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El paso


Moría en la habitación. Afuera, el impertinente ruido de la lluvia estrellándose sobre el techo impedía apreciar el esquema de su respiración. Extensos epílogos brotaban desde sus débiles gemidos. Pobre individuo hoy desangrando, mirada de lobo truncado que no se erguía ya buscando el horizonte cortado en la fría pared engrasada.
Sobre sus ojos abiertos, láminas siliconadas cegaban su preocupación. La boca turbia desembocaba, por una de sus comisuras, un breve hilillo de saliva abortada sobre la almohada.

Mientras, en las calles, demasiada agua las cubría agitadas, impotentes, incapaces de absorber.
Dentro de Ruán, órganos y líquidos se amalgamaban corrompiéndose entre sí, como si un llamado atroz los incentivara a la revolución. En su rostro el dolor se manifestaba con tedio, dada la llegada acaecida sin mediar consulta previa lo lógico, pensaba , sería marcharse sin mayores tramitaciones ni preguntas. Tras cada pregunta un relámpago, tras el un feroz trueno. Ya todos los pájaros habían escapado , solo faltaba Ruan.

Débilmente percibió el zumbido de un televisor, sonidos de mundo poblado, saturado, construido y levantado sobre cimientos agusanados.
Casi podía estrechar la felicidad imaginando lo dulce del silencio paladeando entre sus dientes vencidos de palabras y perennes murmullos mundanos solo una vez , solo hasta que ya no lo percibiera, por poco tiempo, no muy tarde.

En la habitación vecina, niños, solo niños humanos, azotaban cruelmente la frágil pared, el horizonte con ella se estremecía en los ojos de Ruan. Hoy no saldrían de su miserable jaula, Hoy no habrían rejas, escombros o basura que disgregar con su pelota plástica. Resignados animalejos recluidos en un espacio de demasiado reducido, pero con demasiado peso para la indolencia y el rencor

Ruan imaginaba las criaturas mortificando su cabeza a patadas, como un sucio y magullado balón, tasando los golpes de cada acierto no con dolor, sino con tirria, al sonido, al estrepitoso sonido.

Hace mucho tiempo, en uno de sus primeros intentos de escape anacoreta, gozó con lo gritos acalorados, fuertes y eufóricos de un público exaltado. Ruan levantó los brazos, mientras sus piernas, independientes, circundaban la extensa cancha terrosa dos, tres, más veces, qué importó. Siempre supo que algo aún no precisado le perturbaba. Pasado los años nuevas experiencias se sucedieron: el estridente llanto de un barraco, el pito agudo de una locomotora arribando a un desolado Auschwitz, el toque de mediodía y un ángelus mudo. La capital, constante crujido de papeles en las vías, en sus oídos, los intentos por librarse e de ellos.

Y el tejado no cae ni nada mengua.


Ruan intenta dejar de respirar suspendiendo repentinamente la inspiraciones con convicción, sin embargo la inmovilidad atizaba los sonidos lejanos, resonando mas allá de sus oídos un penetrante silbido quebrantando el silencio de cuajo. Detuvo el ejercicio, el silbido cesó.

Tras horas de espera, a Ruan le pareció decepcionante que los químicos fuesen someros hasta en su contraindicación. Repasó rápidamente .las cantidades consumidas, ampliamente sobrepasaban la posología recomendada. Sin duda solo una demora innecesaria. Podría haber aumentado las proporciones y, sin embargo, algo del dolor que lo mantenía inmóvil sobre las cama demostraba cierta eficiencia. Solo entonces, el privilegio de velar su propia muerte.

Tras la pared dos demonios persistían sobre sus tímpanos, duro, como masas invisibles, tronando junto a los relámpagos afuera. Gotas precipitadas a tierra como esferas de acero para desconsolar la vida que le restaba, opacar el venturoso paso desde el infierno al paraíso.














Texto agregado el 29-09-2007, y leído por 71 visitantes. (2 votos)


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