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Lucía subió al microbús con la pesada mochila a su espalda. Estaba sumamente retrasada ya que en veinticinco minutos comenzaría una clase que para ella era fundamental. Pagó su pasaje y dando un rápido vistazo a ese grupo de personas que la miraban sin interés, visualizó un asiento desocupado en la tercera corrida de la derecha y hacia allá se dirigió.

Repasaba la lección anterior y en un ejercicio nemotécnico, asociaba los conceptos a algún detalle que le llamaba la atención, por ejemplo el moño de aquella señora que iba sentada delante suyo, los zapatos de aquel señor, los bigotes de aquel o la falda floreada de la niña, de tal forma que la lección se descomponía en un movedizo y abigarrado conjunto de formas y colores que, por esos misterios de la memoria, se fijaban como un imán en sus circunvoluciones cerebrales.

Un tipo joven, vestido de polera, bluyines y zapatillas, subió al vehículo, mirando con desparpajo a los pasajeros. Su mirada torva se fijó de pronto en Lucia y valiéndose de los barrotes, avanzó por el pasillo y se detuvo frente a ella. La muchacha iba demasiado concentrada en su lección y no reparó en el hombre que atisbaba de reojo su cadena de oro, semioculta bajo su blusa azul. De improviso ella se agachó para sacar uno de sus cuadernos, dejando entrever sus blancos pechos y la delicada cadenita. Fue el momento propicio para que el tipo, con la rapidez de una víbora, se la arrancara de un tirón y luego, se abalanzara al fondo del vehículo descendiendo como una gacela por la puerta trasera. Sorprendida y aterrorizada, la chica sólo atinó a lanzar un grito que ni siquiera logró despejar de su modorra a su compañero de asiento. Desolada, se levantó e intentó perseguir al maleante, en una acción sin ninguna posibilidad de éxito. Su mente, demasiado conmocionada por el violento suceso, entorpeció de sobremanera sus movimientos, de tal suerte que al intentar descender por la pisadera, perdió pie y fue a estrellarse contra el pavimento. Los pasajeros comenzaron a gritar y a dar voces de alerta. El microbús se detuvo, descendiendo el chofer y algunas personas diligentes para socorrer a la chica. Eso lo aprovechó un rapazuelo para subir furtivamente al vehículo y extraer de la pesera todas las monedas que pudo contener en sus ávidas manos.

Lucía se iba sumergiendo poco a poco en un sueño insensible. Alcanzó a recordar unas cuantas frases de la lección que por ocultos mecanismos las fue asociando a una niñita sonriente que la miraba dichosa. Luego, al borde de la nada, visualizó al tipo de las zapatillas y lo emparentó con la muerte…

Este trágico suceso, con algunas variaciones, ocurrió hace algunos días en nuestra capital y ha provocado un gran debate, debido a la impunidad con que los malhechores actúan en la locomoción colectiva.

Texto agregado el 25-03-2004, y leído por 359 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
24-04-2004 una crónica urbana que nos deja un sentimiento de impotencia y de coraje. saludos amigo. Martin_Abad
28-03-2004 uff, real... sucede, sucede! Y esa impunidad que hasta se muestra más perversa aún! Un abrazo shou
25-03-2004 Uff, terrible suceso, tan bien descrito y escrito que te sientes en el autobús observando los hechos...y mirando atónita y espeluznada lo sucedido... yoria
25-03-2004 Acá también ha sucedido, besos AnaCecilia
25-03-2004 me has dejado helada, en sí la noticia fue terrible, pero como tu la contai es espeluznante. Un susto, perdón gusto. anemona
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