“Recuerdo de Pedro y Eugenia”

Aunque en el Barrio de La Perla nadie los recuerde, nadie ignora que Pedro y Eugenia se amaron apasionadamente y en secreto. Ya han pasado muchos años y con ellos llegó el olvido y con este, la libertad.
Ayer vi a Pedro (un horror sagrado que no puedo explicar me impidió saludarlo). Esperaba, inmóvil y solemne, en una precisa esquina frente al mar. El frío de esa noche de invierno y de lluvia torrencial y lo inusual de la hora harían suponer a cualquiera que ella no iría. Pedro se mostraba tranquilo y confiado, no ignoraba que de la imprevisible Eugenia podía esperarse cualquier cosa, pero no que faltaría a esa cita. Poco después la vi cruzar la calle. Caminaba despacio y desabrigada, parecía disfrutar del frío como del bien más preciado de los hombres. Noté que su andar ya no tenía su antiguo aire de arrogante independencia y pensé cuantas cosas más habrían cambiado desde la última vez que la vi.
Entraron en un bar y se sentaron en una mesa junto a la ventana, el mozo los ignoró, también la poca gente que los rodeaba. En esa noche sin tiempo, perdida en la eternidad, revivieron su antigua e imperecedera pasión. Se amaron con gestos y palabras, se acariciaron con la dulzura de la voz y las miradas, pero no se tocaron porque no tenían cuerpos.
Eugenia fue una prostituta condenada al fuego eterno y Pedro, un honrado militar que alcanzó las delicias del Cielo. En cuanto a mí, no sé si soy un viejo que sueña o es que Dios les permitió una noche de amor después de muertos.