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“Cuando el sol se pone”

Cuando todo el mundo se olvida de ti, cuando nada vale ya, cuando la oscuridad no se puede adueñar más del cielo, cuando tu corazón está tan frío como el hielo... en esos duros momentos te das cuenta de lo importantes que son las pequeñas cosas que te han acompañado a lo largo de tu vida: temores, disgustos, odios, llantos, amigos, placeres, amores, amores, sobretodo amores..

Me llamo Jean-Claude Rousseau, y voy a dar constancia del amor más grande y sincero, habido y por haber. Porque creo que es injusto para el mundo que sea mi mente la única que puede saber de él, porque creo verdaderamente que esta historia merece ser contada.

Capítulo primero - Amanecer
En el momento en el que las nubes se tornaron de un blanco más nítido, lo noté. Esa mañana me di cuenta de que la amaba más de lo que nunca había amado a nadie, incluso me pregunté si alguna vez había llegado yo a sentir algún otro amor real, ya que lo que sentía era tan hermoso que del concepto “amor” me hacía dudar.

Cada mañana que pasaba a su lado, cada vez que me regalaba una sonrisa, siempre que la recreaba en mi mente crecía en mi corazón el amor más grande que este mundo jamás ha contenido.

Su pelo, sus ojos, sus manos, su forma de hablar, de mirarme, de reír... Todo conseguía que yo me volviera más y más loco por ella, día tras día.

Mirando sus ojos sentí que ella seguía sin estar preparada. Veía una mirada especial en ellos pero no conseguía ver mis pensamientos reflejados; sus labios me decían bésame y, en cambio, su voz me decía lo contrario.

¿Cómo explicar lo inexplicable? Me inundaba la felicidad al ver una simple sonrisa en su bellísima cara. Vivía eternamente en la vida de un poeta, no me sostenía dentro de mí mismo, ella era mi visión, ella era mi apoyo, ella era lo mejor.

¿Y cómo explicar lo inexplicable? Me sentía el hombre más desdichado del mundo cada vez que veía ese brillo acompañado de dolor en sus ojos. El sufrimiento me invadía rápidamente cuando oía de malas bocas que ella no me quería, mientras otras decían que ella por mí algo sentía.

Cada día intentaba acercarme más a ella y los resultados empezaron a dejarse ver, los sentimientos estaban a flor de piel, y todo momento con ella era un mar de sonrisas y palabras bonitas.

Esperanzas cubrían mi corazón, mientras un telón negro tapaba toda señal de razón. Si en ese momento hubiera podido saber lo que ella pensaba... Si en ese momento hubiera sabido lo que de verdad pasaba...

Ni la miel era más dulce que las miradas que me echaba en forma de respuesta a muchos de los versos de esos que me salían tan a menudo, inspirados en besos, en sueños, en ella.

Nunca la olvidaba, nunca tenía nada malo que decirle, ella era la única que me escuchaba, la única que me tuvo. Ella hacía que el sol brillara más, me hacía soñar, me hacía morir de felicidad. Nunca se me ocurrió pensar en ella de una manera física, ni siquiera sabía del perfume que su magnífico cuerpo desprendía, para mi era intocable, mi muñeca de porcelana, mi museo andante... Ella hacía que el paisaje pareciera hecho de perlas, ella era mi amanecer, ella hacía que la vida fuera maravillosa. Ella, sólo ella, y su hermosura, hacían que no perdiera la cordura. Para mí era única y ella no lo sabía.

Capítulo segundo - Atardecer
Recuerdo a la perfección cómo iba vestida ese día. Llevaba unos pantalones negros, su encantadora camiseta azul celeste, debajo de la cual se le podía reconocer otra manga, de color blanco. Una goma sujetaba su ondulado cabello y me dejaba apreciar un rostro precioso, sin ningún defecto, en su totalidad.

La luz del sol, cuyo color comenzaba a ser anaranjado, inundaba el paisaje que mi amada contemplaba, con la mirada perdida, a través del inerte e ignorante cristal de la ventana.

Su mirada era tan enigmática que no pude evitar la tentación de mirarla fijamente, intentando encontrar respuestas a las preguntas que nadie había formulado, aunque ella siguiera fingiendo mirar al vacío.

Su voz se expandió por la sala de una manera perfecta, en la que, de haber estado la habitación repleta de gente, sólo nosotros dos habríamos podido oír las palabras que acababa de pronunciar.

Su frase interrogativa me dejó sin palabras y, sin más, la repitió, esta vez clavando su mirada en mis ojos, los cuales se empezaban a humedecer.
- Sabes perfectamente lo que siento por ti. No te quiero, te amo – Le dije como respuesta.
La sonrisa que me mostró a continuación me daba a entender que ella coincidía con mis sentimientos. Se llevó sus manos de princesa hacia su cabellera y se quitó la goma.

El momento era precioso, perfecto, maravilloso, tocaba lo irreal. Se completó mi deseo cuando se sentó junto a mí y me lanzó aquella mirada tan especial. La miré. Mi corazón latía más rápido que nunca, mis manos sudaban, la pasión que ocultaba en mi interior por fin podría ver la luz. Me acerqué más a ella, le dije una vez más que la amaba y la besé. Y la besé, y la besé y la besé.

Sus labios estaban húmedos y suaves, a día de hoy aún recuerdo el sabor de su boca: canela por fuera, fresa por dentro. El beso era eterno. Sin apartar sus labios de los míos me acostó en la cama sobre la que estábamos sentados y me siguió besando.

Dimos a nuestras manos rienda suelta. Sentía su pecho junto al mío, desprendía un calor incesante, el cual me hacía besarla con más fuerza, con más ganas, me sentía el hombre más afortunado.

Conseguía percibir hasta el más pequeño de los detalles. La luz que se reflejaba de una maravillosa manera en sus ojos color miel, en las mechas rubias de su cabellera, en su piel. Por primera vez la veía de una manera distinta, había cruzado una barrera: la barrera de la pureza; había alcanzado la perfección.

El magnífico aroma a violetas que su cuerpo desprendía me hacía sentirla más cerca de mí. Los besos se hacían más pasionales, deseaba que esa escena no terminara. Con esos divinos besos pareció no bastarle, pues comenzó a dejarme ver más de su cuerpo de lo que yo jamás habría podido soñar.

De la manera más romántica, de la manera más tierna, de la manera más dulce, nos desnudamos y nos fundimos en uno durante unas horas maravillosas e incontables. Horas de otro mundo, horas que no se repetirán, ni para mí, ni para ella, ni para nadie.

En ningún momento dejé de besarla. La tocaba, la olía, la miraba, la oía respirar agitadamente, la degustaba: la amaba. Sólo existían sus manos, sólo existía su expresión, sólo existían sus pechos, sólo existía su amor: sólo existíamos ella y yo.

Ya era tarde cuando nuestros corazones empezaron a palpitar lentamente, exhaustos por provocar tanto sudor, cansados de latir tan rápido como habían hecho todo el tiempo en el que ella y yo hacíamos el amor.

Abrazado a ella, como si el tiempo no pasara, como si no existiera nada más, pasé el momento más inolvidable de mi vida. Mantenía los ojos abiertos, quería observar cada detalle de sus movimientos, se estaba quedando dormida cuando dijo:
- ¿Por qué me miras en lugar de dormir?
- Porque quiero saber cómo duermen los ángeles - Respondí sin preámbulos.
De ese modo, me sonrió e, instantes después, noté su respiración más tranquila y acompasada, por lo que deduje que estaba dormida. Acaricié suavemente su cara, sus manos, su espalda... La miré durante mucho tiempo, no sabría cuantificarlo, y me dormí.

A la mañana siguiente me desperté con los brillantes y amarillentos rayos de sol que se dejaban ver a través de las cortinas. Ella estaba allí, a mi lado, acariciándome y mirándome dulcemente, imitando lo que yo había hecho cuando ella se quedó dormida.

Capítulo tercero - Anochecer
Fue, sin duda, el mejor despertar del que había sido propietario en mi vida. Nunca lo olvidaré. También es cierto que dudo mucho que olvide cualesquiera de los detalles que he contado en todo el relato.

Apenas hablamos y nos tuvimos que separar, cada uno debía seguir su rutinario curso del día, porque, aunque lo pareciera, el mundo no había dejado de girar.

Pasé cada segundo de aquel día pensando en ella y, aunque a eso ya estaba acostumbrado, aquella vez era especial: no tenía que inventar, bastaba con recordar.
Mi cerebro estaba repleto de palabras bonitas que deseaba decirle al verla. No pasó ni un segundo del día en el que no oliera a violetas el ambiente.

Efectivamente, en ese momento estaba viviendo en un mundo de hadas, un mundo en el que sobraban las palabras, un mundo que sin amor se quedaría en nada.
La oscuridad empezó a caer sobre la ciudad, pero por aquel entonces mi mirada solo sabía contemplar las brillantes y numerosas estrellas que iluminaban mi camino.

Iba caminando con una inmensa sonrisa para visitar a mi princesa mientras la noche terminó de caer. El cielo estaba totalmente negro, incluso parecía que iba a llover de un momento a otro.

Cuando llegué ya tenía un mal presagio. Abrí la puerta y la ví tendida en el suelo, llorando desconsolada. ¿Cómo un rostro tan bello puede expresar tanto dolor? Me pregunté segundos antes de echarme sobre ella y abrazarla sin hablar, sin preguntar.

La felicidad que llevaba por traje aquél día se convirtió en una laguna vacía sobre la cual caía un chaparrón de tristeza. Contuve los impulsos de romper a llorar que sentí cuando comprendí las palabras que no había pronunciado, pues no arreglaría nada, sólo conseguiría verla más triste, si es que eso era posible.

Tenía los ojos muy cansados, parecía haber estado llorando toda una vida, verla era tan triste como no poder hacer nada por ella. Me quedé a su lado, sujetándola entre mis brazos. Sentía su aliento en mi cuello y sus incesantes lágrimas humedeciendo mi mejilla izquierda.

Desde la ventana se veía como la lluvia cubría cada edificio que mi vista alcanzaba a contemplar. Llovía en el exterior, llovía en el interior, y puedo decir con total seguridad que lo segundo es mucho peor.

El dolor que sentí en esos momentos de tristeza es indescriptible. No hay palabras inventadas que lo puedan calificar. Todo era oscuro. Todo era triste. Todo era solitario.

Y una vez más, pero de una manera muy distinta a la anterior, sólo existíamos ella y yo.

Capítulo cuarto - De madrugada
La acompañé tembloroso. ¿Cómo pude entender lo que dijo sin decir? ¿Cómo llegué a saber lo que tenía que oír? Durante el camino el silencio reinaba entre los dos, un silencio lleno de incertidumbre y dolor. A cada bache nos mirábamos, intentando sonsacar algo el uno del otro, sin conseguir nada.

Llegamos. Estábamos prácticamente solos. El sonido de sus maletas al chocar contra el suelo sonó de tal manera que las pocas personas que allí había nos miraron con atención.

Todo estaba a oscuras. Sólo se distinguían las luces del tren a lo lejos, el brillo de los ojos de la gente y las lágrimas que resbalaban por el hermoso rostro de mi amada.
¿Por qué no me oía? No te vayas, no te vayas, no te vayas; le decía… Ella respondía con más y más lágrimas, cada una más dolorosa que la anterior.

Llegó el fatídico momento. Me besó suavemente, me echó una mirada firme a la par que significativa, y se dio la vuelta. No quería hacer la típica escena moviendo la mano como un tonto desde el andén mirando a un cristal sin vida. Cerré los ojos. Oía sus tacones alejándose, aún recuerdo cómo su perfume se olía más débilmente a cada segundo que pasaba.

Cuando abrí los ojos, ya no estaba allí, y supe que así sería para siempre.

No la volví a ver. Quizá ese sea el secreto para que aún mi corazón tenga ese huequito para ella, la razón por la cual mi mente solo sabe pensar en ella. En este momento no podría enumerar los detalles que me he saltado en el relato. Eran tantos, y cada uno tan maravilloso como el anterior...

¿Y qué más decir? Fue un amor corto y sincero. Sé que nunca volveré a sentir lo mismo por nadie. Cada vez que beso a una mujer me doy cuenta de que no son los labios que quiero, de que sus manos no me acarician de la manera que a mí me gustaría, de que sus ojos no me miran con el deseo que yo siempre espero.

Supongo que he escrito todo esto para librarme de tanto dolor. Compartiéndolo quizá sea menos pesado. Quizá esto sólo sea un fallido intento de olvidar. “¿Qué estoy haciendo? ¿Qué es esto?” No termino de entender qué hago y qué dejo de hacer. Era una historia escrita para olvidar. Un estúpido intento de olvidar. Un patético intento de olvidar.


No me arrepiento de ninguna de las caricias, de ninguna mirada a escondidas.. Me consuela saber que el hecho de que ningún beso vaya a caer nunca en el olvido, no es sólo por mi parte.

Y sé que para siempre, en nuestro interior.. Sólo existiremos ella y yo.

Fin

Texto agregado el 28-07-2007, y leído por 85 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-07-2007 ke beautful, me gusto sobre todo la introduccion, amores, amores sobre todo amores xDD, oie eres muy entretenido xDD ia nos vemus xDDD adioss wen texto *estrellas* kioshi
 
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