De un día para otro, Juanito no fue más el lorito dicharachero que era. Ahora daba pena verlo, alicaído y silencioso, en un rinconcito de su espaciosa jaula. Como su dueño no era persona para preocuparse de detalles tan nimios como éste, ignoró olímpicamente a su mascota y continuó con sus menesteres.

Hasta que, un par de días después, sintió un leve lloriqueo. Se extrañó bastante, puesto que vivía solo. Se percató que el televisor estaba apagado, también la radio y afuera, todo estaba en silencio. Buscó por todos lados, tratando de encontrar el origen del llanto, hasta que, de pronto, recordó que Juanito no había pronunciado palabra durante varios días.

Pedro encontró a su loro acurrucado en sus verdosas plumas, lagrimeando como un ser humano cualquiera.
-¡Ay de mí! ¡Que desdichado soy!- gemía el pobre pájaro, con una voz tan triste como jamás se había escuchado a un loro.
-¿Qué pasa, queridito mío? ¿Qué te acongoja de tal modo que te tiene convertido en un guiñapo?- preguntó, alarmado, el bueno de Pedro.
El lorito levantó su cabeza, le miró con sus ojos redondos y luego, prosiguió con los lamentos.
Pedro, preocupado, sacó al loro de su jaula y comenzó a acariciarlo como jamás lo había hecho.

Ya más tranquilo, Juanito le confesó que había visto muchos programas de televisión y allí estaba el origen de su tristeza.

(Acá hago un paréntesis, ya que muchos de los pocos que me leen, van a pensar que éste es un nuevo texto moralista. Bueno, sigan leyendo y se darán cuenta que no se trata de eso y que, de todos modos, lo que viene a continuación, los dejará perplejos).

-Mira, Juanito. Yo también he visto muchos programas y tengo que convenir que lo que se ve en ese aparato diabólico, es para dejar turulato a cualquiera.
-Es más que eso- aseveró el loro.
-Por supuesto. Se exhiben imágenes cruentas, una violencia desatada que enferma a las almas sensibles como las nuestras.
-Cierto- dijo el loro, sin dejar de lloriquear.
-Te prometo que ya no encenderé el televisor en esta pieza para que no sufras más.
-¡No! ¡No se trata de eso! ¡No es el tema!
-No entiendo. ¿No dices que la televisión ha sido la causante de que te encuentres en este lamentable estado?
El lorito sacó un pañuelito que guardaba bajo sus alas y se enjugó sus copiosas lágrimas. Luego, con voz temblorosa, dijo:
-Como te comentaba, he visto muchísimos programas televisivos y –entre ellos- uno que me ha puesto demasiado triste. Se trata de ese recocido, en el cual, se opera a la gente que sufre serios problemas anatómicos.
-Ah, era eso. Tienes razón, esos programas son patéticos. Personas deformes que quedan aún más deformes, pero felices porque son diferentes y no las que odiaban al mirarse al espejo. Otras que, siendo bellas, tratan de serlo aún más, cuando lo que tienen que operar son sus almas. Y -¡ojo!- que allí se necesita cirugía mayor.
El lorito no paraba de llorar y de tanto hacerlo, estaba acercándose a los peligrosos límites de la deshidratación. En realidad, tampoco concordaba con eso y se lo hizo saber a su amo, destempladamente:
-¡Quiero que me operen! ¡Mi sueño es tener el pico respingado!..


(¡Oh!.. Continuará)