¿Por qué, oh, hermano del Ande,
tus ojos pesar delatan?;
quieren estallar, mas arden
y al tragarse el llanto, callan.

Dulce cholillo, que sufres
al ver que tu tierra madre
en la agonía se sume,
por cómo exprimen su sangre

sin que una gota te caiga
y calme tu ardiente sed,
que quema pero no mata,
¡cosecha que no da mies!

Desde tu espíritu brota
un peregrino lamento
intenso, que el aire corta
y clávase, en mis adentros,

partiéndome el corazón
y desgarrando mi alma,
que cree sentir tu dolor,
¡inundándose de rabia!

¿Recuerda quizás tu pueblo
las crudas atrocidades
de incas que superpusieron
su voz, su lengua y sus males,

o la vanidad traída
a fuego, hierro y espada
por la gloria de Castilla
a tierras americanas?

¿Por qué la miseria asola
en estos tiempos presentes
a tu linda gente toda?
¿No es acaso suficiente?

¡Rabia que los ojos nublas,
odio enfermizo que atajas
de la muerte mas abrupta,
impotencia que atenazas

y extirpas las ilusiones
y anhiquilas la esperanza!
No me convirtáis al hombre
en las moribundas máquinas

sin libertad, que no sienten
ni sueñan, tan sólo marchan
por angostos corredores
que enajenan el mañana,

como autómatas que penden...
del miedo, que los programa.

CC., 31/VIII/2005, 29/VI/2007