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Inicio / Cuenteros Locales / curiche / Con tu puedo...Cap 58: ¡No nos doblegarán! ¡No me asustarán!

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¡No nos doblegarán! ¡No me asustarán!

Cada vez que he logrado resbalar
en declive desde el cielo,
suelo descubrir la muerte que se goza
por mi fractura en la crisma.

Cada vez que he conseguido llegar
al sinfín de los infiernos,
suelo regresar y ser persona airosa
pero ya no soy la misma.

(de: Transido: Milagros Hernández –SorGalim-)


La plaza está llena de gente, los niños juegan y miran el verde que el desierto les niega. Los pimientos han producido sus primeras hojas. A ras de suelo hay lirios florecidos. Es domingo y antes de ingresar al teatro para realizar la Filarmónica, los mineros y sus familias se han reunido para inaugurar la plaza.

Es la segunda inauguración ya que durante el casamiento de su hija, Don Fernando Gómez lo realizó.

Los obreros lo hacen para saludar a quienes trabajaron en su construcción y festejar el triunfo obtenido con la huelga.

Alamiro, de pie con su mirada en alto, con la alegría que le da su juventud y su enamoramiento. De su brazo está Mariana que siente orgullo del hombre que ama y del hijo que esperan, alrededor de la pareja muchos niños revolotean.

Hombres y mujeres que visten sus mejores ropas miran el entorno, observan como algo tan simple, como el brote de los pimientos en medio de tanta sequedad hace la alegría de muchos.

Juvencio sube al kiosco, hace de maestro de ceremonia, invita a unos que canten o reciten. Pedro Pablo sube y anuncia unos versos...

¿Qué es la mujer?

Lagartija con mezcla de caimán
Cordero con fiereza de león
Paloma con instinto de gorrión
Céfiro que se trueca en huracán.

Bebida entre jarabe y alquitrán
Suave manjar que causa indigestión
Lira de oro que suena cual violín
Libro escrito en Esperanto y alemán

Máquina de llorar y de reír
Manantial de amor y de placer
Forma de ceder, acero en resistir

Ángel a quien, debemos el nacer
Diablo que nos persigue hasta morir
Esto es ni más ni menos; la mujer.


Suenan los aplausos

En una esquina de la plaza varios hombres conversan animadamente. Uno de ellos es Efraín. Juegan dinero a los dados. Algunas mujeres miran desde lejos. En uno de los grupos está Clotilde con algunas amigas.

Francisco y Lastenia miran a Alamiro. Ernesto Aravena, José Manuel, Atanasio, Inti, Gustavo, Luciano y Juvencio conversan sin perder de vista a su dirigente.

El tren está por pasar, se escucha el silbato de la locomotora. En el grupo que juega dinero se forma un altercado, se insultan por una trampa hecha por uno de los jugadores. Dos hombres se trenzan a golpes, poco a poco se van acercando al kiosko. Uno de los que pelea es Efraín. Clotilde se acerca a los que riñen, se percata que los golpes no son fuertes como parecen. El grupo de jugadores deja en el centro a los dos que pelean. Efraín mete su mano al bolsillo trasero de su pantalón y saca un revolver, el contrincante también extrae una pistola, el grupo se hace más estrecho.

Juvencio que desde arriba domina todo el panorama, ve con inquietud la trifulca. Anuncia a Miguel Peñaloza quien recitará un poema:

Versos.

Por amor cantan las aves
Por amor las hizo Dios
Por amor vine yo al mundo
Por amor te quiero yo.

Por amor hacen dos noches
Me llevaron al cuartel
Por estar en tu ventana
Aguardándote mi bien.

Por amor me falta sopa
Por amor tan flaco estoy
Por amor duermo muy poco
Por amor me muero yo.

Por amor recibí humilde
Garrotazo y puntapié
Que me dio mi suegra impía
Por que adoro a su Raquel.

Por amor vivo en un potro
Por amor daría yo
La gloria si es que me toque
Y todo mi corazón.

Por amor cantan las aves
Por amor las hizo Dios
Por amor me echó mi madre
A este mundo aburridor.


Nuevamente aplausos.

El tren está por llegar a la estación, se oye cuando frena. En las cercanías hay varios guardias armados. El grupo de hombres que rodean a los que pelean se abren en abanico. Efraín y el otro avanzan hacía donde Alamiro conversa con sus amigos. Clotilde escucha algo y grita...
—Alamiroooooo! ¡Van a matar a Alamiro! –La voz de Clotilde es de angustia y miedo, en su desesperación corre hacia Alamiro, que mira sin entender lo que ocurre.

Ernesto, Atanasio, Inti y Luciano y Pancho rodean a Alamiro. Suena un disparo e inmediatamente vienen otros, gritos, caos hay en la plaza. Los hombres que rodeaban a los que peleaban comienzan a desplazarse hacia la estación. Atanasio cae, su camisa blanca se coloca roja. Lastenia se toma un brazo.
—¡Estoy herida! –grita y comienza a desvanecerse-

José Manuel y su mujer van a mirar a Clotilde, le colocan una chaqueta de almohada, mandan a buscar al practicante.

¡Ese fue! – Grita Lastenia indicando a Efraín-. Alamiro se hinca a mirar a su compadre, le levanta la cabeza, le habla. Atanasio no responde. Dos balas detuvo con su cuerpo, uno en el pecho el otro en el abdomen. Alamiro lo abraza.
—¡Esta muerto! – Dice en voz alta-

Alamiro cierra los ojos de su amigo que ha dado su vida por defenderlo.

— ¡Las balas eran para mí! ¡No nos doblegarán! ¡No me asustarán! – Dice en voz alta Alamiro- Finalmente se percata por qué Efraín siempre anduvo a su lado, de por qué lo colocaron en su mismo grupo de trabajo, que el crimen fue tramado por la Administración –

En tren hace sonar el silbato, el grupo sube a los vagones. Los guardias no dejarán subir a nadie más. El tren espera.

Alamiro, mira con dolor a quienes le rodean. Un grupo de hombres y mujeres rodean a Efraín y su compañero. No les permiten moverse. Efraín levanta el revolver, apunta al grupo, de algún lado un garrote le golpea el brazo haciendo caer su arma. Su amigo dice... ¡Yo no fui! Los hombres comienzan a sacar a las mujeres. Sólo varones rodean a los agresores.

El grupo comienza a caminar empujando a los dos, les llevan hacia una casa deshabitada y les meten dentro. Alamiro va en busca del asesino. Inti, el boliviano le dice...
—No hermano, usted no se meta en esto.

Juvencio y José Manuel lo llevan a la plaza.

—Vamos compañero, vamos donde le vean. – Juvencio habla a Alamiro
—Alamiro, ellos van a conversar con los asesinos, confía compañero.
—Me querían matar y Atanasio se puso delante.
—Sí camarada, vamos salgamos de acá.

El círculo en torno a Efraín se estrecha. Luciano el che está muy cerca de Efraín. Gustavo –uno de los que enfrentó al capitán- está al otro lado, ambos con sus manos en el cinto, Gustavo siempre anda con su corvo en el cinto, hombre serio, amigo de todo el mundo, forma parte de la organización que dirigen Juvencio y José Manuel. Luciano nunca abandona su facón.

—Vamos, gallitos ¿Quién los mandó? – Pregunta Inti

El tren sigue silbando. Los guardias esperan con sus armas en las manos.

—Nadie nos mandó a nada – Dice Efraín
—Ustedes armaron la pelea para acercarse a Alamiro ¿Quién les mandó? – Insiste Inti.
—En Antofa nos pagaron. – Dice el acompañante de Efraín.
—¿Quién pagó?
—¡Nadie pagó! – Grita Efraín, que quiere deshacerse del grupo. Trata de avanzar, pero no los dejan salir.

El tren espera cinco minutos luego lanza su último pitido y lentamente inicia su marcha rumbo al sur llevándose en uno de los vagones a los que acompañaban a Efraín. A Antofagasta llegan todos menos dos que nunca arribaron y que jamás se supo de ellos.

Mariana llora y grita ¡Asesinos! ¡Malditos asesinos! ¡Atanasio no les hacía ningún daño! Lastenia y Ernestina la toman. Ambas mujeres lloran en silencio. La llevan a casa de Lastenia, le preparan una agüita para tranquilizarla.

—Niña, debes estar tranquila o tu guaguita sufrirá –Le dice Ernestina

Alamiro, busca con los ojos a Francisco, mirada muda, con rabia, desazón, pero de mucha fuerza.

—Hay que traer una camilla —Dice Alamiro
—Ya la traen. —Habla una vecina

Alamiro y Francisco suben el cuerpo de Atanasio a la camilla, ambos comienzan a caminar hacia la sala de la Filarmónica. Allí velarán los restos.

A Clotilde la llevan a casa de José Manuel que está más cerca. La bala le traspasó limpiamente el brazo. El practicante de la compañía llegó en poco tiempo, limpió la herida y le inmovilizó el brazo, le dio un antibiótico y se retiró a las casas de la administración.

—¿Le ocurrió algo malo a Almiro, le mataron, les oí cuando dijeron que había que tirarle a Araya? –pregunta Clotilde-
—Nada le ocurrió, pero si tu no gritas le hubiesen matado, Atanasio se colocó delante, recibió dos balazos y murió, y tú saliste herida.
—¿Y los asesinos?
—El tren se los llevó de regreso al sur. Debes quedarte tendida en la cama, más tarde te llevaremos a tu casa. Una de las mujeres que trabajaron en la olla común se queda acompañando a la herida.

Dos carpinteros abren el taller de la oficina y comienzan a construir la urna en la que se sepultará a Atanasio.

—Don Fernando, disculpe le moleste en domingo –dice respetuosamente el practicante- en la plaza asesinaron a un hombre e hirieron a una mujer, dicen que los hechores huyeron en el tren.
—¿Quién murió? –pregunta el administrador-
—Un tal Atanasio que recibió dos balas, dicen que eran para Alamiro.
—¿Quién dice eso de que eran para Almiro? –pregunta la señora Estela-
—Dicen que la mujer herida se lo escuchó a los asesinos.

Estela mira seriamente a su marido sin decir nada, de inmediato comprende que no es casual y que debe ser parte de la revancha en contra de Araya.

—¿Dónde está el muerto? –pregunta Estela
—Lo llevaron al salón y dos carpinteros fueron a construir una urna.
—Fernando iré a ver lo que sucede –dice Estela
—Ve con algún guardia.
—¿Acaso tengo que ver con la balacera?
—No me parece bien que vayas
—No te estoy pidiendo permiso.
—Yo también me retiro, Don Fernando, a la mujer herida le curé el brazo, creo que mañana hay que verla nuevamente, no vaya a ser que se genere gangrena.
—Sí, sí, cúrela todas las veces que sea necesario y si hace falta, mande a buscar un médico a Iquique.

Maldito hijo de puta este Alamiro. Fallaron y me salió tan caro. Este huevón de Antofagasta me lo dio por firmado que no errarían. ¡Las pelotas que le pago el resto! Va a ser mi destino tener que soportar a este imberbe hasta que él decida irse. Los guardias también lo saben, me cobrarán su silencio. Nada me sale bien este último tiempo y mi mujer ahora va al teatro lleno de obreros.

Doña Estela caminó hasta el teatro, allí estaba reunida toda la oficina, entró con algo de temor, buscó con la vista a Ernesto y se dirigió a él. Los trabajadores le miraron con resentimiento y algunos con servilismo. José Manuel y Juvencio fueron en su búsqueda para acompañarle.

—Buenas tardes –saludó ella con su dignidad de dueña-
—Para nosotros no son tan buenas señora Estela –le responde Juvencio- ¿qué se le ofrece?
—Quiero ver a Alamiro Araya.
—Pase por acá señora –le dice José Manuel, llevándola hacia la oficina de la sala –buscaré al compañero Araya-

José Manuel salió en busca del presidente, le habló al oído y Alamiro fue hacia la sala de reuniones.

—Señora Estela, ¿qué se le ofrece?
—Alamiro, acabo de enterarme de la desgracia ocurrida, pensé que se había acabado todo, pero no es así. Entiendo que el joven muerto...
—Asesinado, señora, lo asesinaron.
—Entiendo que es del mismo lugar que usted.
—Sí, nos crecimos juntos y juntos llegamos a esta oficina.
—Alamiro, quisiera que le avisen a sus familiares, si desean venir y no tienen dinero, yo les pago el pasaje y la estadía, no tengo otra cosa que ofrecerles, le aviso a usted que es el presidente.
—Señora Estela, gracias, pondré un telegrama, pero, además quiero agradecer lo que hizo por nosotros durante la huelga. Cuando quiera retirarse le pediré a Ernesto le acompañe hasta las casas, los ánimos no son buenos entre mis compañeros, menos en el mío.
—Gracias, cualquier cosa que requieran me avisan o con Ernesto o con alguna de las niñas que trabajan conmigo.
—Nos preocupa la salud de Clotilde, ella fue herida en un brazo.
—Ella recibirá toda la atención y se mandará por médico a Iquique para que le atienda. Creo que es hora que me marche para que ustedes hagan lo suyo. Alamiro, yo no hice nada por ustedes.
—Bien señora, si usted lo dice así. Espéreme un segundo, llamo a Tito y a Gustavo para que le acompañen.

Alamiro, pidió a uno de los niños que buscaran a Tito y a Gustavo.

—Compañeros, por favor acompañen a la señora Estela.
—Al tiro, Alamiro –Dice Gustavo-
—Alamiro, agradezco al cielo que no fue usted, cuídese mucho.
—Nuevamente gracias, señora Estela, le avisaré cualquier novedad.

Gustavo y Tito acompañaron a la señora hasta la puerta y le siguieron con la vista hasta que se perdió al ingresar a su casa.

Nota: En cada poema, he realizado algunas modificaciones sin alterar el ritmo ni las significancias, ya que están escritas en el original con el lenguaje utilizado entre 1900 y 1915.

El soneto ¿Qué es la mujer?
de R.R, publicado en el periódico obrero “El Cachimbazo”
número 18, del 11 de Octubre de 1908

Versos
De Cantalicio
Publicado en periódico obrero
No Aguantis N 1
Antofagasta 14 de febrero de 1909

Curiche
Julio 17, 2007

Texto agregado el 16-07-2007, y leído por 356 visitantes. (16 votos)


Lectores Opinan
01-08-2007 Me asomé por tu novela y aspiré ese aroma solidario que te lleva a escribir sobre las injusticias humanas con ese atisbo de esperanza en poder algún día acabar con las desigualdades. azulada
28-07-2007 Que buen texto curiche, los poemas son impecables y muy acertados versos los de sorgalim(de las mejores poetizas en la pàgina) Te saludo y felicito. Astolfo
22-07-2007 Se la tenian que cobrar de alguna forma. muy buen capítulo.***** tequendama
22-07-2007 Tortuosa historia, bien relatada y construida. sereira
21-07-2007 De todo este capítulo se me ha quedado grabado a la luz del fuego ese grito: "¿Dónde está el muerto?" ¡Más vivo que nunca, Curiche! Más vivo que nunca, para que no nos olvidemos que lo único que al morir se pudre con el cuerpo, y en el fondo del alma, es la hipocresía, la cobardia, la envidia, el egoísmo, la soberbia y el miedo. El resto tiene dimensión eterna, no muere nunca, como el pensamiento bueno y noble. maravillas
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