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Quise ser rey y pude serlo en mis sueños.

Las cosas jamás suceden como queremos. Sin embargo, en la vida, suceden cosas que nos enseñan a saber el camino a seguir. Uno puede estar sentado frente al mostrador de una bodega, sin embargo, pueden suceder tantas cosas en su vida. El entendimiento de la vida es como escamas que caen de nuestros ojos. La claridad, aquella ave tímida, es como el alborear de un nuevo día. No pretendo enseñar nada, tan solo cuento cosas que veo en mi caminar.

Sentado frente a un parque vi que un niño peleaba con otro más grande que él. Iba a pararme pero no fue necesario. El más grande se dejó pegar. Eran hermanos. Vi a una anciana con un muchacho que le servía de guía. Afiné mis ojos y vi que la señora era ciega, sus párpados estaban pegados al hueco dejado por sus ojos. Un ave comía los panecillos que un joven le tiraba, me fijé en él. Era un chico fuerte, alto y vestía bastante mal. ¿Por qué lo hace?, me preguntaba cuando pude ver a otro muchacho no lejos de él que con una honda disparaba a las aves, hiriéndolas a unas y a otras... Iba hacer algo al respecto pero vinieron unos guardianes del parque y echaron a los dos muchachos. Todo está hecho, pensé. Cogí mi nota de apuntes y me puse a dibujar. Dibujé muchas líneas que se cruzaban como flechas, las coloreé, le puse hombrecillos por todas partes como si caminaran por ese puente de líneas. Es agradable abstraerse de la vida en la vida misma. No supe cómo pero en ese estado estuve por más de cuatro horas. La oscuridad de la noche me anunció el tiempo. Ya tenía el dibujo. Lo miré y me gustó aquello. Llamé por mi móvil a un amigo. Le dije que deseaba verle. No podía, me dijo. Llamé a otro y este sí podía. Fui a su casa, estaba con su esposa e hijos. Le entregué mi dibujo pero le pedí que lo viera después que me fuera de su casa. Me invitaron a cenar, no quise, pero les agradecí. Me fui de su casa y me puse a caminar hacia la casa de mi padre. No lo llamé, simplemente fui. Ya en la puerta, dudé en tocarla. La toqué. Abrió mi padre. ¡Hola hijo!, pasa, pasa, pasa..., me dijo. No puedo, pasaba por aquí y sólo quise dejarte un dibujo pero lo he dejado en otra parte, le dije. Entiendo, entiendo, pero, está bien, ven cuando quieras... Esta es tu casa, dijo mi padre. Le agradecí y antes de irme le dije que le quería, luego, le abracé y besé en la mejilla. Gracias hijo, me dijo emocionado. Le sonreí y me alejé de su casa. Ya estaba por pasar la cuadra cuando sentí unos pasos tras de mí. Era mi padre y estaba vestido con su pijama y un cubre todo... ¿Te acompaño, hijo?, me preguntó. Le dije que no era posible que estaba por ir donde una amiga, una cita. Le vi desinflarse, darse media vuelta y caminar como un perrito hacia su casa... Me di media vuelta y seguí caminando hasta llegar a mi casa. Entré y encendí las luces. Había una carta con mi nombre. Era mi hermano. Vive al otro lado del mundo. La leí y vi unas fotos con sus hijos, su mujer, sus amigos, etc. Saludos y más saludos y un giro con mi nombre. Me reí de ese detalle, pues, cada año lo hacía. Lo dejé sobre la mesa y me fui a comer un poco. Abrí la refrigeradora. Había pocas cosas. Me serví un pan con queso y me calenté un café. Luego, me puse a leer, y después a escribir. De pronto, sonó el teléfono. Era mi padre. ¡Mentiroso!, gritó y colgó. Sonó nuevamente el teléfono. Hijo, no importa, pero, ven cuando quieras. Esta es tu casa..., dijo y colgó. Yo me quedé con el fono en la mano, preguntándome qué era lo que hacía. Nada, me respondí. Seguí escribiendo mi novela que trataba de un personaje que pierde la memoria a los cincuenta años y que trata de averiguar de dónde es, y quién es. Viaja y viaja, pues este hecho le ocurrió cuando estaba en un pueblecito... Los campesinos le contaron que estaba con dos mujeres, y estas le golpearon y abandonaron a su suerte. Y bueno, la novela trataba del viaje de retorno. Sin embargo, siempre que iba de un lugar a otro, sólo recordaba las caras y la atención de los campesinos. Por lo que poco a poco sintió quedarse en aquel pueblecito. El tiempo pasó. Se metió con una mujer y tuvo un hijo. Una tarde vino un hombre muy anciano que decía ser su padre. Le mostró documentos, y supo que él era un bohemio, y que tenía una mediana fortuna. Sin embargo, le dijo al anciano padre que se equivocaba de persona... Y allí me había quedado ya más de cinco años, bloqueado... Noche tras noche intentaba seguir, continuar la novela pero todo me decía que no, que no era por allí... Por lo que mi casa era un carnaval de papeles arrugados. Apagué las luces de la casa y me dispuse a dormir. Tuve un sueño y pude verme escribiendo la novela, y la veía terminada y era fantástica... Abrí los ojos y corrí a continuar la novela, pero, apenas ponía las primeras letras, olvidaba todo aquel sueño... Este sueño era continuo, y allí estaba, sentado en mi escritorio tratando de recordar el final del sueño de mi novela... Había veces en que aumentaba unas líneas, y así avanzaba, esperando que el sueño me narrara el final de esta historia... El día se presentaba bello, pero, decidí no salir a la calle hasta el medio día. Y no salí todo el día...


San isidro, Agosto del 2007

Texto agregado el 10-08-2007, y leído por 262 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-08-2007 esta bien, pero no le encuentro ningún sentido, es como si tuvieras un diario de tu vida y hubieras arrancado un par de hojas y las hubieras copiado acá. eldiablox31
10-08-2007 Buena historia, que amerita un proceso a fondo de corrección estilística, pues se repite en formas y términos restándole valor al trabajo. No obstante, es evidente que se ha depositado corazón y sentimiento en el texto y eso se trasunta beneficiosamente. Saludos cordiales. leobrizuela
 
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