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SALSA, ANDRES CAICEDO Y CANNABIS SATIVA
La Cascada quedaba en la prolongación de la Roosevelt en un sector donde en esa época sólo había una que otra casa y muchos lotes baldíos. El Club solo ocupaba una tercera parte del terreno y en el área de atrás se improvisaba una cancha cuyas porterías eran marcadas por unos conos que Rodrigo Cuervo y yo nos habíamos tomado en prestamo permanente permanente de los Talleres de Emcali que quedaban junto a la escuela Mariano Ramos.

Entre las diez y las doce se jugaban unos clásicos mejores que los de el Pascual Guerrero. Barbi Ortiz,
Víctor Campaz, que estaba recién llegado de Tumaco, los primos de Pedro Zape que eran de Puerto Tejada, pero vivían ya en Cali y eran todos de fútbol a nivel profesional, Carlos Valencia, que después jugó brevemente en el Deportivo Cali, Leo Benedetti, quien le quitaba el sueño al Doctor Guillermo Cortés que se la pasaba tratando de conquistarlo para la cancha y para la cama, el hijo de Fresquet, que le decíamos Fresquito, el negro Quintana, los anteriores y muchos otros de gran clase que hacían unos verdaderos clásicos.

Luego nos duchábamos a la carrera, los que vivíamos en San Fernando en nuestra propia casa y los que no donde Toño García, hijo del peruano que formó parte del famoso Rodillo Negro y que vivía frente a La Casa
del Deporte.

Salomón Pinto, que era co-propietario de la Cascada, llamaba a la policía para que nos hicieran suspender el juego, pero los policías generalmente se quedaban viendo el partido.

El día 27 iba a ser especial porque de regreso de la República Dominicana donde se había presentado con mucho éxito Watussi, el venezolano, arrimó a Cali con su grupo que tocaba una salsa muy parecida a la de Nelson y quería ponerse de acuerdo para grabar Traicionera junto con Piper Pimienta, que acababa de firmar contrato con Codiscos y en ese año precisamente estaba acoplándose con el grupo de Fruko.

El grupo de Watussi se llamaba Los Satélites y se iba a presentar por una sola noche ese 27 con Watussi alternando con Piper como solista.

Eran un poco pasadas las diez de la noche y ya estaban probando los amplificadores y las luces cuando entraron el Sargento González y un agente del Departamento de Rentas que se llamaba Enrique Valdez y vieron entre los presentes a FranPeña, que tenía órden de captura por algún delito mayor y todos lo conocíamos porque el Teniente Buendía había echado el chisme de que años atrás había sido uno de los principales sospechosos de pertenecer a la red de secuestradores y supuestos violadores de sardinos de los barrios pobres y que dieron orígen a la leyenda del Monstruo de los Mangones.

En su ansiedad por hacer el arresto de su vida se le tiraron de frente a FranPeña sin detenerse a pensar en el lugar en que se hallaban y FranPeña volteando la mesa se parapetó detrás de ella y empezó a disparar.
Los agentes respondieron y en la balacera que se armó en en esa penumbra y cogió desprevenida a mucha gente cayeron el sobrino de el dueño del Club, un jóven de unos veintitantos años que era muy serio y dedicado a ayudar en la administración del lugar, y otro muchacho cuyo nombre no recuerdo, y que - según el chisme que oí - era vendedor de una distribuidora de discos y había sido invitado por Salomón para la noche especial de la presentación de Piper. Era asiduo de las tardes de La Cascada y todos le llamábamos Baiocco, tal vez por el jugador de fútbol que años atrás había jugado en el Cali.

En la zarabanda que se armó hicieron corto circuito los altoparlantes o algún componente del sonido y además de la tragedia y el susto de la balacera se presentó un incendio de medianas proporciones, más que todo por la falta de cabeza fría de alguien que cogió algo que se estaba quemando y por miedo a que se avivara el fuego con las alfombras y los adornos de la sala y lo tiró sin fijarse bien precisamente a donde estaba la cantina y afortunadamente el muchacho que atendía el bar ya estaba saltando la cerca al final del campo donde jugábamos fútbol, porque ahí con el alcohol se formó una explosión y una llamarada que nos obligó a todos a evacuar el lugar.

FranPeña aprovechó la confusión y se escapó, aunque uno o dos años después apareció ahorcado en una casucha donde después lotearon la Union de Vivienda Popular.

La policía reportó el caso como suicidio, pero las fotos que publicó la página judicial del País no dejaban la menor duda de que había sido ejecutado.

Lo más irónico fué que después de años de protestar porque la salsa supuestamente le estaba arruinando la fama al negocio por las programaciones vespertinas fué durante la noche cuando se presentó la tragedia.

En todo el tiempo que trajiné por los rumbeaderos de Cali solo en esa ocasión, en otra en El Patio cuando era de propiedad de El Grillo, y finalmente, cuando controlaba los activos del CIAT y en un Diciembre se me ocurrió llevar a unos paisitas con ínfulas de tenorios al Cabo Rojeño supe de la violencia alrededor de la salsa. A uno lo cosieron a puñaladas a la hora de la salida, lo cual - creó - acabó con el ápice de respetabilidad que, muy a regañadientes, me conferían las secretarias ijuecutivas que no se explicaban cómo puede haber llevado a los paisitas a semejante antro deperdición. Pero la realidad es que, más que Dídimo y yo, el mismo paisita tuvo la culpa de lo que le pasó, porque antes de irme con mi pareja a bailar Mazurka en las residencias de Caracucho le advertí que no se creyera los cuentos de las matronas paisas sobre las jevas de Cali y que en realidad las caleñas son como las rosas, que el que las quiere manosear tiene que fijarse muy bien, porque tienen espinas.

La historia del paisita tiene muchos más elementos de drama, sexo, suspenso y violencia, pero por el solo hecho de que bailaba salsa como ejecutando la danza de la lluvia en titiribí no merece ocupar más espacio en este texto donde reina la salsabiduría.

ANDRES CAICEDO

En la familia le llamábamos "metralla", lo cual sólo empezó a resentir cuando su combo de fotógrafos y pichones de cineastas se enteró y empezó a agudizar así su tartamudeo.

Yo le llamaba Andresin Sanedrín, cuando le daban los arrebatos místicos y se emperraba en subir la lomita que llevaba al templo de la Vírgen de Fátima.

Y no nació para ser novelista. Igual que yo carecía de la disciplina y el sentido de renunciación necesarios para el oficio de novelista.

Éramos demasiado turbulentos y vitales. Por eso su genio consistía en escribir cuentos magistrales en los que el lector se enteraba del relato específico de Andrés pero terminaba convencido de que había leído una epopeya que narraba los dramas más complejos y dramáticos de esta mezcla de viacrucis y desfile inaugural de circo que es la vida.

La razón por la cual a muchos lectores les resulta tan difícil "entender" su única novela, "Que Viva la Música"
es porque no es una obra escrita con la predeterminación de sacar de ahí lo que tradicionalmente se conoce como una novela.

Andrés nunca se sentó, como dicen algunas reseñas biográficas y de su obra, a escribir "Que Viva la Música".

Simplemente reunió toda clase de recuerdos y vivencias desperdigados en textos unas veces relacionados, otras completamente inconexos, y magistralmente sacó de ahí una novela.

Pero al hacerlo también logró su propósito de escribir una narración que se leyera como se escucha un canto gregoriano, para lo cual, según lo decía Andrés, se necesita un vareto tamaño ego porteño.

Su mejor cuento, que nunca quiso publicar y quemó antes de ponerse a hacer experimentos sobre la resistencia de los flacuchentos a los efectos del Seconal, fué "Limoncillo y Asfalto", del cual los pocos que lo leímos sólo mencionamos el título para no emputar a Andrés, que sería muy capaz de venir a desquitarse de cualquiera que desafíe alguna de sus peculiaridades.

De entre las muchísimas anécdotas de vivencia con sus compinches que aparecen en Que Viva la Música, la mía es el relato, un poco adornado y a la vez suavizado, de cuando después de un picado de fútbol en Pance subimos Andrés y yo a un charco que quedaba detrás de unas tierras de Oliverio Lara y nos topamos con dos gringuitos completamente desnudos buscando hongos.

La ropa la tenían debajo de unas piedras, porque ya estaba empezando a oscurecer y el viento estaba tenaz.

Les quitamos el dinero y los documentos, y al que se quiso poner imperialista le dimos un severo tengateallá.

Ahora sí que me digan que la salsa es música de rufianes y atracadores.

No sé si después de su muerte el señor argentino que le publicó los primeros cuentos y "Que Viva la Música"
le habrá cumplido a Andrés el juramento de nunca vender los derechos de la obra a una editorial multimillonaria.

Andrés siempre juró que si su obra era aceptada por los lectores sería por su calidad, no por el marketing de una super-editorial.

Los cuentos de Andrés, sobre todo algunos que nunca he visto publicados, no me explico porqué, y todos los otros que se quedaron inéditos después de su muerte, confirman que fué si no el mejor escritor de su generación, porque le faltó vida para obtener ese lauro, la menos el escritor con mayor talento narrativo de la abundantísima cosecha de los años 50 a 53.

Todavía cuando leo apartes de "Que Viva la Música" me parece verlo escribiendo furiosamente mientras pita de un vareto interminable y se rasca el culo con una frenesí digno de las hemorroides de Tiberio, mentándole la madre a sus personajes, lanzando sonoras carcajadas convulsas al mejor estilo Vincent Price, y afilando la punta de los cincuenta lápices que tenía a mano siempre que se sentaba a escribir "de corrido".

Continuará



Texto agregado el 27-08-2007, y leído por 985 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-08-2007 Sr. Guiliano, Me permito decir que andres Caicedo fue un excelente escritor, y tu tienes potencial.. si acaso eres colombiano, tambien lo soy yo. Un brazo desde el interior de la region andina. NuevaG nuevagranada
28-08-2007 Genial capítulo, sugerencia: y las letras de la salsa? NeweN
 
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