hemos determinado. Según sabemos – el juez se calzó los anteojos y revolvió unos papeles – Ud. llegó el 2 de abril de este año al aeropuerto de esta ciudad en un vuelo directo desde la Rep. Argentina.. ¿Eso es Sudamérica, no es cierto?

El acusado asintió con altivez.

- ¿Es entonces Ud. argentino? – revolvió sus papeles – con visa de turista.

- Si...

- See...hum...Entonces, se dirigió directo al domicilio de la víctima y sin mediar palabras le descerrajó tres balazos, que le causaron la muerte. Bonita forma de hacer turismo tiene Ud. Sr. Acusado.

- Si...es decir: no. No.

- No qué?

-No sin mediar palabras. Le dije: “ Muy bien, ahora terminaremos con esto ya mismo”. Eso le dije – se sonrojó sintiéndose extremadamente melodramático.

- El juez había quedado mirando fija a través del carril angosto del puente de su nariz como si fuera un pájaro que ha localizado un raro tipo de gusano. Hubo una corriente, en el juez y en el público. La muchedumbre abrió una boca gigante negra y blanda y emitió un ohhh....que sonó como el eco de una profunda caverna. El Fiscal se levantó con intención de hablar pero el Juez Garrey lo espantó con un manotazo.

- Prosiga – ordenó al reo con una calma premonitoria.

- Entré y dije...

- Siga...ya sabemos lo que dijo.

- Dije: “ es lo último que Ud. escribirá hasta el final de su vida y luego todos tendremos paz”. Y yo creo que él comprendió.

El calor pasó por detrás de la nuca del juez y le produjo carne de gallina. Era una sensación totalmente nueva. Allí estaba aquel alcornoque, declarando todo lo que no dijo en todo y juicio y todo lo que ni el fiscal, ni el defensor, ni él mismo tuvieron la habilidad suficiente para preguntarle, para saber, al fin y al cabo, lo principal, no solo lo que había hecho, sino también el por qué. La única pregunta que ahora, después del hecho irreparable, tenía algún valor. ¿Por qué un hombre cruza un cuarto de globo, se presenta frente a un perfecto desconocido y le descose el cráneo a balazos?. Paseó su mejor semblante amenazante sobre el desatinado conjunto de fiscal, defensor y jurado y retornó a mirar al acusado.

- ¿ Entonces?

- El dijo: “¿Qué diablos quiere Ud.?.¿ Quién es Ud.?”

- Eso: ¿Quién es Ud.? ¿Quién diablos es Ud. al fin y al cabo? – gruñó el juez como un eco.

- Yo soy un colega...del ...del ...de la víctima Sr.Juez.

- ¿Un escritor?

- Un cuentista. Eso que él era. No escritor, sino cuentista.


- ¡Vaya! – Lawrence se enderezó y centró su mirada sobre el acusado. Pensó un momento y luego sacudió la cabeza descorazonado. Su ocasional e inseparable vecino se encrespó y se sumergió simultáneamente, como una ola secundaria.

- No. No lo conozco.

- ¿Podría Ud. conocerlo?.

- A muchos de ellos...a casi todos ...menos a éste.

- ¡Dios!.Si Ud. pudiera – se sentía al borde de una fascinante revelación.


- ¡Silencio!. Que el acusado prosiga.

- Es algo difícil de explicar ahora.

- Pues tendrá que hacerlo, señor...ahora deberá hacerlo.

Había en el tono de la voz del Juez una velada amenaza que el acusado no podía imaginar en que podía consistir. De pronto se sintió tremendamente ridículo, ahí, constreñido a decir algo que ya carecía de interés para él y probablemente para todo el mundo a no ser aquel pequeño busto puesto sobre el estrado mirándole a través de la larga y afilada nariz como pico dispuesto a devorarlo. Suspiró resignado y prosiguió.

- Él era el mejor de nosotros. Si, señor. Él mejor cuentista de todas las épocas. El era insuperable, no cabe duda.

- ¿Es un caso de celos profesionales?. – preguntó el juez con desencanto.

El acusado negó con imperativa vehemencia con la cabeza hasta que pudo articular la negativa;

- No. Nada de eso. Mucho peor. Véalo de ésta manera. Soy un buen cuentista. Uno de tantos, pero de los buenos. Pero el problema nuestro es la creación. Ese constante crujir del cerebro para rendir nuevos frutos maduros cada vez que se ha terminado con el anterior. Es una tensión terrible e inacabable que se parece a una agonía sin fin. Uno tiene el hábito, el vicio, el impulso. Uno se ve constreñido a hacerlo cada día, a cada hora y a la vez vive la angustia de no poder, de que ha dado la última gota. Alguien puede decir: los temas sobran.
- Algunos imaginan que lo principal es el tema. Pero no es así. No solo el tema, sino la forma de encararlo es lo primordial. Véalo : cada vez que un cuentista toca un tema los demás debemos ver qué ocurre. Si lo ha hecho en forma total, entonces es definitivo: nadie puede tocar más ese tema sino es capaz de superarlo en un cien por mil. Ese tema pasa a ser propiedad de quien lo ha desangrado hasta secarlo, como quien desangra una gallina. Todo nuevo encare del asunto es plagio. Quizá no lo resuelva así un tribunal, pero de todas formas sabemos que lo es.

- Suena curioso y exagerado, pero Ud. sabrá – acotó el Juez.

- El los trataba de ese modo – prosiguió el acusado – Imaginen podía atrapar cualquier tema y exprimirlo hasta las heces, encontrarle todas las facetas, mostrarlo con la mayor belleza y facilidad. Ponía un título y lo desarrollaba como si lo tuviera escrito y aprendido desde el útero materno. Imaginen, hay temas para cientos de cuentistas durante siglos y todos podrían lucirse sin acabarlos. Pero lo tomaba él y se terminó. Lo exprimió ¿ comprenden?. Lo exterminó. No es que no se pudiera decir más, es que todo lo que se dijera después ya no era sustantivo, era secundario, subsidiario, tan atrayente como una pila de chatarra.- se detuvo mirando con ojos de ciego - ¡ No entienden!. No, ¡Dios! No entienden. No, no entiende. Es así: nos transformaba a todos en meros chatarreros.

La boca abierta de la multitud estaba haciéndole una mueca entre incrédula y burlona. El acusado se revolvió inquieto y un llanto trunco le hizo subir la mejilla derecha. Se rehizo con un esfuerzo..

- Pero esperen...esperen – se tapó el ojo derecho una mano rápida y rígida – No solo eso. Vamos al otro extremo: qué puede decirse de una asquerosa y anónima alcantarilla ¿Qué? – paseó su mirada por el recinto como esperando una respuesta – Nada, absolutamente nada. Él lo dijo y al hacerlo cubrió otra parte del espectro y, a la vez, nos demostró que nos habíamos perdido algo que quizá podría haber sido material para nuestros hijos, para nuestros nietos, pero no aún para nosotros, sino para alguien que aún no ha nacido. Comprenden, lo terminaba todo, se fagocitaba el futuro.

La boca abierta de la multitud se inclinó hacia arriba y hacia abajo y eso le inquietó más. Se estrujó las manos mirando a derecha e izquierda entre un silencio que podía ser tomado a brazadas y echado al fuego como leña.

-Huesos, por ejemplo. ¿Qué hacer con los huesos humanos?...o algo así...o con una de aquellas truculentas atracciones de feria.¿ Qué hacer, digo, con eso?. Apenas una anécdota dentro de una historia. Nada. Pero él lo hizo y estoy seguro que algún escritor, por ahí, que creyó descubrir por fin un llamativo tema para incluir en una historia cualquiera, tuvo que echar sus originales al fuego, y así sucesivamente. Todo lo tocaba y él lograba el todo de cada objeto, de cada gesto, de cada palabra, de cada signo, de cada gota de viento o aguja de escarcha, o mota de polvo, o planeta, o galaxia, o sucesos o...o...o sueño humano por fantástico que fuere. Vean, vean ese asunto del Hombre Ilustrado – acabó con desesperación y quedó como alelado.

- Quiere Ud. decir que sólo por ese...por ser – el juez hablaba con cautela – por ser un buen escritor Ud. lo mató? – podía ser una pregunta o una afirmación, ni el juez lo sabía.

- No. Nada de eso...trate de comprender... es importante que Ud. lo haga.

- Pues no comprendo – el Juez se echó hacia atrás y miró su falda como para dar todo por terminado.

El acusado se puso de pié señalándole con un dedo rígido como si fuera un arma. El juez sintió miedo cuando volvió la cabeza y le sorprendió en aquella pose.

- Ud. tiene que entenderlo. Hágase a la idea de que... – dudó un instante, solo un reflejo de instante en algún remoto lugar de sus dudas y prosiguió: hágase a la idea...

- Oiga.

- ¡No!.Vealó así: imagine un juez perfecto. El Perfecto Juez. El puede resolver cualquier caso que se le presente mucho antes de que Ud. o cualquier otro juez del mundo comience tan siquiera a entender de que se trata. Imagine ese juez departiendo justicia...

- Enhorabuena...

- Si?...¿Enhorabuena?. ¿Que ese supuesto juez perfecto sea capaz de resolver no los casos ocurridos sino los por ocurrir?. Que él sea capaz imaginar todas las situaciones posibles y sentar jurisprudencia sobre hechos aún no producidos, y que él establezca ya las formas, todas las formas, no sé cómo es en estas cosas de la justicia...todas las medidas que deben tomarse para tal o cual caso...para todo los casos. Entonces, ya nadie podría decir esto lo resolvió el juez fulano, o zutano, o el juez Garrey...Esto ya estaba resuelto por el Juez Perfecto, dirían – los miró en un rodeo completo – ¿no entienden todavía?.

El juez escondió entre sus ropas transpiradas un escalofrío y dijo, ahora seriamente.

- Comprendo.

- Pero su Señoría – interrumpió el fiscal.

- Si, Ud. también Sr. Fiscal. Imagínese el Fiscal completo que presenta sus acusaciones en forma impecable y final y definitiva...e irrefutable..y Ud. Sr. Defensor...y todos Uds. la multitud, imaginen hombres perfectos y completos, definitivamente completos cada uno en su profesión capaces de hacer todo lo que cada uno de Uds. deben o quieren o gustan hacer...

-¡ Pero es absurdo! – prorrumpió Robert Mac Parland para su desdicha.

- No, en vista de lo que es Ud. – le zahirió el juez con voz punzante.

- No es absurdo. Es posible – proseguía el acusado – dentro de mi profesión el absurdo se hizo real. Cualquiera puede decirle que es así. Cualquiera que conozca del negocio. El estaba produciendo, a una velocidad delirante, suficiente material para satisfacer la demanda de todo el mundo, y todo el planeta estaba devorando sus escritos mucho antes que tuviera tiempo de secarse la tinta con que había estampado su firma en los originales. Y cientos de cuentistas debían conformarse con quedarse a la zaga.

- En fin habría una razón económica...- condescendió el Fiscal.

- No..nada de economía...nada de dinero. Mucho más que eso. Una razón final y definitiva: el derecho de todos de sentir alguna vez, tan siquiera una sola vez en la vida...en un solo instante de su miserable existencia, que está haciendo algo excepcional y definitivamente meritorio y especial que no puede ser imitado y que lo identifica de todo el resto aunque fuere en una miserable partícula infinitesimal de prestigio personal e íntimo, que no puede ser retaceado, ni negado ni por la máxima autoridad en la materia. La única forma de ser alguien, y de ser recordado tan siquiera como aquel excéntrico que escribió sobre ... por ejemplo...sobre un absurdo esqueleto. Un esqueleto, ¡ por Dios!, y él lo hizo y acabó con el tema. Nadie más puede tocarlo. Dejó en la orfandad creativa hasta a quienes tienen que hacer una composición de cuarto grado. Y de igual forma, ese juez, y ese fiscal, y ese defensor, y ese ejecutivo y cada uno de vosotros, quedaría sin oportunidad de hacer mérito.
- Una improbabilidad, lo admito, pero no un imposible. Algo que puede ocurrir en cualquier profesión en la medida que los medios de difusión lo permiten: el producto perfecto, final y masivo para todos los consumidores creado por unos pocos – terminó casi en un susurro.

- Sí, es eso – musitó Lawrence al vecino que yacía hundido más allá de sus hombros, en la hueca caverna de sí mismo.

- Dios mío – cacareó una dama más atrás.

El juez Garrey sacudió su martillo y lo bajo sobre el pupitre con un golpe seco y mortal. El encanto se rompió. El acusado jadeaba frente a la multitud y ,de pronto, retrocedió como asustado hacia el banquillo de los testigos. Alguien carraspeó. El calor hizo cosas olorosas entre las piernas de los circundantes y dibujó arcos abovedados bajo los brazos en las camisas de los guardias.

- Silencio en la sala!

La nariz del juez apuntó al conjunto irritado y hosco del jurado sin obtener los antiguos resultados intimidatorios. Ahora todos estaban enojados y molestos.

- Su Señoría.

- See...Sr. Mac Parland.

- Esa nueva prueba debe ser tomada en cuenta.

- Protesto...¿Qué nueva prueba?...¿De que habla el abogado defensor? – interrumpió el Fiscal.

- Me refiero concretamente a lo manifestado recientemente por el acusado. Creo que las causales..

- Pero es que va Ud. ha hacer caso a esa sarta de absurdos y...y...y...no sé que decir sobre esas cosas que ha dicho. Carecen totalmente de sentido – el fiscal se sentó enfurruñado y absolutamente descontento consigo mismo.

- Esta nueva prueba, repito, es de extrema importancia pues establece una causal atendible que ignorábamos y...

- ¿Causal? – inquirió el Juez Garrey clavando las uñas en el pupitre.

- Si, pues...

- ¿Cuál es su argumento?

- Sr. Juez. Yo mismo he sufrido lo que ha sufrido el acusado en mi persona con referencia a mi situación actual respecto a la influencia perniciosa de la perfección...

- Hable más lento hombre...Pero...no siga...hágase un favor, entiendo que Ud. está haciendo una defensa de la mediocridad.

- En cierta forma...si quizá eso

- Debería ser Ud. amonestado por la barra de abogados y no sé si aún no pediré yo mismo que así se haga. La causal establecida por el acusado es una locura, según se entiende legalmente esta expresión, y considero que la defensa, si es que va a hacer algo útil en este juicio, debería pedir un peritaje psiquiátrico...Silencio en la sala...

Mientras el juez se extendía sobre el peritaje tratando de apaciguar los ánimos, alguien entró calladamente por el centro del pasillo, se detuvo junto al fiscal e intercambió unas palabras con éste.

- Qué ocurre, señor fiscal? – interrumpió el Juez después de un rato de atenta observación con el aire de un halcón buscando su almuerzo.

- No sé , señor Juez si...- comenzó el fiscal blandiendo un mazo de hojas mecanografiadas.

- ¿Sabe o no sabe?,¡ por Dios!.

- Su señoría, es que tenemos una prueba que envié a buscar mientras el acusado hablaba. No sé si es una prueba...solo pido que se incluya en el juicio, digamos como pieza ampliatoria – El Fiscal estaba pálido, mientras repasaba el contenido de las páginas con lentitud.

- Bien.

- Sr.Juez – graznó el acusado.

- Creo que Ud. ha terminado.

- Sr. Juez, sé que he abusado de su bondad

- See...- El juez se sintió halagado.-

- Pero no era mi intención. Es decir – carraspeó – quiero dejar aclarado que no era mi intención dar lástima.

- Eso lo sé yo y el jurado – replicó el juez con simpatía.

- Es que quiero repetirme en algo pues pienso que todos debemos saber más sobre ese peligro...

- Sr. Juez...es mi deber como defensor...en vista de lo...

- Pero caramb ...

- ...sucedido pedir clemencia para el acusado – finalizó el defensor ya totalmente transfigurado.

El juez Garrey abrió los ojos muy grandes.

- No quiero clemencia. No. ¡Jamás!. Quiero respeto por lo que he hecho. Deseo reconocimiento y lo tendré. Sé que lo tendré tan siquiera de la posteridad...

- Silencio el acusado – vociferó agitando los brazos como las alas de un cuervo.

- ...porque el día que yo entré en ese cuarto y lo encontré escribiendo...

- Silencio!

- rápido en su máquina. Comprendí, más que nunca, que debía terminar con él...

- ¡Por todos los santos!

- ...pues seguiría engendrando día tras día, noche tras noche, como una araña que teje su tela alrededor del mundo....

- Hagan callar a ese loco!

- ...Y no dejando nada para los demás...Por eso me arrimé y le disparé y fue como si yo mismo empujara la bala asesina a través de su cerebro buscando que fuera todo lo más profundamente hasta acabar con la chispa de su...





** * *****



-.”maldita creatividad antinatural”. Eso mismo hubiera dicho yo.

- Dios! ¿Qué pasará después de este intermedio?

- No estaremos más locos que antes.

- Lo estaremos en una forma distinta.

Lawrence asintió con la mirada pensativa sobre su cerveza.

-Lo tuvieron que sacar a golpes. No había forma de acallarlo. Y aquella vieja que ululaba como una sirena detrás de mi. Casi me rompe los tímpanos.

- Si pero no solo la vieja.

- ¿No?.

-Ud. también ululaba -Lawrence despachó su cerveza y dejó entrever una sonrisa burlona.

- Señor, ¡qué vergüenza!.

- Yo también lo hacía. Un pandemonium. El juez Garrey destrozó el martillo. El símbolo de la autoridad real voló, deshecho, por encima de la cabeza de Mac Parland y fue dar en el ojo del editor en jefe del New York Time. Sigamos con la cerveza. ¡Upalala! ¡Este es el mundo! – y eructó directamente a la humanidad delirante de allá afuera.



***********



- Esto es...digamos...el original del cuento que estaba elaborando la víctima cuando fue interrumpida por el acusado.

El fiscal depositó sobre el pupitre el mazo de hojas mecanografiadas con el respeto con que se deposita un tributo sobre el altar máximo. El juez miró los papeles con desconfianza y, por fin, luego de moverlos un poco con un dedo, les echó una zarpa encima y los atrajo bajo su misma nariz. Se tomó su tiempo para leer todo el trabajo de punta a cola. Se acurrucó al final, detrás del pupitre, y miró al acusado durante un largo tiempo.

- ¿Sabe el acusado qué es esto?.

- Sí.

- Explíquelo aquí, al jurado.

- Es el cuento póstumo del...del muerto.

- Correcto.¿ Ud. lo leyó?.

- No

- ¿Cómo podría reconocerlo?

- No sé, es el mismo papel que estaba en la máquina. Salto sangre. La vi. Cuando disparé lo hice a la cabeza pues deseaba...

- No empecemos de nuevo con eso.

- ...darle en un punto vital. La sangre saltó y manchó en esa forma el extremo superior derecho de las hojas, lo vi claro, como lo veo a Ud. ahora.

- See. Este es el cuento póstumo de la víctima. Fue encontrado junto a su máquina de escribir. La última hoja puesta aún en el rollo de la máquina...see

- El me dijo : “Déjeme terminar. Es preciso que termine. No dispare aún. No sea absurdo”

- ¿No sea absurdo?

- Si, Sr.Juez:” No sea absurdo” dijo, y agregó: “ Es una frase, una sola y está terminado”

- ¿Y entonces.?

El acusado estaba tranquilo. Hablaba somnoliento, encajado en su asiento como si nada de aquello tuviera que ver con el.

- Termínelo. Le grité. “Termínelo si está por terminarlo. Pero ahora, ¡ya!. Porque yo disparo”. Y el comenzó a escribir como un loco, vigilándome con el rabillo del ojo. Entonces temí que intentara alguna treta y me inquieté y me puse frente a él. No podía leer lo que escribía, pero lo hacía muy rápido el maldito. Pero no me importó, porque era el último cuento que él escribiría , y el tema que yo tenía en mente no podía, en forma alguna, robármelo pues era un tema que jamás pudo haber ni soñado. Yo estaba seguro de ello, por primera vez en la vida, pues estaba ahí para asegurarme, definitivamente, que así fuera.

Sonrió, mostrando una dentadura blanca y perfecta. El Juez Garrey no pudo evitar sentir simpatía por él, y luego algo de lástima y, después, inusual para él, ternura. Suspiró.

- ¿Qué pasó, entonces?

- El llegó al fin. Pude leer claramente que ponía la palabra “fin” y su nombre después, y, sin sacarlo de la máquina, lo firmaba. Todo esto muy rápido, temiendo que yo me demandara y lo enviara al infierno antes de tiempo. Pero ya no me importaba, ya lo tenía y esperé hasta que se detuvo y entonces disparé tres veces. A la cabeza las tres: pum...pum...pum...

Quedó en silencio con el índice extendido hacia la pantalla de su mente donde se proyectaba el pasado. El Juez Garrey estaba hablando desde hacia un rato cuando él volvió a la realidad.

- Ese es el tema – terminó el juez apartando el mazo de papeles de su vista.

- ¿Qué, cómo?

.- El tema del cuento póstumo de la víctima, señor acusado. De su víctima.

- No lo oí, lo lamento – se relajó, desinteresado en su silla.

El Juez se inclinó mirándole fijamente:

- Tiene algo más que decir el acusado?

- La multitud suspiró.

- Nada solo esto: Él, esta vez, no me podrá robar mi tema porque este será: su muerte, asesinado, mi juicio, y mi sentencia. Se titulará “ La Muerte Definitiva de Ray Bradbury”. Eso mismo.

- El rostro del juez Garrey se entristeció.

- Lo supuse.

- Eh!

- ¿Quiere leer el último cuento del Sr. Ray Bradbury? – dijo tendiendo las hojas hacia el acusado.

- Yo...eh... – retiró las manos mirando de soslayo – ¿Por qué? ¿Para qué?

El Juez sostenía el fajo desde un extremo. Entonces, el vientecillo caliente se animó y pasó las hojas rápido, elevándolas una a una frente a los ojos del acusado. De pronto éste ahogo una palabra. Después tomó aire. Se inclinó hacia delante. La multitud acompañó el movimiento. El Juez sacudió la cabeza tristemente y dijo:

- Se quedó sin tema, hijo. Era sobre ese tema , el suyo, que el Sr. Bradbury escribía cuando Ud. llegó. ¡Y Ud. se lo dejó terminar!.

Omar G. Barsotti


Texto agregado el 27-03-2004, y leído por 236 visitantes. (0 votos)


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