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EL CIELO

“Cuando el orgullo grita es que el amor calla” Iba pensando de camino a mi casa aquel frío martes de febrero, víspera de San Valentín. “Cuando el orgullo grita es que el amor calla” Es una frase de Filippe Gerfaut y llevaba todo el día dándome vueltas en la cabeza. No estaba seguro que lo mío fuera orgullo, creo que no, pero cuando llegara a casa le diría a mi mujer que quería el divorcio. Estaba muy afligido porque nuestro amor había sido verdadero y las imágenes felices se iban agolpando en mi mente pidiendo paso una por una como diciendo ¿No te acuerdas de esto, o de aquello? ¿Realmente estás seguro de que la solución es separarte? Voy a destruir dos vidas para intentar salvar una; la mía. No se había producido ninguna crisis anterior ni habíamos discutido hasta perdernos el respeto. Nunca la había maltratado ni físicamente ni de palabra. Sin embargo nuestras vidas se habían estancado. No evolucionaban hacía ninguna parte. Vivíamos sin objetivos y sin ilusiones. Nuestra estabilidad económica era tan robusta que daba lástima vernos levantarnos por la mañana sin nada por lo que luchar. Tal vez si no hubiéramos heredado todos aquellos millones a los dos meses de casarnos. No tener hijos fue otro error. En este caso mío fundamentalmente. “Vivamos la vida con egoísmo” Le dije. Aprovechemos el dinero para disfrutar de la libertad de vivir. Y lo que hicimos fue adocenarnos y considerar una excursión bajar el domingo a por el periódico. Salí del ascensor y antes de introducir la llave en la cerradura respiré hondo varias veces para armarme de valor. Al entrar la encontré en el dormitorio ordenando el armario.
- Buenas noches, cariño.- Me dijo. Me acerque hasta ella y la besé en la mejilla. Percibí su delicado perfume y sentí la suavidad de su cutis en mis labios.
- ¿Qué haces?
- La pregunta del inglés, que pregunta lo que ve.- Me contestó
- Sabes que odio tu coñazo de refranero. ¡Háblame como a una persona normal¡ ¡Joder! ¡No como a un retrasado! – Le grité, lo reconozco.
- Oye, no te pongas gallito conmigo. Eso con los borrachos de tus amigos.
Siempre me sacaba de mis casillas. Sabía como hacerlo. Decidí ponerle fin al asunto. Fui a la cocina, cogí el cuchillo más grande que encontré y volví al dormitorio. Entonces lo hice.
- ¿La mataste?- Preguntó Simón boquiabierto.
- ¿Tú eres tonto? – Le dijo Jaime el patillas, a Simón. - ¿No nos ves a los tres? ¿Acaso no es esto una celda? No vamos vestidos los tres con trajes a rayas horizontales blancas y negras. ¿Crees que estaría aquí si no la mató?
- No. No la maté.
Los dos me miraron sorprendidos. Jaime el patillas, sonrió y dijo.- La heriste. Le diste una lección.
- En absoluto.- Contesté. -Me suicidé delante de sus narices.
Los dos se miraron extrañados. Simón arqueó las cejas y enormes arrugas horizontales atravesaron su frente. Jaime el patillas cerró los puños pensando en vengar la burla.
- ¿Entonces, estás muerto?. -Preguntó Simón indeciso.
Ahora fui yo el que se hizo el sorprendido.
- ¡Por supuesto!. Como vosotros.
- ¡Nosotros!- Exclamaron al unísono.
- No sé si estas tonto o loco pero empiezas a caerme mal. – Dijo Jaime el patillas nervioso. -Esto es el talego, amigo. No el cementerio. Prueba de ello es que si quieres largarte hay un puto guardia que te lo impide.
- ¿Lo has intentado? No. – Me contesté yo mismo antes de que él lo hiciera¡-Venid conmigo!- Me levanté y eché a andar en dirección al rastrillo de seguridad. Ambos me seguían sonrientes como dándole carrete a un loco. Al llegar a la altura de la reja de hierro está se abrió y el guardia nos saludó.
- Buenas tardes, señores. ¿A dar un paseito?
- Sí, gracias. – Contesté yo solo ante el asombro de mis compañeros que me seguían a un metro.
- ¡Estamos saliendo de la prisión! ¡Osea que estamos muertos! – Dijo Jaime el patillas estupefacto- ¿Y tú por qué lloras? – Le dijo a Simón.- ¡Joder porque me he muerto!- ¿Y que importa? ¡Somos libres!
Les acompañé a lo largo de otros dos controles y me despedí de ellos en la acera de la calle. – Me vuelvo a echarme una siestecita- Les dije.
- Espera.- Me dijo Jaime el patillas.- Dime: ¿Esto es el cielo o el infierno?
Dudé unos instantes y por fin conteste: “El cielo” Y se fueron corriendo saltando y riendo.
Volví a entrar en la prisión y en el segundo rastrillo me asaltó el jefe de servicios.- Es la última vez que te concedo una extravagancia de este tipo. Aunque tu hermano sea el director de la prisión, todo tiene un límite. Si dos internos son indultados deben abandonar el centro reglamentariamente y no con una mano delante y otra detrás y con los uniformes de preso.
- Pues se han ido encantados. Tocaban el cielo con las manos...........

Texto agregado el 04-09-2007, y leído por 75 visitantes. (0 votos)


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