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UN VIAJE INOLVIDABLE


En esta historia queridos lectores quiero referirles sobre un inolvidable viaje que realizara al humilde hogar de mis padres, ya que desde muy joven me trasladé desde las altas montañas de Monteverde a la ciudad de Heredia, Costa Rica en busca de un futuro mejor.

Era mayo.

Aquel sábado por la mañana corría junto a los desfigurados edificios de cemento que se marginaban sobre aquellas interminables calles de la ciudad de San José que se encontraban sumidas en el silencio.

Habían pasado interminables los minutos y solo escuchaba el agitado latir de mi corazón y así con desasosiego aceleraba la marcha, cuando una frágil gaviota al escuchar mis pasos surco los cielos y se alejo hacia las verdes montañas que se divisaban a lo lejos. Me detuve un instante mientras pensaba en mi familia. ¡Cuanto los extrañaba!. Volví mi mirada al camino aquel mientras ya divisaba la estación de buses y así seguí corriendo, esta vez mas a prisa.


En ese momento el sol al fin despertó y como un ladrón atravesó los valles velozmente y fue y acaricio a las inmensas montañas. Lo envidié entonces pero pronto llegaría yo también, me pensaba mientras seguía corriendo bajo el silencio de la mañana.

Al fin llegué a la estación de buses de Puntarenas y así, aquel silencio desapareció ya que el bullicio no se hizo esperar.

Recordé entonces que una hora antes había llegado en una pequeña y vieja buseta, la cual me había traído desde Belén, lugar donde vivía en aquel entonces. Aquel día muy temprano, mirando hacia la inmensa montaña… había decidido viajar hasta la hacienda de mis padres a quienes deseaba visitar desde hacia mucho tiempo ya.

Reaccionó mi mente mientras veía como aquella pequeña estación estaba llena de todo tipo de gente que cargando pesadas maletas se movían desesperados... buscaban su transporte.
La fila era enorme y así estuve de pie esperando una hora hasta que logré aproximarme a la ventanilla. Pedí entonces un boleto para el autobús de la 7:30 AM, pero me indicaron que ya estaban agotados. El próximo autobús saldría a las 9:30 AM y así al fin lo conseguí para esa hora.

Fue eterna la espera, mientras sentado en una de aquellas viejas bancas que inundaban el lugar, paseaba mi mente, recordando viejas aventuras de mi infancia. Era maravilloso pensar en volver a mi tierra y miraba a cada instante aquel viejo reloj de pulso que mi padre me regalara a mis quince años.

Sonó al fin el grito de salida y apresurado tomé mi lugar “Asiento 23” lo recuerdo bien.

Me tocó junto a la ventanilla.

El autobús al fin partió. Viajaba velozmente por la carretera Bernardo Soto hacia el norte.

Empecé a contar los postes del tendido eléctrico, para no recordarla. Pero en mi mente me acompañaba su mirada triste que se despedía bajo la lluvia, ¡Maldito día! Que me cambió el destino. ¡Maldito día!.

Temblaba de rabia impotente. Inhalé profundamente, hasta apagar mi dolor.

Sentía como los rayos del sol incesantes atravesaban las pequeñas vidrieras y me quemaban el corazón.

Entonces corrí la cortina de tela que la cubría parcialmente y me dejé llevar por los sueños.

Ocho horas después llegué a Monteverde. Un pequeño y hermoso lugar donde mis padres tenían su hacienda. Bajé de aquel autobús. Una escalofriante brisa bajaba desde lo alto de la montaña y azotaba aquella zona.

Tomé aquel sendero donde de niño había corrido tantas veces. Y media hora después de pie, junto al despeñadero miraba como las nubes rodeaban la cima de aquella enorme montaña y como una a una se iban perdiendo en el infinito empujadas por aquel incesante y furioso viento que recorría toda aquella zona.

Miraba como los pequeños riachuelos nacían de lo profundo de los bosques y se deslizaban por entre la rocas, atravesando los valles y las praderas, lanzándose contra el impresionante mar que se divisaba a lo lejos. Las aguas parecían quemarse bajo un intenso sol que bajando como una enorme rueda de carreta se iba ocultando en el horizonte.

Miré aquella pequeña y rústica casa de madera en donde viví tantos años siendo un niño.
De pronto la puerta se abrió.
Una silueta apareció envuelta en las tinieblas de la noche.
Caminé lentamente hacia ella.
Era una vieja.
Escuché como en un grito entrecortado por el llanto pronunciaba mi nombre. Aquel grito como una flecha atravesó mi corazón.
¡¡¡Era mi madre!!!.
Corrí hacia ella y la abracé con todas mis fuerzas.
Lloraba.
Yo también lloraba.
Las lagrimas como ríos turbulentos surcaban mi rostro y se perdían... no se donde..no se
El tiempo sorprendido se detuvo y nos regaló un momento.

Miles de estrellas una a una aparecían y se multiplicaban en el universo.
El viento celoso de nuestra alegría, azotó nuevamente con furia el interminable valle, arrancándole un quejido a lo pinos y el tiempo al fin siguió su marcha.

Abracé a mi madre nuevamente.
Entramos en la pequeña casa de madera.
El viento seguía furioso golpeando una y otra vez aquella humilde choza.
Al fin se hizo el silencio.
Miré los cuadros que colgaban de las paredes. Mi título de escuela seguía ahí donde de niño lo había puesto. Un hermoso lienzo con una pequeña rasgadura en un costado que yo de niño se lo había hecho…
Mi madre me miraba feliz junto a una puerta. La reconocí de inmediato. Era mi habitación.
Esa noche dormí como nunca.

Soñé y en mis sueños, aquella hermosa casa de madera continuaba ahí mas hermosa que nunca. ¡¡¡El lienzo!!! Ya no tenía aquella rasgadura, mi Título de escuela ¡¡¡ya no estaba!!!. Un niño corría enloquecido por la hermosa pradera. Una hermosa mujer a su lado lo cuidaba. Aquella mujer ¡¡¡era mi madre!!!. Desperté…Mi corazón palpitaba.

El sol al asomarse sobre la montaña atravesaba el cristal y llegaba hasta mi lecho. Mire hacia aquel viejo reloj sobre un estante de metal. Eran las 8:30 de la mañana. Abrí la puerta. Caminé hacia el comedor. Miré a mi madre, quien preparaba el desayuno, ella me miró. Una lagrima rodó por sus mejillas. Corrí a su lado y la abracé. De sus labios y entrecortado por el llanto me dijo ¡¡¡te quiero!!!. Sus palabras…de emoción llenaron mi corazón y me hicieron enmudecer.
El tiempo otra vez se detuvo y pude ver como aquel niño seguía al cuidado de su madre.
Nuevamente el viento azotó las paredes de aquella pequeña casa de madera, y el tiempo siguió su marcha.
Pregunté por mi padre y mis hermanos.
Estaban trabajando.

El sol en el centro del universo todo lo envolvía.
El viento aún soplaba enfurecido.
Las doce en el reloj.
Tenía que marcharme.
Abracé a mi madre, la besé.
Las lagrimas aún seguían rodando por sus mejillas. ¡¡¡te quiero mama!!! Le dije… Y me alejé.

De pié junto al despeñadero miré los valles y las praderas, la enorme montaña rodeada de nubes. Una a una impotentes aún seguían siendo lanzadas por el furioso viento. Las aguas azules del mar a lo lejos.

Bajé por el sendero velozmente hasta llegar a la pequeña estación. El autobús ya salía, subí y en un instante partimos. Ahora bajaba junto a las aguas del riachuelo, surcando los valles y las praderas. Ocho horas después llegaba a mi casa en Belén.

De pie miraba la enorme montaña a lo lejos en el horizonte, las nubes aún seguían bajando estrepitosamente.

El tiempo se detuvo de nuevo. Pensaba en volver…¡¡¡sí volvería!!! …El viento azotó furioso nuevamente. Y el tiempo continuó su marcha.


Texto agregado el 07-09-2007, y leído por 3095 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
07-11-2007 Me agrada... ilov
 
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