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Hace más o menos 4 años lo conocí. Él era el hombre de mis sueños, ese tipo de hombre que las mujeres solemos armar con partes de otros hombres, pero que esta ves estaba ahí de carne y hueso, todo completo y 100% real. Me cautivo su cuerpo, su piel, su negra y sedosa cabellera, y sus facciones que eran la mezcla ideal entre un perfecta hermosura y un arrebatadora masculinidad.

Esa noche me arme de todas las posibles tácticas de seducción femenina y termínanos hablando, y fue ahí cuando me di cuenta que mucho más allá de su aspecto él definitivamente era el hombre para mí.

Yo era un mujer golpeada por varias relaciones desastrosas y él llegó a mi vida despedazando ese muro que todos construimos cuando tenemos miedo de que nos hieran. Diciéndome que a él le encantaba que lo amaran y amar, que él jamás había hecho sufrir a una mujer, que todas lo hacían sufrir a él, etc., etc., etc. y llámenlo verbo, carreta o lo que sea, a mi me convenció, y así empecé a amarlo.

Esa noche empezó lo que yo creía los mejores años de mi vida, nos amábamos como un par de locos, como si sólo el uno existiera para el otro y todo lo demás fuera invisible. En aquel entonces me di cuenta que todas sus promesas habían sido ciertas, que él era lo mejor que me había pasado en la vida y que él me había enseñado a amar. Eso hace cuatro años, comenzamos como novios y después de un año, o sea hace tres, vivimos juntos.

Hace pocos días, para ser más exactos el miércoles pasado estaba en uno de esos días donde nada me cuadra, si yo se que a muchas mujeres les ha pasado, que uno se levanta y el agua esta mas fría de lo costumbre o si tienes calentador al abrirlo te quemas, te mojas el cabello después de que la noche anterior habías estado dos horas en la peluquería, te vas a cepillar y el secador se daña, la blusa favorita de repente te hace ver mas gorda, los jeans no te entran y en ese esfuerza mortal ¡zaz! se te quiebra una uña. para acabar de ajustar al llegar al trabajo vi a esa maldita con su hermoso cabello rojo contoneándose con los zapatos que yo había visto hace dos semanas y no había podido comprar… por la noche al llegar a casa no aguante mas y decidí salir a relajarme un poco , así que fui al bar que suelo frecuentar los viernes. Como era miércoles el bar estaba desolado, y sólo en una de las butacas de la barra yacía él, un él que no era mi él. Éste era un hombre de aproximadamente 35 años y con un aspecto un tanto mundano para mi gusto. Un suave mechón de cabello caía sobre sus ojos acentuando sus fuertes y varoniles rasgos, mientras esbozaba una hermosa sonrisa.

Fue ahí cuando tomé la decisión de sentarme a su lado. La luz tenue del bar nos bañaba con su oscura complicidad y al instante nos encontramos con que para ambos era imposible separar la mirada de los labios del otro. Después de haber intercambiado unas cuantas anécdotas, ocupaciones, preferencias y sobre todo miradas tomamos rumbo hacia su apartamento.

Al llegar no pude observar nada porque velozmente se abalanzó sobre mí. Me beso con premura, como si él no lo hubiera hecho en mucho tiempo y tan intensamente que sus cortos pelos de barba recién afeitada se convertían en puntillas que rallaban mi cara.

Sin tener tiempo de reaccionar y extasiada por sus besos me llevó rendida al delirio de su habitación. Allí empezamos a derrochar libidinosas caricias. Me tendió sobre la cama y sus grandes manos caminaban por todo mi cuerpo, las yemas de sus dedos pasaban lentamente por mis senos y mi vientre. Aunque el amor no es matemático cada caricia era calculada y siempre daba como resultado una exhalación.
El resoplido se hizo cada vez más intenso en mi cuello y la respiración de ambos se ahogaban a si mismas. Mis labios hurgaban cada rincón de su cuerpo tallado en músculos dándole besos dulces como la venganza. El sudor y el perfume sufrían una vigorosa aleación que hacía reventar nuestro sexo en un festín de fluidos. La cama, ese aposento fúnebre de la noches solitarias, era ahora como un simulador de temblores de tierra.

La noche del miércoles había pasado rápida y trepidante, llena de vueltas de campana bajo las sábanas. en el instante en el que me di cuenta que estaba dormido con el pecho desnudo, la sabana en la entrepierna y a su lado yo, entre en razón y me marche. El fulgor de su mirada aun resplandecía en mis ojos y sus besos dejaron una marca indeleble en mi ser. Con mis manos constantemente tocaba mi cuerpo, tratando de hallar las huellas de sus caricias en mi piel. Caminé lentamente acompañada de la noche hasta llegar a mi departamento.

Al entrar lo vi a él, a mi él, con el que estaba ya hace cuatro años, a mi hombre perfecto, al que en sus palabras me amaba sobre todas las cosas. En ese instante parada justo al lado de la cama reí para mis adentros por la noche que había acabado de pasar. Inevitablemente recordé como hace 6 meses lo había encontrado tendido sobre la misma cama, con el pecho desnudo, la sabana en la entrepierna y a su lado otra mujer.



Texto agregado el 30-07-2007, y leído por 134 visitantes. (0 votos)


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