La voz

Hacía tiempo que no me levantaba con aquel malestar de estómago que, por experiencia, sabía que estaba asociado a una demanda extraña. En este caso la sensación era la de una voz femenina, no muy lejana, que me llamaba por mi nombre con aire lánguido e insistente.
Nada más afeitarme a toda prisa, dejando varias tiras de piel en el filo de la navaja, y adecentarme un poco, me arrojé a la calle. Según la dirección que tomaba, la voz se acercaba o alejaba. Bajé por El Nogal hacia Almogávares, pero una vez a la altura de “Interiores Anita” me pareció que la voz provenía de Chinales.
Hacia allí me dirigí pero cuando llegué a la gasolinera el murmullo parecía venir del centro…Ni qué decir tiene que acabé en la Judería para “de nuevo” cambiar de dirección. Así durante todo un día agotador en el que, sin pretenderlo, conocí todas y cada una de las calles de mi ciudad.
Rendido, desistí de la persecución, pero curiosamente cuando emprendí de nuevo la calle El Nogal, donde vivo, la voz se hizo más potente. Cuando al final caí abatido en mi cama, allí se encontraba una joven mujer que me susurró: “Al fin llegaste”. Me tomó de su mano y juntos nos perdimos por el Firmamento hacía un lugar que nunca conoceré.