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De hadas y perros.


Eran las cuatro de la madrugada cuando se oyó de pronto un choque, eran las cuatro de la madrugada cuando se oyó el chirrido de los frenos como preludio de un accidente, cuando se despertaron todos los vecinos y las ventanas comenzaron a emitir luz. El conductor explicaba que no le había visto, que no tenía idea de dónde había a aparecido, ni en qué momento.
Los vecinos estaban consternados y si no hubiese llegado la policía a tiempo no se que camino hubiese tomado esa violenta y aterrorizada reacción. Los perros ladraban enloquecidos desde los patios de cada casa y poca gente lograba continuar durmiendo. Con una ambulancia fuera de casa y todos buscándole, gritando con esperanza su nombre, conciliar el sueño era un reto.

El cielo comenzaba a aclararse y las estrellas se extinguían limpiando el cielo cuando ya algunos habían recobrado el sueño y el asfalto continuaba manchado de un rojo turbador, el muro destrozado, y ya se habían llevado el auto en pedazos y al conductor herido, ¿y el cadáver? -Hice todo por esquivarle- explicaba ya en la camilla- y desapareció.
Cuando ya el sol calentaba la calzada accidentada en rojo desde lo alto y evidenciaba las grietas que habían quedado dibujadas en la vereda, cinco horas después del accidente, Elisa recién abría sus ojos, estiraba sus brazos y bostezaba. Había tenido un sueño más pesado que el de costumbre y paradójicamente su cuerpo estaba cansado de tanto dormir. Sí, esa misma sensación de cuerpo y párpados pesados. Cuando logró sentarse por fin sobre su cama, notó que había un silencio no muy habitual y ya de pie comenzó a buscar, no era lógico que a estas horas no hubiese nadie más que ella en la casa, pero así era. Bajó y subió escaleras y volvió a bajarlas luego, aullando sus nombres. No obtuvo respuesta.
Elisa estaba sola y un silencio frío y otoñal recorría las habitaciones de la casa. Fue al baño del segundo piso, el que –para suerte suya- jamás había tenido espejo y se lavó la cara y las manos. Estaba más sucia de lo que creía, como si nuevamente esta noche le hubiese sangrado la nariz, ¿cuántas veces habría tenido que caer aquella noche, mientras paseaba por la casa sonámbula? Maldijo las pastillas. Entonces miró después de mucho por la ventana, y con sorpresa descubrió los rastros de un terrible accidente, el muro de enfrente partido a la mitad y el pavimento quebrado, todo esto con un toque de sangre. Le recordó a un sueño, sí, de esa misma noche y bajó corriendo la escalera de caracol y resbaló y no se cómo pero se levantó, aun tenía tiempo, creo. En la puerta había una nota – Nana, Fuimos a buscarla, esperamos volver luego y haberla encontrado para el almuerzo.- Pero María no llegaba hasta el medio día. ¿A quién habían ido a buscar? Salió de casa ignorando la nota y luego de unos cuantos pasos fuera de su jardín, se encontró con lo que había visto en sueños y desde arriba en la ventana.
En el suelo habían vidrios rotos de un espejo retrovisor, que se armaban construyendo su rostro, mientras ella les miraba. ¡Qué aspecto más horrible! ¿Cuánto había sangrado su nariz? Su pijama también estaba entintado. Habría tenido que caerse mucho y las pastillas ya no servían, nada servía. Entonces comprendió. Habían atropellado a alguien en esa esquina y le habían asesinado, con la cantidad de sangre que había perdido el desdichado, no podía estar vivo. Y ella entonces recordaba el sueño y este se mezclaba de pronto con la realidad que a su vez se volvía sueño. Y no entendía por qué había soñado lo que había soñado o por qué había pasado lo que había pasado.
Sí, había caminado el condenado desde su hogar, tranquilo y ciego por la vereda y el error había sido cruzar la calle sin mirar antes.Y es aquí donde su mente dio un centenar de vueltas y se abatió, por andar creyendo que todo siempre era sueño y las hadas con los pájaros y los gnomos con los perros.
Su corta vida había acabado en un sueño y tanto como dormía se acercaba al infierno, cuando caminaba durmiendo descalza a oscuras y el conductor no le vio, pero ya muerta huyó y se ocultó y luego volvió a su cama y se durmió o quizás despertó. No podía tenerlo claro, pero en su convicción de estar viva, la voluntad vencía a la muerte y a Elisa se le olvidaba morir. Y andaba soñando por ahí a morirse, mientras quería vivir soñando que estaba viva. Y entonces comprendió y entonces su cuerpo se desplomó inerte junto al vidrio roto en pedazos, junto a la sangre que de ella había emanado. Ahí encontraron más tarde al cadáver que jugaba a respirar y que ahora soñaba a estar viva en otro lugar.

Texto agregado el 02-09-2007, y leído por 121 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-09-2007 sigo leyendo y voy confirmando muy buenas narraciones: con imaginaciòn, bien escritas, con cierta soltura que da el conocimiento de lo que se hace. En fin, muy bien. Jazzista
 
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