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Inicio / Cuenteros Locales / natty-natty / EL SECRETO DE LA MONTAÑA.

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Por miles de años hemos aprendido, siempre de la mano de las distintas religiones, lo malo que es la homosexualidad, la antinatural, viciosa y enfermiza homosexualidad. Nos crearon un prejuicio ajeno a los puntos geográficos, ajeno a la genética. Un prejuicio contra el mismo amor, ya que la diferencia entre hetero y homosexuales estriba únicamente en a quien obsequia sus afectos cada quién.
Hemos aprendido también a inmiscuirnos en la privacidad de cada uno de los otros, para así alimentar las supuestas diferencias, y sentirnos “normales”, vigilando el resbalón ajeno y tomando medidas morales que resguarden el buen funcionamiento de la gente de bien.
Noticia: la normalidad no existe. Todos somos apasionadamente anormales. Ahí estriba la belleza de la raza humana.

Casi siempre el miedo es el generador de los prejuicios, ahí empieza la inseguridad. La inseguridad genera un complejo de inferioridad, que se manifiesta como una seudo superioridad. Entonces, si nos creemos superiores a nuestros compañeros de asiento en el metro, significa que nos sentimos tan pequeñitos, que necesitamos denigrar, para poder sentir nuestra propia importancia y valor. Todo muy triste.
Si de superioridad hablamos, tratemos de ser en verdad superiores. Superiores a la envidia. Superiores al egoísmo. Superiores a la arrogancia. Superiores al egocentrismo.

El amor siempre será la moneda más poderosa en el infinito.
La tolerancia siempre será la hija mayor del amor.
Aprendamos a admirar la fuerza del amor, aceptando ese sentimiento como energía pura entre dos almas que vibran en una misma escala, y que el limpiará cualquier residuo de supuesta “anormalidad”. Empecemos así. Lentamente podremos aceptar a las nuevas parejas que se están formando en todo el mundo, distintas a la mayoría, pero parejas, con todo lo que implica el término.
Aprendamos a meter nuestras narices en nuestros propios asuntos, dejando cada quien vivir de la mejor manera posible, luchando con sus propios fantasmas, perdiendo y ganando batallas.

Y si José vive con Pedro, o María con Teresa, esperemos que sea en amor, cumpliendo las penitencias de las vidas que les tocó vivir y deseándoles lo que todos anhelamos: amar y ser amados de una forma incondicional, por lo que en realidad somos y hasta la eternidad.

Texto agregado el 19-08-2007, y leído por 149 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
19-09-2007 me parece sensato. El amor es ver al otro como un legítimo otro, entendiendo que ese otro podría ser yo. nipenanigloria
 
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