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Inicio / Cuenteros Locales / Bertoldok / PRESENCIA DEL ACUCIANTE OLVIDO

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"Hijo mío, no hay nada hermoso en la guerra, en ninguna guerra. Tengo ochenta y cinco años, como ya sabes, y en mi memoria quedó grabada a sangre y fuego la lucha fratricida que nuestra patria vivió. Vi morir a mis adversarios, que no a mis enemigos puesto que eran mis hermanos, vi caer a mis amigos amados; la muerte silbó próxima a mí y escupió su gélido aliento a mi cara helando la sangre en mis venas, pero la burlé momentáneamente. Dios sabe que en ocasión alguna lloré, no sé si por cobardía o loco orgullo de juventud que dieciséis fogosas pero inconscientes primaveras tornaron en invierno temprano aquellos cainitas tiempos. Al morir tu abuela, en la soledad del dormitorio deshabitado un desgarro acuciante fue más doloroso que mi maldita estupidez masculina y mis mejillas, ya hundidas, se humedecieron. A nadie lo confesé. Han pasado desde entonces varios lustros; la ancianidad me ha vuelto juicioso y sabes bien que no soy amigo de sensiblerías.
Hoy tu padre vino a casa y puesto que el fin de semana rayaba el ecuador, me regaló sorpresivamente una sesión de cine en la sala del centro de la ciudad; hizo ilusionarme como un niño: no te es desconocido el hecho de que no salgo mucho de casa y ando un tanto alicaído.
La oscuridad de la sala nos envolvió y aquella cinta bélica inesperada me golpeó los recuerdos avivando la angustia y el dolor. Pero poco a poco una bellísima música se elevó meciendo, acunando las terribles imágenes; conseguí abstraerme ante tanto horror y todos mis sentidos se concentraron en aquellos acordes que, in crescendo, me envolvieron erizando el vello en mi nuca y en mis brazos. Los martillos sobre las cuerdas de un piano percutían suavemente mi juventud rediviva y ajada. Los violines de la sección de cuerda rasgaban mis fibras y el son grave de una trompeta sacudió mi fuero interno. En aquella penumbra, sin apenas creerlo, lloré, lloré con desconsuelo y desamparo ante la sorpresa admirativa y no disimulada de tu padre que apretó mi mano crispada. Antes, al entrar en la sala, mi proverbial distracción me impidió leer el título del film. Ahora, hijo mío, sé que no podré olvidar la película y aquella dolorosa, melancólica música acusadora de una guerra, de todas las guerras: "Cartas desde Iwo Jima" se llamaba...".

Texto agregado el 13-09-2007, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


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