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“Drama –aunque se escriba como se escribe la música- es ejecución de acciones por personas presentes, representación.” De esta manera define Alfonso Reyes brevemente al Drama, curiosamente, como función literaria. Pareciera una gran contradicción; a la vez que estudia el drama como texto únicamente, lo define como ejecución de acciones.
¿De dónde proviene la dificultad al tratar con el texto dramático? Tal vez en primera instancia de la diferencia de su uso, de su análisis, de la bigamia en que, le hace creer al profesor de literatura que le pertenece, de la misma manera en que lo hace con el hombre de teatro.
De entrada algo parece quedarme claro; el texto dramático es creado invariablemente con la finalidad de ser una de las partes del proceso escénico, sería algo absurdo escribir un texto de tales características sin este primer objetivo.
Entonces, si evidentemente el proceso de la creación escénica nada tiene que ver con el de la creación literaria, ¿por qué se estudia el texto dramático en las clases de literatura? ¿Acaso en las clases de actuación se estudia algo sobre semiología? La verdad es que no.
El hombre de teatro pudiera llegar a pensar con desconfianza (después que la política se ha robado descaradamente algunos términos teatrales; escenario político, actores políticos, el telón de su gobierno, sobreactuación de tal personaje, etc.), que el hombre letras le quisiera robar aquellas que le pertenecen al artista escénico, las letras que funcionan sólo dentro de la maquinaria teatral y no en el análisis de la creación literaria.
¿Es esto un robo, una confusión, la necedad de ver como literatura al texto de teatro cuando no lo es?

No se puede leer teatro, sentencia Anne Ubersfeld en su Semiótica teatral: “el teatro es el arte de la paradoja; a un tiempo producción literaria y representación concreta; indefinidamente eterno e instantáneo.” Sin embargo se lee teatro, se estudia desde los asientos de un salón de clases y no en un escenario.
Desde un punto de vista y en apariencia, esto sería simple de explicar; el teatro en el papel funciona como literatura en muchas ocasiones, porque como dijo Lotman; “Se considera una muestra de literatura cualquier texto verbal que, dentro de los límites de una cultura dada, sea capaz de cumplir una función estética”. Con esto podemos entender un poco más la paradoja de que hablamos, el texto dramático funcionaría tanto en la escena como en la soledad de la lectura. Pero entonces, ¿desde qué punto de vista escribir sobre él? Parece haber un grave problema, y es que reitero, un texto dramático no es, en principio, escrito para servir como literatura, de esta manera ¿Cómo se puede hacer un análisis? en el que se pretenda, por ejemplo, mencionar las características que hacen funcional un texto teatral, desde el punto de vista de la creación literaria, cuando éste ha sido escrito tomando en cuenta (en el mejor de los casos) las características que lo harán funcionar correctamente en el escenario, no en las manos de un crítico, de un investigador, de un escritor, ni siquiera del lector común.
La lógica nos diría que un escritor que jamás haya experimentado el proceso escénico, difícilmente podrá crear un texto que funcione de manera totalmente adecuada en la escena. Erika Fischer-Lichte, reflexiona esto de alguna manera en su Semiótica del teatro; “(…) la particularidad de los signos teatrales es tan diferente de la de los lingüísticos, que al menos tiene que permitirse la duda de si los significados creados con signos lingüísticos se pueden constituir igual con signos teatrales.”

El actor y director escénico Raúl Farell, quien, amable como siempre, concedió una entrevista para este trabajo dice:
“Hay que entender algo muy importante, la gente que escribe, o la gente que critica, la gente que se dedica a la literatura, no entiende el proceso creativo de un actor, no saben qué tiene que hacer el actor para funcionar (...) es gente que en su vida ha dirigido, en su vida ha actuado (...) no saben cuales son los problemas a los que uno se enfrenta al estar montando una obra. Entonces el actor o el director, tienen que meterle mano a esa obra al grado de que esa obra pueda ser funcional para él”

Sin embargo, es entonces también literatura el texto dramático, pero sin quererlo, como efecto secundario. No obstante, recuerdo ahora a Reyes y surge una nueva contradicción, dice Alfonso;
“Sin intención estética no hay literatura, solo podría haber elementos aprovechables para hacer con ellos literatura; materia prima, larvas que esperan la evocación del creador. Por de contado, cualquier experiencia espiritual, filosófica, histórica o científica, pueden expresarse en lenguaje de valor estético pero esto no es literatura, sino literatura aplicada. Ésta se dirige al especialista, aunque sea provisionalmente especialista. La literatura en pureza se dirige al hombre en general, al hombre en su carácter humano.”

Ryngaert escribió:
“El lector, si no es ni escenógrafo ni director, trabaja sin embargo para construir imágenes en la relación entre lo que lee y el acopio de imágenes personales que posee. Es todavía necesario que él organice las imágenes persistentes impuestas por la concepción dominante del teatro y que ose recurrir a un imaginario no convencional”

Así que si bien el texto dramático puede, sin mayor confusión, ser considerado literatura según la definición de Lotman, en la explicación de Reyes si hay en principio, un grave problema. Él mismo dice también, al hablar de las tres funciones literarias: “Lo que no acomoda en este esquema es poesía ancilar, literatura como servicio, literatura aplicada a otras disciplinas ajenas”, sin embargo el Teatro y la Literatura son disciplinas ajenas. Y el drama se escribe para la escena, se utiliza el lenguaje dirigido al director, a los actores, al escenógrafo, iluminador etc. se dirige entonces al especialista, al que aquí he llamado hombre de teatro. Sería el texto dramático literatura aplicada y tan sólo en determinados casos, ya que éste no debe tomar en cuenta jamás las características que lo harán funcionar como hecho literario, deberá escribir el dramaturgo todo el tiempo en función del trabajo escénico. A este respecto dice Farell:

“El teatro no debería mezclarse con la literatura. (…) Para mí lo más importante en un texto, es que tenga una línea dramática, pero dramática para el actor, no para un lector, en realidad. (…) Si un texto de teatro, no se puede actuar no sirve, por más bello que sea, por más ideas maravillosas que tenga, (…) el texto en el papel no sirve de nada, si no puede ser actuable, si no puede ser representable.
Hay algo que hace (David) Mamet, que es maravilloso y es poner los diálogos necesarios en una obra de teatro. ¿Por qué? Porque tiene que hablar la imagen… si la imagen no habla y tienen que estarnos explicando los textos, si el texto es explicativo, no funciona. Los autores, yo creo, tienen un gran problema, y es que se sienten directores, y de una u otra manera llenan de acotaciones un texto (…) le explican a uno todo lo que quieren que vea un espectador. Si el texto cae en ser descriptivo, se apega más a lo que sería una novela.”

El también director de escena Luis de Tavira, por su parte afirma igualmente que:

“De la utopía wagneriana del teatro, como fiesta de las artes, hasta el rigor extremo de la búsqueda de la esencia de lo teatral de Grotowski, lo que ha quedado claro es que el teatro no es literatura. (…) Hemos intentado hasta la náusea, la formulación de una lingüística del teatro, toda esa crisis filológica de la semántica del teatro, y las metodologías de relaciones. (…) El principio de pensar teatro no puede coincidir con el principio de hacerlo. El principio del teatro debe ser el fin de hacer el teatro.”

Así que me atrevo ahora sin demasiado remordimiento a afirmar; el texto dramático no es literatura, no tiene razón de serlo, y no lo es, se trata mas bien de literatura aplicada, porque, quién pude negar que el placer de leer una obra de Shakespeare, no es el mismo al de leer una magnífica novela, o conmovedora poesía, y es que nada impide apreciar los textos dramáticos como una novela, los diálogos como los propios de ella y en las acotaciones algunas descripciones, sin embargo no es una novela, es una obra para la acción, es decir; dramática.
Habrá incluso casos en los que el texto con objetivo escénico no tenga las características que se saben comunes, ejemplificaré:

Emperatriz Soraya ha visto pasar sus mejores años en las tenues luces de un tugurio de 5ª. Nunca soñó con dedicarse al espectáculo pero las circunstancias la envolvieron en ese mundo puteril, de perfumes baratos y hombres libidinosos y envaselinados que le prometían el cielo y las estrellas con tal de sacarle unos pesos o de revolcarse en su cama una noche. (…) Fue así como no sintió el paso del tiempo, ni de la evaporación del éxito, ni que el dinero se le fue de las manos. Emperatriz Soraya se vio en la ruina total, y sin el menor deseo de continuar viviendo.

El texto anterior como podemos apreciar, no es una obra teatral en el sentido en que la conocemos, no es un cuento, ni una novela, se trata de parte de una biografía del personaje que no sobrepasa una cuartilla. Ciertamente no es literatura, pero como texto dramático funciona muy bien en una de las formas de tratar el proceso escénico y actoral. Lo importante aquí es que para el drama, es decir para el teatro, puede funcionar simplemente un planteamiento de escena, ya que coincido con Raúl Farell (quien es también el autor del texto que acabo de citar) cuando afirma que “el drama no está en el texto, sino en la situación que nos está proponiendo ese texto”, de esta manera, si texto dramático es antes que nada, el que tiene la función específica de dar partida para una representación, puede serlo en ese sentido cualquier otro texto, incluso de una novela, sin que reciba modificaciones en el papel, sino en el escenario, no necesariamente modificaciones, sino los complementos propios de él
El mismo Raúl Farell trabaja constantemente con los tres primeros párrafos de El Extranjero de Albert Camus, para el desarrollo de una escena que si bien es parte de la formación y entrenamiento de actores que realiza desde hace años, se ha presentado a público como un monólogo que funciona tanto como un texto dramático convencional.

Acabo de mencionar qué pasa con textos que no contienen acotaciones, solo la descripción de un personaje. Sin embargo existen otros textos para la escena que utilizan bastante el recurso-necesidad de la acotación. Samuel Beckett -como en muchas otras cosas-, llega al límite en este sentido al escribir Acto sin palabras, una obra cuyo texto es únicamente, indicaciones sobre escenografía, el movimiento de ésta y las acciones del personaje. No existen los diálogos, tan sólo la acotación. De esta manera creo que incluso, a obras tales como ésta que pongo de ejemplo, no se les puede considerar ni siquiera literatura aplicada.

Llegamos a lo siguiente; el texto para el drama no tiene una estructura específica, “El autor comunica su mensaje al público no mediante un narrador sino a través del diálogo y la interacción que los actores mantienen en el escenario en la cadena en que suceden sus acciones y sus actos del habla” dice una parte de la definición de Drama que hace Helena Beristáin en su Diccionario de Retórica y Poética. Los textos dramáticos que acabo de mencionar, desmienten por lo menos esta definición.
Y es que hay algo que considero importante decir; el texto dramático, desde el punto de vista que ya hemos dejado claro, es una obra de arte incompleta. De igual manera en que lo es, por ejemplo, el cuaderno de trabajo de Elia Kazán para el montaje Un tranvía llamado deseo, ambos son propuestas para la escena.
El texto dramático deja por esta razón, algunos vacíos necesarios, que serán llenados por los demás partícipes del hecho teatral. Sobre uno de los aspectos que esto conlleva, hace curiosamente una referencia Tennesse Williams, dentro de una de las acotaciones de su obra La gata sobre el tejado de zinc caliente:

“hay que dejar algún misterio a la hora de desvelar el personaje de una obra, del mismo modo que siempre alberga gran parte de misterio cualquier persona de la vida real, incluso si se trata de uno mismo. Esto no absuelve al autor de su deber de observar e indagar tan clara y profundamente como legítimamente le sea posible; pero sí debería apartarle de las conclusiones y las definiciones fáciles que hacen de una obra sólo una obra, no una trampa que trape la autenticidad de la experiencia humana.”

De esta manera, el dramaturgo que pretenda cerrar su obra de alguna manera, para que funcione como hecho literario, para que su lectura baste para ser comprendida en su totalidad, está en riesgo de descuidar su funcionamiento principal. Un ejemplo son las acotaciones en que el autor nos pretende comunicar el estado de ánimo en que se encuentran sus personajes. Al respecto Farell dice:

“Para que sea actuable tiene que dejarle ese texto una labor al director. (…) Yo creo que (las acotaciones deben expresarse) simplemente en acciones físicas, que son necesarias para entender el por qué los personajes se están diciendo los textos.
Las acotaciones que se refieren al estado de ánimo del personaje en una obra están totalmente de sobra. Los dramaturgos tienen mucho miedo a que no se entienda su obra (…) por eso son muy dados a explicar en acotaciones cómo están (emocionalmente) los personajes. (…) es como si nos quisieran explicar todo lo que quieren decir, en ese caso aquello no está bien dicho
En el montaje escénico todo eso tiene que ser una labor de búsqueda. Las emociones de un actor en escena, no necesariamente tienen que ser los que puso un autor, se encuentran veinte mil colores, veinte mil matices, entonces, siento que los autores limitan incluso el trabajo del actor, lo limitan a simplemente un estado de ánimo”

Esto quiere decir que el dramaturgo (“dramaturgia significa literalmente acción escénica” ) deberá conocer antes que nada el oficio para el cual está escribiendo. La disciplina para la cual está trabajando, la escena. “Nos hallamos ante una verdadera polifonía informacional, eso es la teatralidad, un espesor de signos” dice Barthes, y esa teatralidad no se puede experimentar en las letras.


Vaya pues, es el texto dramático en esta breve reflexión personal, invariablemente parte del proceso escénico, tal vez la más aislada, pero al fin, en cualquiera de sus modos, parte de la escena. Literatura aplicada, a una disciplina bastante diferente a la de la literatura. Texto que se dirige al especialista, aunque sea provisionalmente especialista.



















Bibliografía consultada:

REYES, Alfonso: La experiencia literaria. Buenos Aires: Editorial Losada, tercera edición, 1969. 229 pp.

BERISTÁIN, Helena: Diccionario de retórica y poética. México D.F. Porrúa, 1992. 508 pp.

FISCHER-LICHTE: Erika: Semiótica del teatro. Traducción de Elisa Briega. Madrid: Arco/libros, 1999. 726 pp.

ANNE, Ubersfeld: Semiótica teatral. Traducción de Francisco Torres. Madrid: Cátedra/Universidad de Murcia, 1989. 211pp.

KAZAN, Elia, et al. Principios de dirección escénica. Traducción de Edgar Ceballos. Hidalgo: Editorial Gaceta/Gobierno del estado de Hidalgo, 1992. 686 pp.

CAMUS, Albert: El extranjero. Traducción de Bonifacio del Carril. México D.F. Alianza, 1988. 143 pp.

FARELL, Raúl: Emperatriz Soraya. Texto proporcionado por su autor. 1 pp.

Otros:

Varios autores: Conformaciones, primer diplomado nacional de estudios en dramaturgia. México D.F. CONACULTA/PasoDeGato Publicación digital en CD-ROM

AMADOR Herrera, Guillermo: Entrevista a Raúl Farell. [Videograbación] Realizada 11 de Junio de 2007. 1 videocasete formato Mini-DV 29min.

CARDONA, Patricia: Coloquio sobre dramaturgia de la danza. En línea: www.cnca.gob.mx/cnca/nuevo/2001/diarias/jun/150601/enelcris.html+dramaturgia&hl=es&ct=clnk&cd=3&gl=m x [Consulta: 9 de Junio 2007]

GÓMEZ, Máximo: Texto dramático y teatralidad. En línea: http://andamio.freeservers.com/dida/siete/nota-inf.htm [Consulta: 9 de Junio 2007]

Texto agregado el 14-07-2007, y leído por 4072 visitantes. (0 votos)


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