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No sé por qué le dije que no cuando moría de ganas por verla, pasear a su lado, pero le dije algo natural: no y no y no. Ella sonrió y con un beso en el aire se fue con sus cinco amigas, tan lindas como ella. La miré hasta que subió a un auto lleno de gente joven, como ella. Bajé la mirada, estaba confuso. Pensaba en cómo una chica de diecisiete años se puede enamorar de un hombre de mas de cincuenta, pero tenía pruebas, demasiadas pruebas de esta jovencita como para dudar de su obsesión. No había día ni hora en que no dejara de tocar la puerta de mi casa. Abría la puerta y allí estaba. La saludaba, besaba en la mejilla y siempre la trataba de hacer ver que yo era demasiado viejo para ella. Ella sonreía y entraba a mi casa. Cogía cualquier cosa y se metía a mi cuarto. Había veces en que se desnudaba frente a mí para luego darse un duchazo. ¿Vienes conmigo? ¿Me jabonas la espalda?, decía. La miraba y sencillamente no le hacía demasiado caso. El colmo fue cuando mientras dormía por la noche, la sentí dentro de mi cama. Me asusté por supuesto, pero al verla no supe que decir, estaba totalmente pelada como un plátano, y en sus manos tenía una llave, la de la puerta de mi casa. La bendita y hermosa mujer había sacado una copia sin que supiera cómo ni cuando. Tuve que salir de mi casa e irme a un hotel para terminar de descansar. Ustedes se estarán preguntando el por qué la rechazaba. Era demasiado joven para mí, esa era la verdad. Había vivido demasiados dolores de cabeza y quiebres del alma con diferentes muchachitas como para volver a caer en la misma trampa. ¡Hubo una que hasta me extorsionó con casi todos mis ahorros! Quedé hecho un miserable, medio mundo me veía tan mal que tuve que dejar el trabajo, la ciudad y mudarme lo mas lejos posible de aquel hecho vergonzoso. Volviendo con esta hermosa chica, tuve que salir del hotel muy temprano, irme al trabajo y comprarme nuevas cerraduras para toda la casa. La chica insistió con llamadas seguidas. Esto tenía que parar. Llamé a sus padres pero estos paraban de viaje constantemente, por lo que decidí tomar cartas fuertes en el asunto. Me mudé y de nuevo, a buscar otro trabajo. Aunque no me costó demasiado porque era un escritor más o menos conocido por lo que eso de buscar trabajo era tan solo mudarme y avisar a la editorial mi nueva dirección. Viví por cierto tiempo tranquilo. Salía de casa y respiraba profundamente esos aires cuando te sientes libre como un pajarito. Pero, nada es perfecto en la vida, no sé cómo, la jovencita se averiguó mi nueva dirección. Y allí estaba, en la puerta de mi casa, frente a mí con esa cara de muñeca y esos ojos tan expresivos que no necesitaba hablar para decirte las cosas. La hice pasar, no sé por qué, pero eso hice siguiendo un extraño sentimiento. Me gustassss, me gustan los viejos escritores como tú, decía mientras cogía un silla y se sentaba frente a mí que sabía si hablar o callar… Veía sus ojos y me decía: no, no y no, no puede ser. Por suerte, todo lo que comienza tiene que acabar, es la ley de la naturaleza. Unos vienen al mundo y otros se van, tal como han venido, es decir, sin nada en las manos. Luego de hacer la misma escena mientras trataba de ignorarla, sentándome a escribir como si nadie estuviera cerca de mí, sentí que todo tendría que acabar. Una noche, luego de mi caminata nocturna para sosegar mis pensamientos, la encontré sentada en la puerta de mi casa. Pasa, le dije. Entró. Le iba aclarar que era inútil todo su esfuerzo, pero, de pronto vi que tenía varias bolsas de caramelos en las manos y en su bolso. ¿Qué es esto?, pregunté. Es mi cumpleaños, respondió. Sentí lástima por ella y le dije que saldría un momento para comprarle una torta con sus velas. Regresé a casa con la torta. Puse las velas y las encendí. Apagué las luces y le canté el cumpleaños feliz. Tienes que pedir un deseo antes de que las apagues, le dije. Ya lo pedí, respondió. Me dijo que deseaba que la poseyera, que no me haría ni un problema, que no tuviera miedo, que no sea una gallina, que si no le hago el amor pensará que soy gay, y lo publicará en todos los medios de difusión. Mientras hablaba sus ojos decían otra cosa. Decían que deseaba verme loco por ella, que la besara un poco, que cayera en su juego, ese que no es tan diferente que los de una niña con su muñeca o muñeco en este caso. Tuve que decirle la verdad, no pude evitarlo. Le dije que era demasiado joven para ella, y no hago el amor hace muchos años por motivos pasionales. Mi pasión está en las letras y no mas en el sexo. He reducido los riesgos y el tiempo de vivencias. Le conté que hace más de cinco años que no hago el amor con mujeres, ni siquiera me masturbo ni hablo de mujeres. Todo mi tema son los libros, el arte de las letras en general. ¿Pero, no haces nada mas? Oh, sí, le dije. Por supuesto, una que otra noche salgo de paseo y camino, y en mi largo caminar, hago cosas. ¿Qué cosas?, se puso intrigada. Me senté en el suelo y cogí una piedra tirada en un rincón de la sala. Esta piedra la conseguí luego de que un muchacho se la tirara a la cabeza de otro chico, dejándole ensangrentado y llorando. ¿Qué, llamaste a un médico?, preguntó. No, no, por favor… Cogí la piedra y me la puse en mi bolsillo. Luego, seguí caminando hasta llegar a una casa llena de luces, entré por la ventana y sin que nadie se diera cuenta, subí unas escaleras hasta llegar a uno de los cuartos de esa desconocida casa. Vi a un señor que estaba cociendo una falda. Se la ponía, y luego, se colocaba un sostén, es decir, era un fetichista. Cogí unas sandalias que había dejado por las escaleras y salí bajando por la ventana del segundo piso. También me gusta caminar descalzo por las calles, sobre todo cuando llueve, me gusta mucho y cojo un pomo y lo lleno de agua de lluvia. También me gusta ver si hay cucarachas o hormigas en mi casa. Cuando las encuentro, me gusta seguirlas… Las veo salir a la calle y las sigo hasta que se meten en un rincón. Trazo un recorrido de su paso y me esfuerzo por descubrir el idioma de sus huellas… ¡Es fantástico! De pronto, los ojos de la chica empezaron a encogerse como quien ve un gusano o una rata. Bajó la mirada y luego la levantó con fuerza como si tuviera un resorte en el cuello. Retrocedió y me escupió sin saber por qué. Luego, salió de la casa sin su torta ni sus caramelos, para no volver nunca mas… Aquella noche me comí toda la torta solo, estaba muy buena, era de cerezas, una torta de cerezas, pero, antes de cerrar la puerta, le dejé un pedazo en la entrada, con su nombre por supuesto… Cada mañana que salgo, o cada noche que salgo, o cuando regreso de mis caminatas, allí está su pedazo de torta que, poco a poco es un pedazo de mierda, ya que gatos, perros, cucarachas lo hacen pedazos… Creo que la verdad siempre ayuda a las personas, sencillamente, ayudó a mi tranquilidad y a mi soledad…



San isidro, Julio de 2007

Texto agregado el 23-07-2007, y leído por 190 visitantes. (0 votos)


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