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Hamburguesas, poemas, y ganas de orinar.

Entre caminando rápido entre el mar de gente. Tenía la vejiga contraída como un puño, si no llegaba rápido al baño me iba a orinar encima. Lindo sería. Mojarme el boxer, el pantalón jean, las medias y los zapatos, flor de espectáculo. La gente amontonada en filas para pedir su hamburguesa. El olor a hamburguesa. Los niños con sus padres comiendo hamburguesas. Me abrí paso, casi corriendo, abrí la puerta, abrí la bragueta; si, mi dios, oriné. Un caudal como el del Río Paraná salió desde mis entrañas en el mingitorio. Miré hacia arriba como agradeciendo y mientras la orina fluía sentía mis piernas relajarse, mi estómago, mi nuca, mi alma. Sacudí. Guardé. Salí al salón.
No era mala idea comerme una hamburguesa. Pedí una de esas dobles con lechuga y pepinos, papas fritas grandes, coca-cola grande. Miré para todos lados. Nada. Ni un lugar vacío. Lleno. Una mujer, sola, sentada en una mesa para cuatro. Demasiado espacio para ella. Ojos pintados estilo gatuno, pantalón ajustado, escote muy open. Disculpe, puedo sentarme, le dije. Si, por supuesto, dijo, corriendo su bandeja para hacerme espacio. Me sonrió, estos lugares se llenan de gente a esta hora, dijo. Mi novia los detesta, dije; para qué pensé, para qué hablé de mi novia. La fidelidad no es mi fuerte. Esa mujer era apetitosa y por lo que parecía, accesible. Para qué hablé de mi novia. Así que tenés novia, dijo. Sí, hace seis años. Otra vez me arrepentí de lo que había dicho. Yo soy separada, me dijo, hace seis años también. Pensar que cuando vos empezabas con tu novia yo me libraba de una pesadilla. Te llevabas mal, le pregunté. Muy mal, a veces nos rompíamos el alma a golpes. Se golpeaban, pregunté. Sí, nos tirábamos cosas, una vez le tiré con un hamster y lo maté. ¿A tu marido?. No, al hamster, le partí el cuellito contra una pared, a mi marido le erré.
Era linda mujer. Tenía los ojos redondos, bien negros, como una turca. Se chupaba la mayonesa de los dedos con unos carnosos labios rojos. Por la ventana se veía un perro. Lindo perro, le dije, señalando al animal. Hermoso, me dijo, pero muy cochino, dijo riendo. El perro orinaba con la pata levantada uno de los autos del estacionamiento. ¿Cómo conociste a tu novia?, me preguntó. Es una historia larga, rebuscada. Contame, dijo. Yo escribí un poema, lo metí adentro de una botella y lo tiré al río. En el papel del poema decía: para la mujer más hermosa del mundo, y estaba anotado mi mail. Ella encontró la botella, leyó el poema, y me escribió. ¿Y?, me dijo la mujer. Y resultó ser la mujer más hermosa del mundo, le dije. Que lindo que alguien hable así de su novia, dijo ella. Bebió un largo sorbo de su coca. ¿Puedo?, dijo señalando mis papas fritas. Sí, dale, entrale tranquila, le dije. La querés mucho a tu novia, dijo. Sí, es lo mas grande que me pasó en la vida, sabés que todavía tiene el poema, pero la botella no. La botella la tiró al río de nuevo, dijo ella. No, el padre se la tiró por la cabeza a la madre. Ellos también son separados. Ella sonrió, como si la aliviase saber que no era la única loca con ímpetus agresivos desbordados.
Qué lástima, dijo. Sí, una lástima, por lo menos tiene el poema. Yo siempre le escribo poemas. Que lindo, dijo, a mi nunca me escribieron un poema. Es una facilidad que tengo, dije, si querés te escribo uno. Ella rió, no a mi no, escribile a tu novia, yo soy una vieja loca dijo.
Era bastante mayor que yo, pero me gustaba, además un escote exquisito tenía. Estás bien vos, le dije, sos linda. Gracias, ¿compramos otras papas? me dijo. Bueno, yo las compro, me levanté, hice la cola, compré unas papas. Traje mucha mayonesa, me gustaba como ella se chupaba los dedos embadurnados. Y le escribís muchos poemas, me preguntó. Y si… bastantes. Como hacés, yo no puedo escribir ni mi firma, dijo ella. Tengo un método, le dije, junto flores, especias, hierbas, perfumes, fotos, y las pongo todas arriba de una mesa que tengo en la pieza, después pongo música romántica, Ricardo Montaner o algo así, y me inspiro y escribo combinando los aromas, las imágenes, los sabores que tengo en frente y los que se me ocurren. Qué interesante, dijo ella, deben de ser unos poemas hermosos. A tu novia le deben encantar. Más o menos, le dije. Mi novia ya está cansada de lo mismo, a veces ni los lee. Dios le da pan al que no tiene dientes, dijo. Yo fruncí la cara, dándole la razón.
De tanta gaseosa que tomé tenía otra vez la vejiga a punto de reventar. Ella me hablaba, yo no aguantaba mas las ganas de orinar. Ella seguía hablando. La interrumpí. Tengo que ir al baño, le dije. Salí casi corriendo, oriné y sentí un alivio oceánico. Volví relajado. Libre de un peso como alguien que sale de confesarse. Me senté, mi pierna se apoyó junto a la de ella y me gustó. Ella comía papas y se chupaba la mayonesa de los dedos. Me encontré excitado, seducido por esa mujer. Me escribirías un poema, me dijo. Por supuesto, le dije casi derritiéndome de las ganas de escribirle el cuerpo con versos de labios y saliva. Acompañame, dijo, y nos subimos a su auto, y nos fuimos.
Agarramos una avenida, y después otra, manejaba segura y decidida. Entramos en el estacionamiento de un supermercado. Espérame, dijo. La vi entrar en el comercio moviendo el trasero como lo mueven las mujeres cuando se saben observadas. Al rato regresó con unos cinco paquetes. ¿Qué es esto?, le dije. Todo lo que necesitas para escribirme un poema, dijo.
En su casa desparramos todas las cosas sobre la mesa. Había rosas, tulipanes, claveles; pimienta, azafrán, menta, orégano, nuez moscada; un perfume de color rojo, otro azul, un desodorante de ambiente; postales de amaneceres en el sur, de montañas del norte, de la pampa, del río de la plata; y un montón de té, sabor frutilla, sabor durazno, sabor manzanilla. Un tarro de miel también. La música sonaba de fondo. Yo vuelvo en un rato, dijo, se metió en la pieza. Me dejó sentado con un papel y un lápiz y ahora me tenía que poner a escribir por favor que se me ocurra algo. No se me ocurría nada. La única imagen que se me venía a la cabeza era la de su trasero. Escuchando las canciones agarré cinco o seis versos y los deformé y así salió un poema. Fui hasta la cocina. De la heladera saqué una botella de vino, la vacié en la pileta y puse el poema adentro y el corcho en el pico.
Golpeé la puerta de la pieza. Apareció con un hermoso vestido, corto, con flores amarillas y azules. Acá tenés el poema, le dije mostrándole la botella. Agarró la botella la apoyó en el modular. Nos besamos. Nuestros labios se desarmaban en el frote de los besos. Mis manos en sus nalgas. El sol entraba por la ventana y sostenía un manto de pelusitas que debían de desprenderse de la alfombra del piso. Ella acariciaba mis brazos. Yo abrí mi bragueta, saqué lo que tenía que sacar. Ella al ver lo que tenía que ver, llevó sus manos a la boca, y se orinó encima. Una mancha húmeda como un repollo se dibujó en su vestido. Fue corriendo hacia el baño, se escuchó el bidet y sonido de papel higiénico. Después lo hicimos sobre la mesa desparramando todo.
Al terminar nos quedamos tirados. Abrazados. Tu novia tiene suerte, me dijo, gracias por escribirme un poema. No fue nada, dije, y me empecé a preocupar porque se venía la canción de la cual había robado los versos. Me levanté apagué la música. Tuve que esquivar el charquito de orina que había quedado formado en el piso. Querés que comamos algo, dijo. Bueno. Voy a hacer unas hamburguesas, dijo. Voy a abrir la botella y leer el poema, agregó después. Abrila cuando terminemos de comer, dije yo. La botella quedó sobre el modular, junto a una pecera. Me dieron ganas de arrojarla adentro.
Voy a comprar algo para tomar, le dije. Salí a la calle. Caminé hacia un minimarket. Sentí otra vez unas ganas terribles, inmundas, de orinar. Miré hacia los lados, nadie, no había nadie alrededor. Oriné en un árbol. Otra vez sentí las piernas liberarse de una presión escalofriante. La panza relajarse. Vibró mi celular. Era un mensaje de mi novia. Entré al negocio, compré una gaseosa. Esta mujer va a hacer hamburguesas. Otra vez hamburguesas. Crucé la calle. Me tomé un colectivo. Mi novia me esperaba.











Texto agregado el 24-10-2007, y leído por 1959 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
15-11-2007 Que te puedo decir tienes una imaginación incrible, escojes termas que yo nunca me imaginaria y lo mejor es que tus historias siempre estan basadas en las relaciones hombre mujer. Besos joysma
02-11-2007 Es un buen texto. uleiru
01-11-2007 Pudo escapar de un mundo de repeticiones que podrían hacerse tornado kafkianas. Muy divertido tu cuento, muy bien contado, con un lenguaje fresco y dinámico. Lo único que noté es que en algunas frases interrogativas usás los ¿? y en otras no. Un placer leer este cuento. Lo raro es que no me dieron ganas de ir al baño mientras leía; y lo leí después de cenar así que tampoco me dio ganas de comer hamburguesas jejej pienso que si leía el cuento a las once de la mañana sería diferente. Qué bueno compartir textos con amigos que tienen textos tan interesantes como este. Saludos!! romquint
26-10-2007 Muy simpático. margarita-zamudio
26-10-2007 No te lavaste las manos!!! jejeje, no ya enserio, es un buen cuento, solo que hay detallos que no deben de pasar por alto y son las conversaciones; siento que eso de usar . no es muy conveniente, a veces confunde, pero bueno es decision del autor, es cierto el final fue un poco apresurado, y podrias a ver terminado hermoso, pues el cuento lo llevaste muy fluido. No tomes a mal mi comentario, es solo que se que este cuento puede quedar perfecto. Te doy mis 5* porque me capturaste losergirl
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