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aquella muchacha, de no mas de dieciseis años, se sentaba todos los atardederes, cuando ya el sol se cubría de vello y asustaba a niños y enfermos, en el mismo lugar de la acera, desde hacía al menos una memoria de adulto. la miré muchos meses, tarde tras tarde, allí sentada, hasta que algún coche se detenía y entonces sonriendo angelicalmente subía y desaparecía por espacio de una o dos horas. siempre tuve la certeza de arrancar de su joven corazón la historia cabrona de su vida mutilada, asi pensaba yo, en varios aspectos. antes de acercarme a ella, opté por separar y analizar lo que era real en su vida y como tal se podía certificar, y por otro lado aquellos fenómenos no verdaderamente existentes y sin embargo existentes por su propio lado. la muchacha estaba sometida a infinidad de tensiones. el propio ambiente despectivo que el pueblo le restregaba a la mínima ocasión, sería suficiente en mi caso para , soy pirómano...justiciero, digamoslo así, arrasar aquel puto villorio miserable. esta tarde llegó a la misma hora que llegaba y llevaba llegando toda su vida. me vio al otro lado de la calle, un camino desigual y peligroso lleno de polvo y hormigas. me sonrió. me puse en guardia. miré enderredor y no había nadie. un perro casi sin raza reía en el camino hacia el sur, sin duda testigo de mi azoramiento. sonreí. me sonrojé. tiré fuerte de mi canuto de marihuana y no disipé nada, tan solo multipliqué su espacio en mi mente por quince chiquillas más....la sangre me hirvió cuando separó sus torneadas y adolescentes piernas insinuandome la entrada secreta al paraiso. ocurrió entonces algo curioso. toda mi mente se llenó de una tela roja de la que prendían fotografías místicas de aquella niña que era un regalo y un tesoro. inspiré plenamente y mi pulmón al máximo rendimiento me llenó de una hombría y un valor que yo jamás experimentara. dejaron de temblarme las piernas. mi puso se serenó. mi corazón dirigía wagnerianamente mis actos, que intuitivamente, venian cargados de prístina claridad divina. saqué mi viejo coche del almacén y conduje hasta detenerme delante de ella. sonreía. era un ángel. subió y me fue guiando hasta un claro en el bosque, cerca de la salida 92, a un tiro de piedra del lago. detuve el coche y le pregunté su nombre. ella ya estaba desnuda. no, no, grité tapandome los ojos francamente horrorizado. pero ella ya estaba a lo suyo. hurgaba en mi cremallera con una risa desconocida por mi. invoqué a dios. y su respuesta fue rápida. radical. ejemplarizante pensé. su cuello era blando y blanco y suave y yo apretaba en el nombre de dios. al poco rato. su cuello torcido grotescamente mostraba la magia morada de la muerte. creo haber descubierto mi desstino en estos páramos del señor. la he enterrado. he construido una cruz y con mi navaja he escrito en ella: he entregado mi cuerpo a todos los seres sin excepción.

Texto agregado el 20-07-2007, y leído por 81 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
20-08-2007 Que crudo relato y que bien desarrollada idea... naiviv
29-07-2007 Es un poco dificil de leer... Supongo que es por la ausencia de párrafos y letras mayúsculas... Pero manejas en general imagenes que mantienen el aire. daggaz
 
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