Un día me encontraba placidamente sentado a orillas de una cascada. La visión me embriagaba, transportándome a un mundo de paz y tranquilidad inimaginables. Me quede allí un buen rato, escuchando el sonido del agua y los melodiosos cantos del estornino, hasta que finalmente me tumbé en la hierba para que la madre naturaleza me acogiera en su lecho. Las hojas de los árboles dejaban entrever el cielo que iba tomando diferentes tonalidades al tiempo que la noche lo abrazara todo. La luna por fin salio y mirando su hipnótico destello por fin caí en un profundo sueño.

Tan profundo era que se alargo durante un tiempo infinito que no puedo alcanzar a precisar. Y tuve sueños, sueños de sufrimiento, de dolor, de destrucción, sueños en los que la soledad me acechaba en cada rincón de la tierra, en los que un oscuro silencio lo invadía todo. Por fin desperté y me alegre al ver de nuevo la luna justo donde la había dejado, igual de brillante... Pero un momento... Esa luna me parecía más grande de lo normal. Al principio pensé que era solo mis ojos entelados que aun no se habían acostumbrado a la claridad de la vigilia.

Un hombre se acerco a mi lecho y le pregunte: ¿donde estoy? ¿Que es esta estructura metálica que me rodea? ¿Porque la luna aparece tan grande tras los gruesos cristales?

El hombre me contesto extrañado ¡eso que ves no es la luna! fíjate mejor... es nuestra querida y maltrecha tierra que en otros tiempos fue verde y azul, ahora gris y desolada.

Finalmente lo habíamos hecho. Habíamos destruido la tierra y el único refugio de los hombres era ahora una pequeña colonia lunar.