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Solo aire

Emilia quería dejar de pensar aunque fuese por un instante, Emilia quería dejar su mente en blanco. No recordaba un minuto de su vida en que no pensase nada, en que ninguna imagen o idea vagase por su mente, desde que tenía memoria siempre había estado pensando y eso le turbaba, en sus nueve años de vida no había hecho más que pensar. ¿Por qué no lograba dejar tranquila su mente por un sólo instante? Se preguntó Emilia. Y la respuesta era obvia, ella jamás lo había intentado.

Era aun temprano en la mañana cuando se dirigió Emilia al jardín y sentándose en su columpio intentó que este se mantuviese quieto, sin embargo, aquello se le hacía imposible. El solo hecho de que ella se encontrase sobre él, producía que el columpio se meciese y no pudiese mantenerse en total quietud. Aferraba sus pies al suelo que apenas alcanzaba con sus cortas piernas, mas el columpio continuaba su balanceo habitual.

Emilia comenzaba a inquietarse y comprendió que así no podría dejar su mente en blanco, así como el columpio no cesaría nunca de, simplemente, columpiarse. Emilia se levantó lentamente del columpio para que su vestido no se enredase en él y contempló que hasta la más débil brisa lograba desequilibrar el columpio, haciendo que este oscilase lentamente, pero de cualquier modo oscilaba. Emilia fue hasta el otro lado del jardín y recostó su cuerpo en el pastizal, apoyando sobre este su cabeza. Entonces comenzó. Emilia quería poner su mente en blanco.

Hizo un gran esfuerzo por ignorar la brisa y los coches que velozmente pasaban por la calle, entorpeciendo todo intento de Emilia por dejar de pensar. Mas por un instante logró olvidarlos, no obstante, comprendió que comenzaba a hacer frío y aquello no podía ignorarlo. De esta manera se dirigió a casa y con esto su primer intento había fracasado.

Al cerrar la puerta de entrada pudo sentir como la tibieza de su hogar la envolvía y acercándose lentamente a la salamandra Emilia iba abrigando su cuerpo. Partiendo por sus manos, su cuello, sus mejillas, sus pies y hasta la punta de su nariz que tenía completamente helada. Cuando ya estaba cómoda, sus pies la llevaron hacia su habitación, donde en la comodidad de su cama debería poder dejar su mente en blanco.

Ya sobre la litera, recostada, con la mirada hacia el techo, relajó lánguidamente su cuerpo hasta no lograr sentir la punta de sus dedos. La puerta yacía cerrada y por la ventana ya no llegaban los rayos de luz. Estaba en penumbra, ya nada podría distraerle de su misión y entonces cerró los ojos. Los pensamientos recorrían vertiginosamente su cabeza, aunque ya no era persuadida por sensaciones externas a ella, su interior no daba abasto para tanta abstracción. Emilia comenzó a intentar visualizar en su interior, con los ojos cerrados una especie de pantalla blanca que cubriese todo lo que lograra ver. Y lo hizo. Mas comprendió que al estar pensando en que pensaba en pensar en dejar de pensar y pensar en ella una pantalla blanca para luego pensar preguntarse en pensar si había dejado de pensar, era simplemente continuar pensando. Y aunque visualizase una pantalla blanca, sin imágenes, su mente aun no estaba en blanco.

Emilia empezaba a angustiarse y su impaciencia multiplicaba sus pensamientos.

Mantuvo aquella postura tiesa durante una media hora, hasta comprender que el segundo intento también había fracasado. Emilia comenzaba a preguntarse si a caso otra cabeza podría estar produciendo la cantidad de pensamientos que en aquel momento maquinaban sus neuronas, sin dejarla en paz. Supo que su mente estaba agobiada, que sus sentidos eran victimas de una dictadura pensante, que no dejaba descansar. Entonces intentó nuevamente asesinar a sus pensamientos, si lograba ser indiferente a todos sus sentidos y recuerdos y esperas, podría dejar de pensar aunque fuese un segundo. Acostada nuevamente en la comodidad de su cama, intento olvidar los sonidos, las visiones, la temperatura y el tacto, los gustos y el olfato, el día de ayer y el de mañana, las preguntas y las respuestas y los sueños y pesadillas, y por un segundo fingió no sentir, fingió no existir. Intentó ser nada, sentir nada, pensar nada. Sin embargo, todo no dejaba de ser nada más que un montaje, era falso y fingido. Ella continuaba ahí, pensando. Notó entonces, que para pensar nada no podía estar pensando en intentar pensar que no podía pensar sin sentidos ni recuerdos y pensar que así podía dejarse a sí misma sin pensamientos para lograr pensar nada. Emilia estaba confundida.

Entonces notó que su mente era muy poderosa y que la estaba venciendo. Cada vez que lo intentaba, ésta le disparaba balas de preguntas, con pólvora de memoria, o evocaciones de la nada y entre mayor era su afán, más pólvora contenían las balas. Notó también que ésta actuaba como una trampa, como aquella que los cazadores ocultaban a sus presas que intentando encontrar alimento, se convertían en él. Como aquel conejo que era engañado por zanahorias de naranja traición y quedaba reducido a una jaula. Pobre conejo claustrofóbico.

Emilia debía intentar dejar de intentar no pensar y así intentar pensar para realmente estar intentando no pensar, así la defensa de su mente se hallaría más cautiva. Alejándose del alimento, obtendría el conejo entonces su zanahoria, sin antes convertirse en presa.

Emilia se recostó nuevamente en el pastizal del gran jardín que rodeaba su casa, pintado con violeta y lilas y verde y madera. Estaba ahora rodeada de distintos sonidos, de ruido, bulla, bocinas y murmullo. Intentó ser consciente de todo aquello en un solo segundo, un solo instante mantendría a su mente tan ocupada como pudiese. También su vista. Observó las estrellas, al mismo tiempo las nubes, el cielo, las ramas de los árboles, las hojas en ellas, el barro en las hojas, los insectos, los colores y sus matices, el celeste del cielo comenzaba a parecerse al gris de las nubes y el verde de las hojas y el rojo de los frutos, e intentó fusionar todas esas imágenes sin convertirlas en una sola, sino hacerlas una en el tiempo. Comprobó que el frío y el calor podían ser tibio, muchos y uno solo en el tiempo. Y los pensamientos se reducían para caber en el instante. Y supo que al recordar tantos sabores y olores, tantos colores y figuras y sonidos, estos ya no eran, que todos los olores en su conjunto eran como no oler.

El olor a rosas, el del pasto, el barro, la brisa, ella misma. Y de pronto ya no tenía ni ojos, ni nariz, ni oídos ni memoria de estos, ni pasado ni futuro ¿ni presente? Y poco a poco estos dejaban de existir y percibir ¿y de pensar? Y no sentía y al estar pensando todo en un mismísimo instante ya no sabía que realmente pensaba. De repente dejó de saber y de ignorar, dejó de buscar y encontrar, de recordar y olvidar, cada uno componía un todo magnífico y blanco y negro gris también, y los pensamientos aglutinándose se despintaban y no se encontraban. Y paralizando su cuerpo infantil, sus sentidos, su mente y su conciencia, podía ser nada. Había vencido a su mente engañándola y retándola a ganarse a sí misma, completándose y anulándose. Llegaba a los limites de la razón, a la frontera invisible de la realidad, impidiéndose ser, ver, oír, gustar, oler, mover, sentir. Y de pronto Emilia ya no fue más, ya no sintió más y en su confusión ésta misma desapareció, ya no existía confusión, y entre el azul y el verde, entre el musgoso colchón y el techo pintado de niebla, entre la tierra de los pies y el cielo que llueve, entre el pasto y el cielo estrellado, por un instante, sólo hubo aire.

Texto agregado el 02-09-2007, y leído por 148 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-09-2007 Excelente relato. Te felicito, he dado una vuelta por tus textos y me parecen geniales. Tienes fuerza al narrar y buen sentido de literario. Felicidades. Jazzista
02-09-2007 buenisimo he tratado y no he podido , mil veces como en la meditacion de la otra vez... t acuerdas?? bienvenida nata zubmundana
 
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