Café virtual

Sentí en ese momento que el tiempo se congelaba. Desapareció como por encanto el bullicio de los autos, las estrepitosas bocinas, el coro desafinado de los vendedores ambulantes, la discusión bizantina del par de indigentes que soñaban con un mundo felizmente socialista, como el de Aldous Huxley, pero en donde se heredarían carro y casa con piscina, de aquellos ricos que ahora por el contrario, les tocaría vivir en miserables ranchos colgados de los cerros de Caracas. Al entrar a la cafetería todo era diferente, desde el bronceado de las dos adolescentes que habían adquirido bebidas dietéticas y el hermoso color en su último viaje a la isla de Margarita, hasta la chica que manejaba la greca, preguntando como lo quería “marroncito claro o guayoyo corto sin azúcar” En un instante todo se volvió mágico, las mesitas redondas desaparecieron, el barullo de los clientes, incluso la columna redonda atravesada en el medio del local, cubierta de retazos de espejos para mimetizarla y disimular el error del diseñador. El sonido de los platos y cubiertos, en resumen todo, adquirió de repente nuevas dimensiones y apariencias. Me vi en un instante transportado a un fresco jardín parecido al de Trevanian, pero que al instante llegue a comprender que se trataba de mi propio Shibumi, con una pequeña cascada en el medio, produciendo rumores cristalinos al chocar contra las piedras. Una saturación de flores, en una policromía sorprendente de los más variados e increíbles colores, el aire impregnado de la fragancia más exquisita y agradable hasta ahora conocida, por ella el propio Lagarfel mataría para robar la fórmula y a mi lado, acompañándome desde siempre, la serena figura de la soledad. Los minutos se convirtieron en horas y las horas pulverizaron la tarde. No quedó otro camino que recorrer la noche, sumando un día más en este interminable rosario en que se ha convertido la secuencia de mi vida. Al salir del cafetín que quedaba enfrente del hospital de La Cruz Roja, ya era de noche y los faros de los automóviles proyectaban haces de luz que brevemente iluminaban la oscuridad. Vi desde lejos como se retiraba aquella bondadosa persona y sentí que la nostalgia me invadía por adentro, pues estaba totalmente seguro que sería la última vez que la vería en mi vida…

Caracas, insolar, Abril 2007.