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Hay un perro negro que me sigue en la oscuridad. Tiene las orejas gachas y el trotar vacilante. Intento esquivarlo, darle esquinazo, pero el maldito perro me sigue fiel sin acelera ni perder el extraño ritmo. A veces se para, levanta las orejas y aspira la noche negra, huele mi miedo y sigue su marcha. Siempre pegado a mi, a tan poca distancia que puedo olerlo. Ese olor me azota sin piedad desde atrás. Tengo frío en los pies, camino sobre suelo mojado. Y la huída se hace eterna… ¿Por qué huyo? Quiero parar, pero no puedo. Huyo siempre hacia delante sin dejar de mirar atrás. Huyo y siento la húmeda madrugada afilándose los dientes en mi espalda. La luz de una farola me deja ver mis manos manchadas de algo. De repente el perro se pone a ladrar como un loco. Entonces despierto, pero no estaba dormida. Empiezo a comprender. Miro mis manos. Ahora sé de qué están manchadas. Me froto nerviosa y asqueada las manos contra los tejanos. Ese perro no es mío, es de ella, pero se viene conmigo porque sabe quién soy, qué es lo que he hecho. He llegado a mi casa y el perro ha intentado entrar en el portal. Pero he sido rápida. Peldaño a peldaño me he alejado de la bestia silenciosa y me he sentido mejor, a salvo. Cuando cierro la puerta de mi casa comprendo que el horror está dentro. Que su perro no se va a mover de la puerta y que yo no voy a poder estar a salvo nunca más. En mitad del comedor hay un charco rosa y brillante. Es de ese color por efecto del cartel de neón del videoclub de la acera de enfrente. A simple vista no es nada amenazador. Pero justo al final de ese charco rosa hay una mano y después sigue un cuerpo inerte, boca arriba, mirando sin mirar al techo. Ella vino con ese perro negro. Y ahora está ahí muerta en mitad de mi comedor. Tiene el cuello ensangrentado. Nunca me ha gustado ver la sangre por eso no enciendo la luz. Lo dejo todo como está, salgo al rellano y vuelvo a cerrar la puerta. Quizás él ya no me espera ahí fuera… Entonces el perro me salta encima ladrando poseído por una furia ciega. Me zafo de él como puedo y corro de nuevo escaleras arriba. Todos los vecinos se asoman alertados por tanto escándalo. Logro entrar, cerrar, tres vueltas de llave. Y la mancha rosa brillando en el suelo. Los vecinos picando a mi puerta y el perro ladrando como un loco herido, como un maldito perro enamorado. La policía no tardará en llegar. Me siento en el suelo y se encuentra mi mano con algo afilado. Entonces recuerdo que no me costó tanto cortarle el cuello, que no tuve que hacer mucho esfuerzo y que en realidad fui rápida y piadosa. Sí, tengo un motivo, un poderoso motivo para haber hecho esta carnicería, para cargar con esta muerta, con la culpa, con el perro. Pero no os la voy a contar. No soy tan vulgar como para desvelar el único misterio que me hace interesante a vuestros ojos. Y si no podéis aguantarlo, preguntadle al maldito perro.

Texto agregado el 07-07-2007, y leído por 244 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
12-03-2017 "Siempre pegado a mi, a tan poca distancia que puedo olerlo." FerdiCartago
20-07-2007 He llamado al perro y vino a contarme una formidable historia que muy pronto te haré llegar. Estamos, con el perro, limando algunas comas poniéndole algunos puntos y emprolijando nuestras letras, pero se nos hace muy pesado al él y a mi comunicarnos. Hasta pronto poetasuburbano
 
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