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El Dr. Gonzalo Rojas salía de su oficina hacia el estacionamiento para partir rápidamente a casa. Amante de los Beatles, escogió entre la guantera su preciado CD ANTOLOGY – VOL 4, en concierto. Así, relajado, el pesado tráfico miraflorino de la noche de viernes (En especial a partir de las 9 p.m.) no resultaba tan agobiante. Agarró el óvalo, bajó Diagonal y dobló por Benavides, mientras los Meches, los bemes y los Audi se mezclaban con los Ticos, los vochos y las combis y las luces de la calle se reflejaban en las lunas polarizadas de su carro (Un beme plateado, serie 5, año 2003). En el semáforo de Larco, aprovechó para colocarse el hands free, activó el bluetooth y marcó in-voice el celular de su novia (niña bien, rubia, ojos azules, arquitecta), recordándole el open party en el nuevo lounge de un amigo de infancia, y que estuviera lista cuando llegara.
Cuando bajé la mirada a la guantera, un viento frío pasó por mi derecha. Me sorprendí por un instante al ver las luces rojas de un carro delante de mí aparecidas de la nada; pero luego volví a abstraerme con los costos de remodelación del consultorio. Semáforos arriba, el intruso se perdió en una esquina y volví a verme solo. Vi la hora y apurado, comencé a cortar camino a la altura del óvalo Higuereta y meterme por entre las callecitas de La Capullana.
Asombrada le mostré mi olvido, pero la verdad, no tenía ganas de salir; y mientras me convencía, noté algo raro su voz, como interferencia en la línea, pues sonaba lejana e indecisa. Esa noche sólo quería quedarme en casa con Gonzalo, viendo algún programa, tendidos los dos en la cama, mientras pensaba el momento para decirle que estaba embarazada. Mientras hablaba con él por el celular, haciendo pucheros luego de decirle que sí, la interferencia cesó y un ruido sordo y secó me aturdió los tímpanos, creo que eran los gritos de la calle.

Help! I need somebody! Y el woofer hacía su trabajo (Track 10, Live, at Hollywood Bowl - Aug 30th, 1955) cuando el Dr. Rojas se recompuso del golpe y se dio cuenta de su situación: su beme estaba encajonado entre el station wagon de las luces rojas fantasmas y una pick up negra. No sabía dónde estaba, menos cómo había llegado a allí, pero la calle le resultaba conocida. Instintivamente, se escurrió entre el asiento posterior, cuando se cayó el hands free; y le mientras en el celular en su bolsillo, activó de casualidad el one touch y puso el speaker. A duras penas podía reconocer la voz de su novia, entre el resuello del woofer y los golpes al carro de varias sombras.
Apenas sentí el crujir del parabrisas el mundo se congeló, invadiéndome la extraña sensación de ingravidez. Todo me parecía un sueño: los golpes al auto, los gritos del celular, las lunas rotas, más gritos desaforados, el golpe en la nuca, los silbatos lejanos y, finalmente, la oscuridad, que desde ese instante, hasta ahora, nunca se me hizo más presente.
Los primeros segundos, quedé absorta al ver por la ventana, a escasos metros del intercomunicador, el beme de Gonzalo, y Gonzalo sacado a rastras por tres sujetos hacia un station wagon blanco, con las puertas de color amarillo y un letrero de TAXI, mientras otros dos sujetos, uno más alto que el otro, acribillaban al guardián de la calle y su pobre pito, antes de fugarse a plena velocidad en una camioneta pick up, de doble cabina, roja. Si, todavía eras las nueve porque no daban el noticiero: aún no me ponía los zapatos, cuando el alma se me fue del cuerpo y en el vientre sentí que algo se me estaba muriendo.

Cuando abrió los ojos, sólo pudo sentir sus ropas hundidas sobre fango. Trató de pararse pero no pudo. Por más que esforzase la vista, no lograba ver más allá de su nariz. Tuvo miedo, claro. Se alegró por un momento ante el brillo fosforescente de su Omega, para luego desencantarse porque estaba roto. Tenía aun puesto su Armani celeste cielo, y al recordar el fango, hizo un gesto de ofuscación. Intentó estirar las piernas pero sólo logró chocar contra un muro de tierra: Había sido secuestrado.
Un sudor helado recorría mi frente, cruzaba mi cuello y se deslizaba en mi espalda. Intenté sentarme, pero mi cabeza chocó contra algo que parecía madera. En ese instante, los fantasmas de mi infancia me recordaron que era claustrofóbico (Además de acrofóbico, aracnofóbico, cocainómano, hipocondríaco y homofóbico). Palpé la oscuridad: Estaba encerrado en lo que deduje era un silo: fangoso, mohoso, donde se filtraba el agua, lo cual acentuaba el frío de la época. Afiné el oído para escuchar algo, pero nada. No podría darme el lujo de entrar en pánico, “Usa la dificultad: Tú eres el dueño del queso”.
Gonzalo siempre fue una persona amable, tranquila y amorosa. No conozco gente que quiera hacerle mal, ni tampoco sé que tenga algún problema. Bueno, no ahora, pero no creo que esté vinculada. Gonzalo, como todo joven, fue algo alocado, pero sé que dejó de lado todo, como yo por estar con él. Ahora, no puedo decirle más del cómo y el por qué, sólo sé que el alma se me fue del cuerpo, el frío invadió mi vientre y necesito ir a un hospital urgente.

“De seguro son una banda, esas que secuestran y piden rescate a los familiares para dejarlos al día siguiente en algún arenal o pueblo joven”, pensó intrigado el Dr. Rojas. Instintivamente buscó en sus bolsillos. Extrañamente no sólo encontró su billetera, con tarjetas y dinero, sino también su i-pad y su celular, lastimosamente sin señal. Seguía con zapatos y también con las llaves del auto. Definitivamente no era por dinero.
Obviamente, me sentí confundido y me entró la paranoia. Pero no podría ser cierto, los años, la edad y las pruebas me protegían. Eran tiempos pasados que mi padre, el gobierno y la colaboración eficaz habían borrado. No podría ser “ello”. Pero, tal vez, tal vez, ya no era de utilidad.

El tiempo también era inútil, pues Gonzalo no recordaba desde cuándo estaba allí. ¿Horas, días, semanas, meses? Podría haber estado toda la vida encerrado allí, y su “vida” sólo hubiera sido un sueño. La serenidad que su rostro se convertía rápidamente en una grotesca mueca de flacidez, grasitud y el humor de su desilusión: Tal vez, él no era el dueño del queso.

Me moría de hambre. Me di cuenta de ello cuando me fui acostumbrando a la oscuridad, cuando descubrí que no estaba solo. A mi alrededor, cientos de rayas marcadas en la pared, desde la puertita hasta el piso. Me acordé de las llaves, pero, ¿eran mías esas marcas? ¿Qué significaban? Lo más lógico, sino lo más conveniente, fue intentar contarlas. Eran cientos. No, eran miles. Tampoco, eran millones. Cada vez que seguía contando, seguían creciendo, y se sentían a restos de uñas y carne.
Olía a orines, ¿serían los míos? (Please allow me to introduce myself); sentía frío, ¿estaba muerto? (I'm a man of wealth and taste); no veía mis piernas, mis brazos, mi cuerpo (I've been around for a long long year stolen many man's soul and faith); tal vez, todo era un sueño de alguien que creció, vive y morirá aquí, en un silo (I was around when Jesus Christ had His moment of doubt and pain): sin conocer la luz del sol, o a qué huelen los tulipanes, o que nunca verá a Paul y Ringo en el Madison, y su mundo se resume a las líneas sangrantes que lo rodeaban (Made damn sure that Pilate washed his hands and sealed His fate).

Ese olor penetraba todo: Me iban a matar. Era gas, y bien sé lo que le pasan a los que mueren con gas, varias veces lo había visto (Pleased to meet you hope you guess my name): Mis ojos saldrían de sus órbitas cuando el veneno infestara mis pulmones, estallarían los alvéolos, colapsaría la tráquea. El frío, el sudor y el miedo comenzaron a golpear fuertemente la puerta. Golpeaba, golpeaba con todas mis fuerzas, hasta que mis nudillos sangraran, mezclándose con las astillas. Al frío, el sudor y el miedo, apareció el dolor. Era insoportable (But what's puzzling you is the nature of my game).

Sus uñas se iban quedando clavadas en las paredes, desesperado por salir de allí. Resignado, vio que todo era inútil y que iba a morir. Entonces, ruidos sordos provinieron de afuera. Eran pasos fuertes y rápidos. El Dr. Rojas estaba inconsciente para contarlos. Crujieron unos goznes, una luz exangüe se empezó a colar por allí y por allá, para estallar en un esplendor. Decenas de luces cayeron sobre su rostro. Lo estaban llamando. ¿Iría hacia la luz para descubrir si todo lo soñado, lo vivido y lo pensado no es más que un simple atajo hacia la verdad? ¿O esperaría a que la oscuridad venga para protegerlo de nuevo?



Su cuerpo fue atraído hacia la luz. Gonzalo temía abrir los ojos. Empezó a sentir el viento recorrerlo, erizando sus vellos. Gonzalo sentía frío. Sus pasos eran toscos, sus piernas flaqueaban. Gonzalo quería volver al hueco. Se le fue el alma cuando le apretujaron el brazo. La Muerte lo está llevando. Las lágrimas instantáneamente brotaron. No era un ganador, era un pobre imbécil. Sin embargo, ya no importaba. Total, todos debían morir alguna vez. El problema era que nunca supo si vivió. “Al carajo, con dignidad”, se dijo abrumado. El doctor Gonzalo Rojas (¿era doctor? ¿Era Gonzalo Rojas?) nunca mostró tanta fortaleza como al abrir los ojos y enfrentarse cara a cara con el Destino, que lo esperaba tras sus párpados.

 ¡Un aplauso para el Doctor Rojas!

Los reflectores lo iluminaban. A su lado, la mano del mago lo sujetaba, mientras ambos recibían aplausos rabiosos de todo el local, extasiados con el mago y su improvisado ayudante (cuya hermosa novia, en una mesa, se desvivía en besitos volados), para recordar toda la vida esa noche de viernes, en el lounge de su amigo y el open party amenizado por MALTHUK Y SU CAJA MARAVILLOSA.

“¡Bravo! ¡Bravo!...”



Por un momento, el Dr. Rojas quedó congelado. De repente, una mano lo sacó del letargo. La vida es un sueño donde nada es realidad; donde uno siempre escucha aplausos y vítores aparecidos mágicamente; donde los atajos son pequeños parpadeos cuando se cruzan nuestros sueños y pesadillas y en ese limbo quien queda atrapado, sabe que sólo la oscuridad es buena compañía, esa misma oscuridad que al Dr. Gonzalo Rojas lo cobijó tiernamente cuando sus aplausos mágicos se desvanecieron en dos tiros de pistola.

“I see a red door and I want it painted black...”

Texto agregado el 18-09-2007, y leído por 75 visitantes. (0 votos)


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