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Me consta que es muy fácil recusar mi pobre autoridad, como decía J.L. Borges, pero en el rincón de mi límpida soledad me siento obligado a relatar cuanto sigue. He de advertir que esta narración, no trata de ruinas circulares pues se centra en lo que he dado en llamar ruinas esféricas. Ello seguramente se debe a que la esfera es más determinante que el círculo pues tiene más capacidad de contenido. Es por ello que este relato contiene la fría ruindad que hace referencia a la desgracia cotidiana, una desgracia casi siempre ajena. Por otra parte no tiene nada de imaginación ni de surrealismo. Porque todo el mundo en la playa le vio desembarcar, de día, junto a su numerosa prole. Todos le pudieron ver hambriento y congelado, derrotado y sin fuerzas, al saltar de un cayuco sobre la tibia arena. Enseguida los bañistas comprendieron que llegaba del Sur, de África concretamente. De una Patria desierta perdida en un mar de dunas, ardiente de mañanas, frío de noche, donde el tuareg es el más firme retador de su escasa fortuna.Una vez en la playa le acogieron sorprendidos y aunque no sintió miedo, no pudo evitar un especial temor. Un temor envuelto en la negra duda que no hubiera de permitirle conciliar el sueño. Es difícil soñar cuando se tiene al león ante la puerta o el tigre bajo el árbol, sin saber qué pasará antes de que se hagan presentes, los rojos destellos dé un alba tan incierta y a la vez esperada. Le cobijaron bajo una manta roja que habría de hacerte sentir el largo escalofrío de aquella sangre roja de tantos compañeros de aquel viaje tan dramático, mecido por las olas y el espanto realizado en una frágil cayuco que hubiera podido lucir el nombre de la barca de Caronte, aquella que surcaba el nebuloso destino de acercamiento a la muerte. Cetrino, taciturno, de una voz sin palabra, sin destino, se derrumbó en el suelo de un polideportivo, hacinado con brazos y cabezas, sobre su propio humedecido tan dolorido cuerpo. Dos días mas tarde sintiéndose más vivo, la irrisoria victoria de su suerte, sólo por estar vivo, le llenaba de hastío, para soñar de noche con toda palidez, el viaje del cayuco destrozado. Sentía, fue capaz de sentir la vana irrealidad de la luz de un amanecer. Sigo vivo pensó.Trece días después, tocó madera, mientras esperaba que el circulo de la tuna se cerrara perfecto con una precisión universal, huyó perdido en el crepúsculo de la nada, entre sombras de ladrillo gris, de luces tan esféricas como rotonda y lago, un lago de aguas turbias donde los invisibles tiburones de la vida, implacables, le siguen. Muy a pesar de que se siente vivo, ansias de libertad te siguen empujando hacía una soledad que ampara el hambre. Y en la huida, sintiendo un sangrante latido penetra una plantación mientras masca informal la fruta circular que sigue verde. Verde, como la esperanza de un mal soñado sueño de libertad. La nocturna, lejana y creciente salmodia de tos perros se va acercando. Un blanco reflejo circular, de un faro semiesférico, riza veloz un árbol. Un atronador relámpago rosado, que se aproxima oliendo a pólvora; hiela un latido desbocado que, como un suspiro vano, se deshace. Estampada en el cielo, la luna circular que hermana al cenit, continúa brillando.
Robert Bores 9-10-2006

Texto agregado el 13-10-2007, y leído por 86 visitantes. (0 votos)


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