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Desesperado, algo decepcionado, o, mas bien, simplemente derrotado, acude a “El Hábitat”, como él llama a su habitación, el único sitio donde siente paz, quizás porque puede allí refugiarse en su propia soledad, o quizás porque no existe contacto alguno con el mundo que lo ha defraudado… Él piensa… Más bien es él quien ha defraudado al mundo. Suena un grito desgarrador, y en un movimiento casi agónico él busca algo, no sabe que quiere pero lo busca… Finalmente, las encuentra, en su mano se agitan unas hojas amarillentas, arrugadas, pero que para él son el mayor regalo del creador, si es que tal cosa existe, pues en ellas encuentra unas amigas que escuchan y que lo soportan todo.

De un momento a otro parece recuperar las fuerzas que ha perdido en lo que el cree que es una batalla perdida: su vida, y, como si de ello dependiera su existencia, empieza a escribir….

“Producto de una relación sin futuro alguno se limito a crecer sintiéndose solo en varias ocasiones, viendo cómo los demás eran felices y el sólo podía intentar imitarlos… Hubo un tiempo, hubo un tiempo donde fue realmente feliz, y no sabe si ese es un periodo de lapsus en medio de la soledad o la soledad es un lapsus en medio de la felicidad… Anhela con todas sus fuerzas que la segunda opción sea la verdadera… Ese tiempo fue gran parte de su infancia, recuerda nostálgicamente los juegos con mamá, las pequeñas hazañas de un niño, el no tener que buscar la felicidad porque la tenía en cada cosa que un adulto considera trivial, recuerda como los grandes problemas se reducían a la ruptura de la porcelana favorita de mamá o a tener un llamado de atención en el colegio… Sonríe mientras las lagrimas casi inundan sus ojos… Recuerda como luego llegó, junto a un gran cambio, una especie de tormenta en la que los problemas poco a poco se volvieron rutina, en la que los juegos, las pequeñas hazañas se fueron…pero la búsqueda llego.

No sabe exactamente cual fue el detonante, pero la vida ya no tenia pétalos, sólo ofrecía espinas, y a causa de ello su mente se lleno de un bruma espesa, una bruma de dolor y de odio… La bruma no lo dejaba ver, lo cegó por completo y fue así como error tras error empezó, sólo, a destrozarse a sí mismo y a quienes le amaban. Su centro de vida perdió el brillo de la inocencia, se opacó la luz de su mirada y poco a poco caía en un abismo llamado muerte.

Durante algunos momentos se percató de que poco a poco la gente lo iba dejando sólo, en medio del camino… Su corazón, o lo que sea que controle los sentimientos, se había convertido en una sombra del pasado.

Más que nada, lo que el más quería era ocultar su triste realidad, fue así como obtuvo en el mercado del infierno, y por el costo de no poder dar amistad verdadera, una útil máscara, que luego convirtió en armadura, y que le permitía mentirle al mundo.

Uso esa luz de muerte hasta para sí mismo, y llegó a creer que podría engañarse… No sabía lo que se avecinaba… una segunda tormenta lo hizo olvidar la manera en la que la máscara se usaba y simplemente explotó, y el dolor acumulado de un largo periodo se aglomeró para salir junto. Fue tal su sentir que lloraba sólo y sin razón aparente, o mejor aún, con mil razones posibles pero sin saber la razón precisa.

Encontró una manera de canalizar su dolor, y convertir las cenizas en nueva vida: el arte, y fue así como pasó horas con un lápiz, con una guitarra, un piano, con su voz, con una hoja amarillenta y arrugada en la mano. Hasta hoy
Sabe muy bien que la falsa sonrisa le hiere pero aún así teme dejarla, pues piensa que si se sincera con la humanidad el dolor que tienen acumulado de años lo ahogará … De pronto, en medio de todo, sonríe, es una sonrisa morbosa, sabe q su vida se consume sola, tal vez porque él así lo quiere… el sólo se esta asesinando.

La felicidad aún no ha llegado, y no llegará, pero tiene la certeza de que existen destellos en medio de la bruma de su mente, de la tiniebla de su corazón, y son esos destellos los que lo hacen seguir viviendo…Son los que lo hacen pensar que existe algo mejor”

Casi instintivamente, deja la pluma a un lado, observa el papel que tiene en sus manos, y, con él, todo lo que escribió… “Por lo menos él esta peor que yo”, piensa mientras bebe un poco de whisky.
Aún hoy, el personaje hijo de la tinta sigue su camino, sin tener idea que su vida es producto de la imaginación de un hombre melancólico.

Es así como una vida se reduce a un cuento


David González


Texto agregado el 27-09-2007, y leído por 231 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
29-09-2007 Ingenio, oficio y gusto por la escritura son ingredientes de un buen cuento. Saludos marxtuein
 
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