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La obscuridad me acecha firme, ahuyentada apenas por escasos vástagos de luz, que se afanan por prevalecer, por seguir irradiando sus tenues destellos, que se disuelven. Ansían sobreponerse al olvido, no sucumbir ante las voraces fauces del tiempo...

Pero aún desde el malestar de mis adentros, una chispa alentadora de esperanza emerge, desafiando portentosa a su tempesta suerte.

Avanzo a tientas, cegado por mi miedo, confuso, preso de mi ambición por subsistir, y aun enfrentarme sin mirar atrás ante lo incierto, en lugar de darme media vuelta ante mis pasos y afianzarme en lo seguro.

En medio de este abismo, por cuyos arcanos corredores sin fondo se desplazan tortuosos mis pesados pies, rumbo a lo ignoto, anhelo hallar una salida, desde la que poder volver a respirar un aire fresco, y dejarme acariciar por la brisa, por el cálido lamento del ocaso.

Mas en la inmensidad de tan abrumador desconcierto, una esencia capta la atención de mis adormecidos sentidos, invitándome cual delicioso espejismo a proseguir rumbo a esa refrescante fuente de esperanza, a buscar esa senda, en cuya búsqueda no cejo, pero que se resiste a ser encontrada.

Avanzo y avanzo, por interminables túneles y galerías, sumido en la penumbra, exhausto, sin visión, al borde del desfallecimiento.

Entonces oigo el tímido murmullo de un arroyo, que tropieza y chapotea, transportando el fresco aroma que me invade.
En ese momento vislumbro un destello desde lo más profundo del insondable abismo. Ansioso invierto mis pocas fuerzas en dar una carrera torpe y desesperada en rumbo a aquel reflejo, que me contempla absorto, que me observa, que vacila, que parece deambular sin dirección, y ni siquiera sé si ha reparado en mi existencia.
Esa luz fulgente, melancólico lucero, que con timidez tilita, y se inyecta en mi pecho como un puñal, se hace patente, y poco a poco reina en la obscuridad, a la que por primera vez parece poder plantarle cara, resistiéndole, como rival digno, para reclamar su espacio, y en tenso duelo vencerla.

Y mi espíritu, que aún yace débil, maltrecho entre el rumor de la maleza, abatido por la hiriente saeta que le alcanzara en pleno duelo, cree despertar de un profundísimo letargo, de un largo sueño, sobresaltado, alzando la mirada hacia el ramaje, frondoso y enmarañado, a través del que rezuman con intensidad los rayos del sol. En medio creo distinguir una imagen, acaso una silueta, difusa ante mi visión aturdida, pero que poco a poco cobra nitidez, hasta tornarse en el bello rostro de una joven dama que susurra con su voz melódica y que clava en mí sus negros ojos, que relucen enjugados de un brillo especial, y tilitan y se fijan, como un sueño, una caricia, en el vidrio de mis ojos, que inventan su realidad.
C.C.,8-V-2006

Texto agregado el 14-07-2007, y leído por 67 visitantes. (1 voto)


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