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Cuando llegué a la exposición aquella tarde de domingo, no sospechaba que uno de esos cuadros cambiaría mi vida para siempre. Una amiga me había invitado a ver las obras de un amigo suyo, que exponía en la Galería del Mar.
Siempre me gustó la pintura, especialmente el hiper-realismo, porque tiene un efecto casi hipnótico sobre mí; me transporta a otra dimensión, rescatándome de la mediocridad cotidiana. Esto me ha pasado siempre. Recuerdo que cuando era niña me gustaba sentarme en la biblioteca de mi abuelo a mirar su retrato. Pasaba largas horas allí, observándolo. Muchas veces tuve la sensación de estar entrando en el cuadro, y temía quedar atrapada en la bruma que lo rodeaba. Otras, me parecía descubrir en la figura de mi abuelo movimientos casi imperceptibles, como si estuviera conteniendo la respiración con mucho esfuerzo; y otra vez, creo que llegó a guiñarme un ojo. Claro que nunca le conté esto a nadie, es decir, lo conté una vez, pero no lo repetí nunca más. Entendí que hay ciertas cosas de las que es mejor no hablar, especialmente después de la crisis de nervios que tuvo mi madre cuando le conté mis aventuras en la biblioteca. A la pobre la horrorizaba pensar que yo podría heredar la demencia de mi abuela paterna. Desde aquel día, ese fue mi secreto. Más tarde descubrí que podía repetir esa experiencia con otros cuadros también, y aprendí a controlar mis entradas y salidas de las pinturas casi a voluntad.
Pero esta vez era distinto, nada de lo que había experimentado hasta entonces me había preparado para esto. Lo ví al entrar a la sala principal. Era un cuadro de gran formato, estratégicamente ubicado para sorprender al visitante en cuanto cruzaba la puerta. Siempre he creído que los cuadros tienen espíritu, personalidad. Este se veía imponente, orgulloso, casi desafiante, aún cuando la escena representada era simple y cotidiana. Magistralmente pintado, en mi opinión, tenía una atracción irresistible sobre mí. Incluso su nombre “Persia”, contribuía a aumentar el enigma. Una explicación sencilla diría que el título hacía referencia a la flor, violeta de Persia, representada en la obra. Sin embargo, para mí este nombre evocaba otros poderes ocultos. Persia, un reino exótico, de sabiduría milenaria y magos poderosos, envuelto en el misterio de las culturas ancestrales, cuyos secretos ni siquiera llegamos a sospechar.
Me dediqué a observarlo detenidamente. El motivo tenía pocos elementos y colores armoniosos, bien equilibrados. Una camisa azul colgando de la pared, una maceta con la violeta de Persia en flor, una pequeña herramienta de jardinería, y debajo de ellas, un estante de madera, sosteniendo el conjunto. El estante, un simple trazo de ocre, sin más detalles, y sin embargo, no podía apartar mis ojos de él.
En ese momento el autor entró a la sala y varias personas se acercaron a saludarlo. Al verlo pasar frente al cuadro, noté que su rostro se tensionaba bruscamente, y creo que desvió la mirada a propósito, para no enfrentarse con la pintura. El bullicio me distrajo unos minutos. Cuando el grupo se dispersó volví a concentrarme en el cuadro, pero sentí que algo había cambiado en él. Digo sentí porque no lograba ver nada que fuera diferente, sin embargo la escena parecía distinta ahora, se respiraba un aire de falta, de frío, de ausencia. Pensé que la sensación era sólo producto de mi cansancio, llevaba más de una hora parada allí y por momentos mi visión se nublaba. Algo me había perturbado profundamente, y supe que esa tarde no podría continuar recorriendo la exposición. Así que regresé a casa, llevándome una tarjeta con los datos del autor.
Durante la semana siguiente no lograba apartar de mi mente la imagen del cuadro y su misterio. Varias veces tuve la tarjeta del pintor en mis manos, pensando en llamarlo, pero no lo hice. Lamentablemente, cuando me decidí ya era demasiado tarde.
En esos días hice dos visitas más a la Galería del Mar. No podía resistir la tentación de ver nuevamente la obra. Recuerdo que me sorprendió revivir la misma sensación de vacío que me había invadido antes, pero ahora mucho más fuerte. Al concentrarme en el cuadro noté un detalle que había pasado desapercibido para mí. El estante, que tanto me atrajo la primera vez, estaba incompleto. No me refiero a que sus trazos eran simples, en comparación con el resto de los elementos, sino a que ahora le faltaba, literalmente, un pedazo, como si hubiera sido borrado. Sin embargo, la tela estaba allí, intacta. Al principio pensé que estaba alucinando, pero en la visita siguiente comprobé que a la violeta de Persia ya no le quedaban pétalos, y el estante era casi imperceptible. Fue entonces cuando tomé la decisión fatal. Decidí comprar el cuadro. Estaba dispuesta a pagar lo que fuera por él. Ni siquiera discutí el precio con el galerista, le entregué un cheque y volví a casa, ansiosa por recibir mi tesoro al día siguiente.
Esa noche dormí sobresaltada. Tuve sueños extraños, soñé a un mago que disolvía universos enteros con su cábala, y ví cómo mi rostro se destrozaba en un espejo de agua que se agitaba de pronto.
Al mediodía llegó el camión de la galería, y los hombres bajaron con dificultad una pesada caja de madera. En su interior, Persia, o lo que quedaba de él. Cuando sacaron el cuadro de la caja, un escalofrío recorrió mi espalda. La violeta había desaparecido completamente y de la camisa azul quedaba sólo una mancha pálida.
Desesperada por el portento que estaba sucediendo ante mis ojos, busqué la tarjeta del pintor y lo llamé. Después de varios intentos, me respondió una voz apagada, lejana. Le expliqué lo que estaba pasando, sin preocuparme por quedar en ridículo o ser tomada por loca. Curiosamente, él no parecía sorprendido, sólo resignado.

- ¿Así que está sucediendo de nuevo ?, fue todo lo que dijo.
- ¿A qué se refiere ?, ¿ usted sabía de esto ?.

No hubo respuesta. Insistí.

- Contésteme, por favor, ¿qué pasará después, cuando ya no queden figuras en la tela?

Nuevamente el silencio, sólo se oía una respiración débil.

- Mire – proseguí - yo puedo, ¿cómo decirlo ?, yo me conecto con las pinturas, puedo entrar en ellas, en su alma, es algo que hago desde niña. Pensé que tal vez, si lo intentara, yo podría detenerlo…

- No lo haga - Fue la respuesta abrupta, cortante.

- Pero, tal vez…..

- No lo haga, está avanzando y no hay nada… nada….

Fueron las últimas palabras que escuché, después sólo silencio y la comunicación se interrumpió. Corrí a encerrarme en mi cuarto. Esa noche el frío en la casa se volvió insoportable. A la mañana siguiente no pude contenerme y fui a la sala, a ver el cuadro. Ya no quedaba rastro de la camisa ni de la herramienta de jardín. En la tela sólo había una profunda mancha oscura, palpitante, insondable.
Desde entonces sé que no podré escapar de él. Lo intenté varias veces, sin éxito. Me siento cada vez más débil, pero no puedo contarle esto a nadie. La mancha oscura ya se ha devorado la pared de la sala, y continúa avanzando.



Nota: El cuadro, como fue pintado originalmente, puede verse en la página de Alfredo Le-Fort.
( Apúrese por visitarla, puede ser que ya quede muy poco de él.... )

www.alfredolefort.cl/lefort_persia.htm

Dedicatoria:
A Alfredo Le-Fort, autor de Persia, el cuadro que inspiró este relato.

Texto agregado el 10-07-2007, y leído por 485 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
05-09-2008 Me gusto, escribes bien, mucha imaginacion, bien aprovechada, te felicito, dedicate a leer, puedes llegar a ser, con suerte, una de las grandes. 5* . corongo-king
24-10-2007 Muy buen cuento, he quedado alucinado. La pena es que quise ver el cuadro y teclee la dirección, pero no lo pude ver. Solo resta felicitarte por lo que tu cuento hace sentir. Un saludo de SOL-O-LUNA
06-09-2007 Bravo! Es difícil encontrar cuentos de verdad en esta página. Me encantó tejeCuentos
17-07-2007 Me gusta mucho como escribes, los detalles que das, las descripciones son algo rico de leer. Curiosamente poco antes de leer este cuento escribi uno algo parecido jajaja alguien_en_algun_lugar
 
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