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FANTASMA TROPICAL

Apareció un día en la Candelaria sin darnos tiempo para haberlo sospechado. Pasadas bohemias e inimaginados abusos alcanzaban a reflejarse en su piel tropical, pero esas huellas no la hacían menos fuerte, sino que por el contrario la rodeaban con el aura de serena seguridad, propia de los avezados marineros domesticadores de tifones.

Llegaba con el atardecer para atacar certera y vertiginosamente a los barones que pudieran tener algún dinero en los bolsillos. Una sola mirada le servía para evaluar la fragilidad de su posible víctima, tomar la decisión y embestir sin piedad.

No dudó en asaltar al propio ministro de la protección social. Sus escoltas sorprendidos no tuvieron oportunidad de reaccionar. Tampoco lo harían en el futuro, pues quienes ya habían sufrido sus embates se apartaban de su camino dejando al elegido en total indefensión.

Eran sus dominios los vespertinos alrededores del ministerio de hacienda, incluyendo los abrevaderos de café y cerveza instalados en el sector. Solía acechar radiante, enfundando su erguida y delgada figura en un ajado traje de sastre. Más que caminar danzaba sobre los modestos zapatos de tacón.

Fui testigo el día que se avalanzó sobre Pastor. La vimos surgir de la nada. Creímos que murmuraba algo y en un instante deshizo los escasos metros que la separaban del desventurado, situándose a su lado.

Sus amigos nos apartamos como correspondía en estos casos y vimos cómo lo acorraló. Se le plantó en frente. Él intentó evadirla y seguir caminando pero ella le siguió el paso, blandió el arma locuaz y le descargó el primer golpe diciendo... “bocado de reina, así me gustan los hombres, con barriga de jornalero y culo de ganadero”.

El impacto fue devastador. Pastor buscó afanosamente una moneda en sus bolsillos y pese a que extendió su mano rendida entregando el botín, ,la despiadada le infligió otro golpe “¿quién fuera la que duerme contigo para darte tres palmadas en ese yeyé?”.

En otra ocasión estábamos bebiendo una cerveza. Ella entró al restaurante como de costumbre, con el rizado cabello recogido en una moña, danzarina sobre sus tacones y bulliciosa como su pasado. Se detuvo, miró al flaco, quien casi resignado se recostó contra la pared, como el condenado que aguarda el golpe del verdugo y debió soportar la andanada “me gustas mucho lombricita de playa”

Pacho no pudo menos que acompañar nuestra risa mientras que la audaz se marchaba triunfal, deteniéndose en el umbral de la puerta para demostrar como se baila salsa.

Cuando me despedí de mis amigos la vi subiendo por la calle sexta hacia la iglesia del Carmen. Me llamó la atención que su andar era ahora cansino y llevaba la cabeza gacha. La seguí. Quise hablarle e invitarla a un café para conocer de sus remotos andares que se me figuraban llenos de color y música. Casi la alcanzaba cuando viró a la izquierda por la calle de las culebras. Apuré el paso y cuando hice el mismo giro me encontré una calle sombría y totalmente vacía.

Texto agregado el 23-03-2004, y leído por 532 visitantes. (0 votos)


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