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-¿Por qué cuando la quiero no la tengo y cuando no la quiero la tengo? -se preguntaba de forma incesante Juan-. Él había hecho lo que le habían dicho, había tomado baños de luz de luna, a todos le funcionaba, a todos menos a él.

Todo empezó hace muchos años, cuando la guerra se cebó en aquel pequeño pueblo partido por las intransigencias, las envidias, el rencor, las viejas rencillas y el desamor. Desde entonces no habían nacido niños, no se habían celebrado bodas, no había fiestas donde los jóvenes -los pocos que quedaban- se pudieran enamorar. Todo era la sombra de lo que fue, una sombra que iba comiéndoselo todo, sumiéndolo en el olvido. A aquel pueblo no se asoman ni el sol ni la luna, solo alguna estrella fugaz pasaba muy de vez en cuando. Y cuando esto ocurría los deseos -todos los deseos que aquellas gentes pedían- la hacían tan pesada que caía estrepitosamente al suelo haciéndola morir. Durante las noches la negrura era tan intensa que ni la luz de las candelas hacían ver mas allá de lo que se alcanzaba con la mano. Durante el día como el sol no aparecía, había luz pero tan escasa que solo veían unos cinco pasos.

De tarde en tarde iba algún extranjero preguntaba como estaban, escribía en un papel y se iba. Y ellos seguían igual. Un día llegó uno que atrajo la atención de los jóvenes, les contó mil historias de las tierras con luz. Ellos habían escuchado, de las bocas de sus padres, como eran esos días con luz, como calentaban sus cuerpos, como hacían crecer las esperanzas. Este hombre de fuera les dijo que pronto volverían la luna y el sol a pasearse por el trozo de cielo que ellos veían. Primero la luna, con su tenue luz para que no se deslumbraran y sus ojos no se perdieran en ese mar de luminosidad. Después, con el transcurrir de los meses, el sol se coronaría como rey y a todos le devolvería la sonrisa dibujada con un rayo de dorada esencia. Volverían los juegos de amor y nacerían niños, muchos niños con sus caritas redondas, pequeñitas, con gargantas poderosas para llamar la atención de cuanto ser hubiera cerca.

Para que todo esto se produciera tenían que ir tomando baños de luz de luna. Elegir a quien querían amar y cuando la luna apareciera en todo su esplendor, oronda, ancha, blanquísima, entonces lanzar el deseo de con quien querían compartir sus sueños.

Juan, como todos, salía cada noche. Caminaba hasta una loma, dejaba sus ropas en un olivo que ya enseñaba las aceitunas gordas teñidas del verde al negro, casi apunto de recogerlas, y se tumbaba a tomar esa poderosa luz que los volvería a la vida. De vuelta siempre se tropezaba con una muchacha, no le veía la cara siempre estaba de espaldas, pero intuía como era, como se dibujaban los rasgos de sus facciones en su mente. Intentaba acelerar el paso para empezar una charla fácil con ella, pero era imposible de coger, y quizás fue eso lo que le llevo a que se volviera una obsesión en su mente. No se la podía quitar del pensamiento, su paso ondulante le acompañaba siempre, no lo dejaba.

Llego el día que la luna aparecía llena, el día en que tenían que decirle sus deseos. Para él estaba claro, la chica era la de los dorados cabellos - así se imaginaba él los brazos del sol- y el paso decidido, bamboleante. Esperó y volvió a esperar, ella no pasaba, pasaban los días y ella .....

Los sueños lo hacían despertar en la noche, gritando, sudando, con el corazón a punto de salir de su cuerpo estallado y esparcido por toda la habitación. La tenía que olvidar, se había encaprichado de una sombra, aquella sombra que antes lo imbuía todo. Su obsesión no podía arrastrarlo hasta perderlo en la locura, o quizás ya lo estaba. No, aun no era tarde. El próximo deseo seria olvidarla. Al mes siguiente lo consiguió, desapareció como desaparece el agua al tirar del tapón, sin forma de retorno.

Fue entonces cuando su familia le dijo que le habían preparado su futuro, tenía la casa, un buen trabajo para toda la vida, amigos con los que pasar los ratos de esparcimiento, solo le faltaba una buena esposa que lo cuidara, que lo alimentara adecuadamente sin faltar el fuego siempre encendido y le diera hijos sanos y fuertes que pudieran heredar lo que ellos habían conseguido a lo largo de su vida. Ya estaba escogida la mujer, el vientre que acomodara su futuro. Se la presentaron, era ella.

Su cara ya estaba definida, sus labios finos apenas perceptibles no dejaban de moverse rápidamente dejando escapar una risa nerviosa, sus manos eran pequeñas, justas para asirlo a él. No, él ya no la quería. ¿Cómo se la llevaban? Como si fuera el caballo deseoso de montar la yegua. Se sentía fuera de lugar, como si fuera una pesadilla abrupta que lo enganchara. Despertar, tenia que despertar salir, levantarse y echar a correr. Marchó de forma rápida hacia la loma en la que tomaba los baños de luz de luna y allí lloró. Con cada llanto un suspiro subía al cielo y se preguntaba:
-¿Por que cuando la quiero no la tengo y cuando no la quiero la tengo? ¿Por qué?
Quería volver a ser niño, cuando el sol salía todos los días y con él la vida se podía saborear, ese tiempo en que su madre estaba allí siempre que la necesitaba. Después con la guerra ella desapareció, no volvió, se quedo colgada en un trozo de metralla.

Entre lágrimas la vio. Con su dulce voz de arrullo le dijo:
- A la luna no le llegaba siempre lo que tú pedías. Te ponías demasiado cerca de este olivo. Sus hojas verdes la enganchaban en el recuerdo de unos ojos verdes que ama y a veces no te podía atender, le dolía demasiado escucharte. Por que la Luna también sufre, sabes hijo, ella también ama. A su amor lo ve de vez en cuando, pero solo sus ojos que se reflejan en el mar de un verde rabioso, como su amor, alentándola a seguir.
- Oh, Madre, yo no quiero a nadie, quiero que tú vuelvas a cogerme en tu falda, que me abraces hasta que me duela, que no me dejes -dijo Juan con un tono de esperanza en su voz-.
- No hijo, mi tiempo ya pasó, ahora te toca a ti. Yo ya he hablado con la luna, vete a casa, duerme y cuando despiertes tendrás la respuesta.

Juan despertó entre sabanas de hilo, una espalda de mujer se le presentaba y su brazo estaba echado en su cintura asiéndola con fuerza para no dejarla ir, ahora que ya la tenia.

Texto agregado el 15-03-2003, y leído por 366 visitantes. (2 votos)


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