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Recupero aquí uno de mis cuentos más antiguos de los que he colgado en esta web. Ya tiene más de diez añitos... ¡Diez años! Miren, me dio un ataque de nostalgia y como consecuencia tienen aquí otra vez este simulacro de novela negra. Espero que lo disfruten y no me sean duros con él, que es una criatura inocente..!







Llevo dos semanas detrás de él, como una lapa, y nada, que no hay forma. Quién sabe, quizá se ha vuelto decente. O lo que es peor, igual se huele algo y me está esquivando. Paciencia. Hace apenas diez minutos que está en el local. No sé por qué pero tengo una corazonada. Se ha metido en uno de esos antros donde se encuentran ejecutivos cuarentones trasnochadores con putitas de lujo. Tendré que esperar. Habrá que entretenerse en algo... a ver... la grabadora... sí, tiene pilas... en fin, será cuestión de comenzar...





UN HOMBRE MUERE AL CAER DE UN TERCER PISO.
Efe.- Un hombre murió anoche al caer al patio interior de un edificio desde el tercer piso. La policía sospecha que estaba intentando robar. El hombre tenía alrededor de 50 años y sus iniciales eran D.R.
EL DIARIO, 24- MARZO- 1994


Una noticia más, un breve sin importancia, sino fuera por las consecuencias que este hecho provocó en mi vida.

Al grano. Ese tal D.R. era mi padre. En el momento de leer la noticia no lo sabía. Ni podía figurarme que le hubiese dado por atracar pisos. Aunque, todo hay que decirlo, D.R. no eran las iniciales de mi progenitor. Con el teléfono en la mano, estuve estupefacto durante unos segundos mientras el policía, al otro lado, me informaba del lugar donde tenían el cadáver y me preguntaba (me inquiría) si podía pasarme esa misma tarde a reconocer el cuerpo. No puede ser, esto es una broma. Pero no lo era. Estaba allí. Pálido, inerte, con la cabeza reventada. Su cara me recordaba más a un antiguo conocido que a quien me cuidaba en mi niñez. Me sentía apesadumbrado, aunque más por no sentir una especial compasión por aquel cuerpo sin vida que por el hecho en sí. Traté de reprocharme el haberme alejado de él hacía ya diez años, pero no pude. Quise buscar esa pena que se debe sentir cuando se pierde a alguien muy querido. Pero mi padre nunca lo fue. Me fui de casa con veinte años aunque , en realidad, me había ido hace tiempo. Desde que nací matando a mi madre (según él) no fue capaz jamás de quererme, aunque lo intentó, doy fe de ello. Pero no fue exactamente ese suceso lo que cambió mi vida, sino otros que surgieron a partir de entonces. Hechos que se entrelazaron formando la soga que ahora me oprime y de la que tantas ganas tengo de liberarme. Quizá si hubiera sabido entonces todo lo que me iba a pasar, hubiera huido como alma que lleva el diablo. Pero no lo sabía. No tuve más remedio que dejarme arrastrar hasta hacerme sentir ajeno a todo ello, como un espectador de mi propia vida. Y esa sensación de alejamiento comenzó con la llamada telefónica del policía, se incrementó con el reconocimiento del cuerpo y se precipitó definitivamente al acabar el entierro, cuando un desconocido de aspecto gris y desolador se me acercó y me dijo:
- ¿Es usted el hijo del difunto, verdad?
Me sorprendió un poco su sequedad. Pensé que sería otro policía haciendo preguntas como habían hecho durante la tarde anterior.
- Sí. ¿Qué quiere? ¿Es usted policía?
El individuo gris sacudió levemente la cabeza y dibujó en su rostro lo que pretendía ser una sonrisa amable.
- Comprendo que quizá no sea el momento más oportuno. Pero creo necesario que sepa algunas cosas sobre su padre. Me llamo Julián Hernández. He estado trabajando con él hasta ayer mismo. Sé por qué se mató.

Que yo supiera, mi padre había sido, desde hacía bastantes años, un empleado en una compañía de seguros. Poco antes de irme de casa le habían ascendido a encargado de nosequé sección, lo cual le permitía vivir con cierta holgura (más desde que lo dejé solo). ¿En qué tipo de negocios se habría metido?
- Está bien. Tengo toda la tarde libre. ¿Dónde quiere ir?

Me condujo hasta su coche y me propuso ir hasta una conocida cafetería de la ciudad. Usé su teléfono portátil para avisar a mi mujer de mi retraso imprevisto. María estaba en casa esperándome. A pesar de llevar cuatro años casados, apenas había visto a mi padre. Y prefería que así fuera. No quise que me acompañara al entierro. Además, era enfermera y la noche anterior tuvo guardia.
- ¿Te encuentras bien? Te noto tenso...
- Sí, sí, perfectamente. No te preocupes.
- ¿Algún problema?
- No, no... sólo que voy a entretenerme un rato hablando con un conocido de mi padre. Ya te contaré cuando llegue a casa.

Ni el hombre gris ni yo intercambiamos palabra alguna durante el viaje. Llegamos a la cafetería en cuestión de media hora.
- Supongo que lo que voy a decirle le sorprenderá. No es de extrañar, sé que nunca se llevaron bien... En fin, como le dije antes su padre y yo trabajábamos juntos. En una agencia de detectives.

¿Agencia de detectives? No sabía que...
- Es normal que usted no lo supiera.
- Sí, claro...
- Pero hay un detalle que usted no sabe...
- ¿Qué?
- Trabajaba en nuestra agencia desde hacía veinte años.

¿Veinte años? Imposible. Este me está tomando el pelo. Yo por entonces vivía con él y...
- Sé también que usted creía que trabajaba en una compañía de seguros. Y era cierto.

Me estaba confundiendo. Y enfadando.
- ¿Qué tipo de broma es ésta?
- No es niguna broma. Mire, conocí a su padre cuando acudí a su compañía como cliente. Nos caímos bien, nos hicimos amigos y pronto me confesó una de sus aficiones escondidas: ser detective. No le tomé demasiado en serio. Pensé que había leído demasiadas novelas policíacas y me dediqué a desmentirle esa imagen romántica que la gente tiene de nosotros. Le expliqué que es un trabajo aburrido y gris... y sucio. Somos como unos chivatos a sueldo. Nos dedicamos a desvelar infidelidades, a...
- Ya, ya, todo eso me lo sé. Pero, por lo visto, no consiguió convencerlo.
- No exactamente. Era precisamente eso lo que le gustaba a su padre. No tenía una idea nada romántica del detective. Lo que a él le gustaba era espiar a esposas y maridos díscolos, atraparlos con sus amantes, hincharse a hacer fotografías y luego..eee... luego disfrutaba viendo sufrir a los cónyuges cuando les mostraba las pruebas que confirmaban sus sospechas, cuando veían confirmado...
- ...que eran unos cornudos.
- Algo así. Supongo que nunca superó la muerte de su esposa y la infelicidad de los otros le daba... una especie de alivio, de desahogo.
- Total, que era un miserable.
- No sé que decirle. Él no mentía a nadie. Era un verdadero profesional, aunque se dedicaba a esto de forma esporádica, en sus ratos libres. Simplemente mostraba la verdad a quien se lo solicitaba. Es posible incluso que con su trabajo haya ayudado a alguien... aunque no creo que su voluntad fuera precisamente esa.

Ambos callamos durante unos instantes. Estuve absorto mirando al vacío tratando de recordar a aquel desconocido que vivió conmigo veinte años. De lo único que me acordaba con claridad era de su odio , aunque tratara de dismularlo. Ahora no sabía si sentir pena por sus desgraciadas emociones o alivio por su muerte...
- Entonces, cuando murió ¿estaba realizando una de sus investigaciones?
- Exactamente.
- Pero en el diario hablaban de un posible robo...
- Tiene una explicación. Él trabajaba con nosotros de forma... ee... irregular. Como ya le he dicho, sólo se dedicaba a ésto de vez en cuando. No quiso tener contrato, ni tener acreditación alguna. Oficialmente no era un detective.
- Ya...
- Quería hablarle también de las fotos.
- ¿Qué fotos?
- Las que estaba haciendo su padre antes de caer.
- ¿Las tiene usted?
- Sí. Uno, después de tantos años en la profesión, tiene sus amigos en la policía. Hablé con uno de ellos y le expliqué lo que a usted. Conseguí que cambiara sus iniciales en la nota de prensa, que se archivara el caso y... unas copias de las fotos.

Diciendo esto sacó un sobre de su cartera y me lo extendió. Un tanto sorprendido, pero curioso, lo cogí y saqué las fotos de su interior. Eran en blanco y negro, un tanto oscuras, pero no había duda. Las personas se reconocían claramente. Era un buen trabajo. La pareja estaba retozando sobre la cama. No conocía al hombre, pero sí a la mujer y me sorprendió su cara de placer. Era mi esposa.
- Lo lamento. A mí no me gusta mi trabajo, no disfruto con esto.

Pero no estaba para excusas. Me levanté con torpeza y me fui con la mirada escocida. Maldecí interiormente a mi padre, al cual suponía riéndose desde su tumba.




Pasé toda la noche en vela. No quise ver las lágrimas de María, ni escuchar sus súplicas. Me sentía estafado. Pero, sobretodo, me sentía confundido. Monté en mi utilitario y comencé a dar vueltas por los alrededores de la ciudad. Necesitaba del vértigo que me produce conducir sin rumbo fijo. Quería esperar hasta la mañana siguiente para volver a casa, cuando ella ya no estuviera. Regresando de madrugada, paré en un `drugstore' y compré una botella del mejor whisky.

Cuando introduje la llave en la puerta temía y deseaba que María estuviera allí, que se hubiera quedado esperándome, que me suplicara, que me diera la oportunidad de perdonarla, o martirizarla, o ambas cosas a la vez. Pero no estaba. Sólo me quedaba abrir la botella y emborracharme, como mandan los cánones.



Cuando sonó el timbre de la puerta estaba bajo la ducha. Más de una vez me acordé de la familia de quien estuviera llamando, pero la insistencia me hizo claudicar y salí a trompicones enturbiado por la resaca.
- ¿Es usted Ernesto Sabatés?

Eran dos policías de uniforme y uno de paisano.
- Sí, soy yo... ¿Qué... qué pasa?
- Haga el favor de vestirse y acompañarnos a la comisaría. Está usted detenido.
- ¿Cómo?
- Que está detenido. Han sido asesinados María Esteban y Julián Hernández. Y usted es el principal sospechoso.





- Está usted en un buen lío.

María... María muerta... No, ¡no podía ser! ¡No! Y yo, como un imbécil celoso la había echado de casa... y ahora...
- ¿Me oye amigo? Su mujer y el detective han sido asesinados. Tenemos las fotos y ese detective, aunque bastante cabrón, era amigo mío. Me contó toda la historia. Sé lo de su padre. Y, la verdad, es que tiene usted todas las cartas para haberlos asesinado. Un crimen pasional, ya sabe. Además, no tiene ni una puñetera coartada. Ambos murieron entre la una y las tres de la mdrugada. Justo cuando usted no estaba localizable para nadie. Mal asunto, muchacho, mal asunto.
- Pero si yo... ya le he dicho que yo no...
- Mire, voy a serle franco. Usted insiste en que no los mató. Y yo le creo. Llevo demasiados años en esto para no darme de cuando tengo un panoli y cuándo no. Y usted es un panoli. No se me enfade, sé que es usted inocente, pero escuche bien, eso no evita que esté en un buen lío...

¡Dios mío... María muerta! El inspector seguía hablando, pero no podía escucharle.
- ...se puede librar.

Esa frase me hizo regresar de mis pensamientos. El inspector lo notó y, con gesto grave de afirmación, siguió con su discurso.
- Joven, su padre fue un pringao que se divertía haciendo fotos indiscretas. Durante muchos años le fue bien, hasta su último encargo. Créame, mejor que la palmara de esa forma. Porque el tipo que estaba jodiendo con su mujer era un pez gordo. De los grandes. Aunque quien tiene el dinero es su mujer. Ya ve, si la Vieja se entera de sus infidelidades lo echa a patadas, ¡menuda es ella! Y él, de chupar del bote como un condenado y vivir en el lujo pasaría a la más puta de las miserias... la del exilio de la riqueza. No, no, cuando uno vive montado en el oro, ya no habrá quien lo baje.
- Pero... están las fotos... ustedes podrían investigarle... y... ¡no hay pruebas contra mí!
- No me joda Sabatés, no me sea ingenuo. Las pruebas se inventan. Y al Pez Gordo no habrá forma de pillarlo, no es tan tonto. De todas maneras hay dos asesinatos y hay que solucionarlos. Sólo hay dos formas y en las dos tiene usted el papel protagonista: una, buscar un cabeza de turco; y dos, echar tierra al asunto. Lárguese Sabatés. Ayúdenos a echar tierra al asunto. Vaya a un país extranjero durante un largo tiempo. Es joven. Es reportero gráfico. Tiene toda la vida por delante. Desaparezca y rehaga su vida. Aléjese de toda esta mierda. Y, por suspuesto, no cometa la gilipollez de querer solucionar esto por su cuenta. No se haga el héroe.



No me hice el héroe. Cogí todo lo que me cabía en una maleta y me largué hacia Francia. A un pueblecito de la montaña. O de la costa. O del interior. O donde sea.



Vagué durante un par de semanas sin rumbo fijo. Mis pocos ahorros se estaban acabando. Era el momento de plantarse en un sitio y tratar de rehacer mi vida. ¡Rehacer mi vida! Suena irónico. Me la habían roto en pedazos, delante de mis narices. Me sentía impotente, como una marioneta sin saber quién puñetas manejaba los hilos. ¿Era Dios? ¿El Destino? ¿El Azar? ¿La Puta Mala Suerte? No quería darle más vueltas al asunto. No debía. Me iba a volver loco. Necesitaba tener algo que hacer.



Elegí una pequeña ciudad del interior. Todavía no sé por qué. Todavía me arrepiento. Quizá me gustó su aire dejado, abandonado. Su luminosidad. Sus calles frescas y limpias. O quizá fue simplemente porque se acababa la gasolina.


Me metí en un amplio bar con grandes ventanas a través de las cuales se veía la plaza del pueblo. Tenía un periódico y me dispuse a buscar entre los anuncios una habitación y, con un poco de suerte, un empleo.



Había encontrado donde dormir en una pequeña, aunque confortable, pensión. No tenía la misma suerte con el empleo. Era mi tercer día en la ciudad y ya había adquirido la costumbre de ir al mismo bar de la plaza a desayunar. Con el café con leche humeante, me dispuse a buscar entre las ofertas del diario.
- Su padre trabajaba para mi.

No me dió tiempo.
- Fui yo quien le encargó el trabajo de perseguir al salido de mi marido.

Se levantó de la mesa de al lado y se sentó en la mía, en la silla de enfrente. Tenía cerca de cincuenta años y un rostro amargo y feo. Vestía con lujo pero con discreción. Me miraba con fijeza, casi con terquedad.
- No se extrañe que le haya encontrado. Cuando se tiene dinero, se tienen buenos profesionales de lo que sea. Incluso entre los detectives. Pagué para que le localizaran. Quería encontrarme con usted.

La verdad es que ya no me extrañaba nada. Mentiría si dijera que la esperaba, pero no me sorprendía. No me quedaban ganas ni para eso.
- ¿Para qué? ¿Qué quiere de mi?
- Quiero las fotos.
- No las tengo.
- ¿Dónde están?
- No sé. Supongo que en el piso. O quizá las tenga la policía.
- Está bien, le creo. No esperaba otra cosa.
- Entonces... ¿para qué ha venido?
- Tengo que hacerle una propuesta. Acompáñeme al hotel donde me alojo. Allí se lo explicaré con más tranquilidad.

¡Vaya hombre! Parece que todo el mundo sabe qué hacer con mi vida menos yo.
- ¿Por qué tengo que hacerlo?
- Porque al igual que lo han encontrado para mí, lo pueden hacer los matones de mi marido. Su vida corre peligro. Es el único que queda vivo de toda esta historia escabrosa.

Me había convencido.


- Mi marido ha sido siempre un pendenciero. Durante años he aguantado porque me educaron en eso de la fidelidad hasta que la muerte nos separe. Ya he malgastado mi juventud esperando. No aguanto más. Quiero divorciarme, pero no quiero darle un duro de mi dinero, ni una puñetera pensión. Quiero dejarle en la miseria. Para hacerlo necesito pruebas de sus infifelidades. Necesito fotos. Y usted va a hacérmelas.
- ¿Yo? ¿Por qué yo?
- ¿Por qué no? Usted es reportero gráfico. Sabrá hacerlas. Mientras esté a mi cargo, estará a salvo. Si no acepta, se quedará solo. Y en su situación, estar solo equivale a estar muerto.

Desde luego, mientras sus argumentos giren en torno a la posibilidad de seguir vivo o no, seguirán siendo convincentes. Pero...
- ¿Por qué no un detective?
- A los profesionales se les puede convencer de que cambien de lado con más dinero. A usted no. No es dinero lo que se juega en esto. Si mi esposo sigue casado conmigo podrá disponer de mi fortuna y de su vida. Ya lo ve Sabatés, estamos en el mismo barco. Nos conviene remar juntos.

Ni que decir tiene que acepté.



Me vi obligado a dejarme la barba, a teñirme el pelo, a ponerme unas gafas falsas y a cruzar nuevamente la frontera con un pasaporte falso que la Vieja me consiguió.

Durante un par de días estuve estudiando un dossier (gentileza de la señora) con fotos del marido y de sus amigos, cintas de vídeo de fiestas familiares y recepciones, escritos de su puño y letra, horarios, lugares más frecuentados por él...




¡Click!
Bingo. Ahí está. No elige mal el caballero, no. Una rubia despampanante. Montan en el coche, se la lleva de aquí. Bien, bien. ¡En marcha! Espero no perderlos, la persecución no es lo mío.

¡Click!
Estamos en el barrio obrero. Han aparcado delante de uno de esos bloques de protección oficial de los sesenta. La calle se llama... no veo que coño de calle es... ¡mierda!, es lo mismo, luego lo miro... Bajan del coche, voy tras ellos.
¡Click!

La portería está a oscuras. Bien. Se han metido en el ascensor. ¡Ahora se detiene! El segundo. ¿Por dónde me meto? ¡Ah, ya! La ventana del patio de luces. ¡Joder, está lleno de mierda! En fin, sólo son dos pisos. ¡Dios mío, haz que la habitación dé al patio, haz que jodan delante de mis narices!

No podía tener tanta suerte, ya lo sabía yo. Me siento como un imbécil. Estoy sudado. Lleno de mierda. Ahogado. No he podido hacer una sola foto. No los he encontrado. ¡Mierda, mierda, mierda! Está bien, está bien... he de calmarme... la ventana de la habitación no da al patio, qué le vamos a hacer. Ahora tengo que bajar, despac... esa voz... esa voz... ¡És él! Está en el piso de arriba. Jodido cabrón, me querías engañar. Ya te tengo... ¡Muy bien! ¡Muy bien! ¡Sigue así! ¡Ee... eso es! Hay que reconocer que el tipo tiene aguante... ¡Vaya pedazo de hembra! ¡Otra foto más! ¡Libre! ¡Voy a ser libre! Pero... ¡mier..! ...¡Uf!... ¡No, no!... ¡Hostia puta, casi me caigo! ¡Dios, mi mano! ¡Mierda, mierda, mierda!... Tranquilo, tranquilo... El alféizar es ancho, mi mano derecha es fuerte, está bien agarrada... no me caeré... sólo tengo que balancearme un poco, apoyar mi pie izquierdo en la cañeria y... y podré cogerme con la mano izquierda... ¡Aaaaah! ¡Mi mano! ¿Pero qué..? ¡El Pez Gordo! ¡Me está pisando!
- ¡Hijodep..!




UN HOMBRE MUERE AL CAER DE UN TERCER PISO
Efe.- Un hombre murió anoche al caer al patio interior de un edificio desde el tercer piso. La policía sospecha que estaba intentando robar. El hombre tenía alrededor de treinta años y sus iniciales eran D. R.
EL DIARIO, 24- abril -1994


Texto agregado el 19-03-2004, y leído por 1305 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
27-01-2009 Ah, no estoy de acuerdo con Demabe, si bien es poco creible, esa es una característica tanto de la comedia como de la tragedia que no busca generar historias fincables en la realidad sino exponer símbolos mediante historias estructuradas. meaney
27-01-2009 Jaja. Excelente historia. Lo del agua al agua, lo del suelo al suelo. Un personaje maravilloso aunque con aires de chiste de gallegos. Mitad tragedia mitad comedia. Ese detalle de Ernesto Sabatés, está gracioso, una mezcla de Savater con Sábato, será Ernesto Sabatés el autor de El Tonel?. Historia con gracia, no la veo como del género negro. En verdad muy bueno. ¿? -> "Ni que decir tiene que acepté." meaney
25-10-2004 El juego de la circularidad es un arma de dos filos. Debe estar absolutamente justificado, porque si no, se convierte en un simple juego retórico pedante. Con esto no quiero decir que “La noticia” caiga en la pedantería, pero tampoco quiero decir que esté totalmente justificado. Yo diría que se quedó en medio. Pero lo más importante no es eso, sino lo que marcas al inicio de tu texto: “...es una criatura inocente”. Pues sí que es inocente, y a veces poco creíble. El tiempo hace ver los errores con más facilidad, y supongo que tú, a diez años de haberlo escrito, conocerás mejor que yo los achaques de los que adolece el texto. demabe
12-10-2004 ¡Que bueno! me lo había leído el otro día, pero no te había comentado nada, que suerte, porque lo leí de nuevo. Felicitaciones. jorval
06-05-2004 Hay escritos que son permanentes; la mayoría no lo son. Hace diez años que escribiste esta fantástico texto circular. Para una antología. Muchísimas gracias por haberlo puesto aquí. Vot a tu libro. Máximo islero
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