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Nadie lo ama con pasión ni desea conservarlo para siempre. Su legado nos resulta indiferente. No es el querido objeto por el cual todos pelearíamos para ver quién es el heredero final de su posesión. Es demasiado simple, casi lastimosamente elemental. Carente de toda belleza especial, llegado el caso, nadie Va a despreciarlo porque saben sacar buen provecho de sus utilidades. Eso sí, hay que reconocerlo, honradamente y sin bombos ni platillos, se ha ganado con el tiempo su lugar.
El añoso silloncito de buena totora está echo con madera de álamo, común y silvestre. Sin dudas que supo en sus tiempos mozos de mejores glorias. Su respaldar y sus patas tienen el torneado típico de la época como para engalanarlo un poquito nomás, pero sucede que en el transcurso de mi vida en distintas casas de familiares o amigos he visto varios muy similares, así que sus detalles terminan siendo algo bastante frecuente.
Dicen que fue de la bisabuela Cándida, la mamá de mi abu. Albergó las nalgas de tía Adelaida -la Tía Gorda que toda familia tiene- en sus horas eternas, inútiles, de entretenimiento autista a puro croché o macramé, teje que desteje.
Al fallecer la Tía el silloncito tuvo varios años para descansar de tamaño peso continuado. Pasó a ser una extensión del ropero de Arielito -nieto de Adelaida- que aperchaba sus remeras olorosas, buzos rotosos, calzoncillos clamando a gritos por un poco de aseo y medias tenebrosas a punto de brotar pezuñas. Todo esto mezclado con la mochila del cole rebosante de migas de muchas meriendas y de hojas sueltas. Cuando Arielito se convirtió en Ariel y partió a Córdoba a estudiar abogacía, el dormitorio pasó a ser de su hermanos menores: Roque y Sergio, que como se llevaban poca diferencia de edad los mandaron a dormir juntos. El silloncito quedó varado al fondo de la galería vidriada que da al patio, momentáneamente sin uso, sólo por un breve tiempo, que dejó a todos frente a la posibilidad de para qué usarlo y quién lo podía captar primero.
Al poco tiempo, nuestro protagonista pasó a ser pieza fundamental en el galponcito del tío Ramón que reparaba heladeras, freezers y a veces alguno que otro aire acondicionado. Siguió siendo muy conveniente, allí Ramón apoyaba su caja de herramientas, esa que se abre para arriba, tiene muchos pisos y se parece a un bandoneón. Al tiempo, para mejorar su servicio y poder moverlo con más facilidad le colocó rueditas en sus patas torneadas porque las herramientas pesaban mucho y había que moverlo de una punta a otra del “taller” como le decía el tío a su insulso galpón.
Su mejor momento lo vivió cuando a tía Luisa -segunda esposa del tío Ramón- se le ocurrió la brillante idea de usarlo como silla de ruedas para su madre, Doña Josefa, que había quedado muy flaquita por no sé qué enfermedad, una de esas que mueven los dedos de la mano sin querer y parece que estuvieran bailando. Ahora ya bastante desmejorada, no podía caminar ni para ir al baño, entonces el silloncito se pintó de blanco y la totora -apeluchada y grasosa por culpa del tío Ramón- dio paso a un asiento esponjoso y abultado de plástico marrón oscuro. Hermoso quedó, echo un chiche.
Pero no sirvió de mucho, Doña Josefa se resbalaba por el tapizado y hacía fuerza para atrás con sus huesudos brazos con el fin de no caerse empuñando los apoyabrazos del sillón. El remedio fue peor que la enfermedad. La ataron con un cinto ancho que la sujetaba al respaldar pero la viejita se quejaba todo el día, sobre todo porque Roque y Sergio le decían “Doña Matambre” y la paseaban por la galería corriendo carreritas cuando Tía Luisa no los veía. Hubo que alquilar nomás la silla de ruedas, de esas que tienen el freno a un costado, la que debe ser.
El silloncito ahora estaba rebonito y no merecía volver al taller, así que lo llevaron a un rincón del comedor, entre el jarrón gordo de barro cocido que tiene las flores pinchudas y secas y el Wincofón. Lo empezamos a usar para apilar los long plays del Tio Mario -el hijo de tía Luisa de su primer matrimonio- o para cuando la casa se llena de visitas en algún cumple, Navidad o Año nuevo. Ahora está sosteniendo el equipito de música para escuchar los casetes y CD (me parece que los long plays los guardaron en el ropero que estaba en el dormitorio de Arielito, perdón, ahora el Doctor Ariel porque ya es abogado y se enoja cuando no le dicen Doctor).
Como habrán visto, aún sigue prestando buenos servicios aquel silloncito de totora aunque nadie lo reclame ni se desvivan por adquirirlo, ¡cuánta ingratitud!

Silloncito
Nano Gutierrez

Texto agregado el 11-09-2007, y leído por 57 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
17-09-2007 *al menso?... jo! quise decir, al menos. Aristidemo
17-09-2007 Primero qu enada se ve que tienes muchas lecturas detrás; encuentras buenas imágenes (como la cajita de herramientas-bandoneón) y haces uso d eun sentido del humor ligero e inteligente... al menso en este cuento que me ha gustado lo suficiente como para agradecértelo. Gracias. Aristidemo
 
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