Mi madre le decía el carrousel, mi abuela el “Tio vivo”. Para mi simplemente “La calesita”. El caso es que aquella que había sido el desvelo de mis años de infancia, yacía inerte bajo una gruesa lona en un corralón municipal. Los caballitos de madera y los autitos permanecían implecables, sucios si, pero intactos. Si hasta en un rincón encontré la sortija que con tanta habilidad manejaba mi abuelo.
Hoy terminé por firmar todos los papeles. Me costó pero lo hice. Le compré la calesita a la municipalidad. Y hasta conseguí el permiso para que vuelva a funcionar en la misma plaza. Gastaré hasta el último peso para dejarla brillante y reluciente. Falta muy poco para que se llene de niños montando los pequeños corceles, los autos, los avioncitos y hasta la carroza real. De fondo se escucharán los sones de aquella alegre música de circo. Sé que mi abuelo desde el lugar que Dios le haya reservado para la eternidad se sonreirá. Y ahora sí podrá descansar en paz.
Con la sortija en mi mano hoy siento por primera vez, que la vida , me regaló, una vuelta gratis.