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Inicio / Cuenteros Locales / natty-natty / ASI SON LAS COSAS…

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—Siempre me dices lo mismo… y a la final no cumples nada… puras promesas… --gimotea entre lágrimas, sentada al borde de la cama king size vestida de seda.

—Mi amor, no digas eso. Yo he cambiado, yo quiero cambiar. Necesito que me ayudes a cambiar. –Lo dice arrodillado tratando de agarrarle las manos y mirarla a los ojos.

—¿Cambiar tú? – riendo, mientras las lagrimas se deslizan por sus mejillas.

—No seas así mi vida, no lo volveré a hacer. Tú sabes lo mucho que te necesito.

—¿Me necesitas? ¿A mí? –riéndose nuevamente-- Sí, mucho que me necesitas… Si no puedes vivir sin mí...

—¡No vengas con sarcasmos! – Ya medio molesto, coloreándose la cara y subiendo el volumen de su voz en varios decibelios.

Se levanta y mientras camina por la habitación, vocifera:

—Ese es tu problema, mija, que te crees superior a todos. Uyyy… la virgencita María aquí mismito en la tierra… y me tuvo que tocar a mi….

Ella levanta el rostro y lo mira con los ojos brillantes por el llanto, llenos de la más honda tristeza, nariz y labios rojos, cabellera revuelta.

El la mira y del mirar a una erección, solamente unos micro segundos. Lo domina el deseo de poseerla, de tocar su fragilidad, de mancillar su alma y doblegar su espíritu a punta de sexo.

—Lo dices en broma… ven… hagamos las paces –zalamero --. No vale la pena tanto disgusto por tan poca cosa…--mientras le agarra el hombro.

Ella se aparta, camina hasta el closet y recoge un bolsote lona, y lo empieza a llenar.

El la mira callado, en medio de una burbuja de deseo, sintiendo los latidos en las sienes y pensando en lo buena que está su mujercita y en todo lo que le hará cuando termine ese fastidio de “pelea”.

Lo vuelve a la realidad el sonido del cierre, y en ese momento se da cuenta de que lo están abandonando.

—¿Tás loca? ¿Qué estás haciendo? ¡Tú eres mi mujer!

Ella le sonríe con tanto desprecio que el si lo empujaran.

—Te dije que eres mi mujer y haces lo que yo digo –aferrándola por la muñeca.

Ella le sonríe, y lentamente va ampliando la sonrisa. El se relaja. Ella abre veinte centímetros del bolso, sin apartar sus ojos de los de el, que sigue envuelto en la bruma del deseo y se va perdiendo en la picardía de la mirada femenina.

Lo último que ve es un resplandor enceguecedor mientras piensa:

—¡Joder! Y con las ganas que tenía…



Texto agregado el 28-07-2007, y leído por 90 visitantes. (0 votos)


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