“Romeo ¡Oh Romeo! ¿Donde estas que no te veo?”



4:00 AM. Romeo abre los ojos, el techo humeante y lleno de orificios es el alba de su día, pone los pies en las viejas y malolientes chancletas, se levanta mientras se rasca la barriga, dirige las manos hacia el lavabo, cepilla sus dientes, se afeita, pero no se ducha porque los fríos amaneceres bogotanos no se lo permiten.

¡Mija, el desayuno que voy tarde!- Julieta despierta asustada por el grito de su marido, se dirige al lavamanos, lava su rostro somnoliento y va hacia la estufa de gasolina. Olleta, molinillo y panela en mano prepara el elixir matutino para su marido; romeo la ve con esos ojos con los que solo se mira a una Julieta mientras toma su desayuno. Al terminar se dirige a la cama donde duermen sus angelitos Jesenia y Lady Julieta las besa con los labios llenos de dulzura y amor fraternal, pensando en que se va a trabajar para que ellas en el futuro, no se jodan tanto como el, luego, besa a la que fue su doncella y sale de su hogar.

Desde la esquina del barrio, uno de esos barrios de Ciudad Bolívar esos que están llenos de vida mira su palacete de vigas de desecho, hojalata y cartón , y en la entrada su amada Julieta le pide al viento que le lleve sus besos…
Romeo, el buen romeo, el vendedor de tomates de la plaza de mercado, el que prefirió enfrentar al mundo por ella a ir con el ángel de la muerte, vive ahora en la riqueza del pobre, en el camino de la Roca, en la doctrina del que pasa por el ojo de la aguja, en el único Edén, perfecto e intangible: el amor.