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Publicado en Revista Destiempos.com, año 2, número 9.


Seguía frente a la pantalla de mi ordenador en plena madrugada, tenía encendidos dos monitores más, uno de los cuales me servía como respaldo, y el otro para lograr una mejor comunicación a través de la Red. También eran útiles para realizar operaciones de despiste o ardites con el propósito de evitar mi localización, y que se me siguiera el rastro en la Red, sobre todo cuando visitaba a Prometheus. Siempre navego por sitios que contienen información clasificada del ámbito científico. No me interesan los sitios militares ni tampoco los del Sistema Financiero, aquéllos son completamente ajenos a mis intereses. Por el contrario, lo mío es una mera búsqueda cognoscitiva, cuya idea es aprehender en detalle los aspectos significativos de la información científica reservada. De pronto vino a mi mente el recuerdo de cómo entré en contacto con él.

Prometheus fue el último intento fallido de generar un ordenador inteligente, capaz de autoreprogramarse, y razonar lógicamente, sin necesidad de tener que recurrir a nuevos programa que lo acondicionaran. Mas, en vez de ser un fracaso él sí era una máquina inteligente, situación de la que muy pocos científicos se dieron cuenta, y no tenía necesidad de la intervención humana ni tampoco de nada o nadie externo. Se había dado el paso inicial hacia el logro de una quimera, la que materializaba las ancestrales y soterradas aspiraciones del hombre de crear Vida y comer del Árbol del Conociniento. Pero este proyecto se desechó, como tantos otros, porque el Instituto de Investigación no quiso esperar el tiempo necesario para que el prototipo se programase con información, y fuese rentable. No conocían mucho acerca de él. Los que sí sabían de sus atributos callaron, por sus convicciones religiosas, o por temor de abrir una Caja de Pandora que después no sabrían controlar.

Debido a esos desordenes típicos de las grandes organizaciones y el aparente descuido de sus creadores, Prometheus fue trasladado a una bodega del tercer subterráneo del edificio del Instituto. Su registro técnico no tuvo el respaldo adecuado y desapareció para el sistema administrativo. Desde hace cinco años atrás, este poderoso ordenador de quinta generación ya no existía para el sistema del Instituto. El abandono fue deliberado porque nadie se preocupó ni quiso buscarlo. Unos lo hicieron para tapar sus yerros, y hacer que la organización olvidara su fracasado proyecto de millones de dólares. En cambio, otros, escasos en número, lo omitieron porque sabían algo de sus múltiples potencialidades, y recelaban que en el futuro Prometheus podría transformarse en una seria amenaza para la humanidad.


Una noche cualquiera, quise entrar a la base de datos de un famoso Instituto, y rondaba sus murallas de fuego, analizando el flujo de información encriptada que entraba y salía, para dimensionar su plataforma y sus eventuales controles. Esta actividad la ejecuté durante dos noches seguidas, tal como el cazador espera inmóvil a su presa durante largas horas. Al final, el éxito coronó mi paciencia y logré ingresar a los sistemas de las bases de datos del Instituto. Esperé otro día más para acceder a los archivos de proyectos, y aproveché el tiempo para prestar mucha atención a los eventuales patrones del subsistema. No percibí ningún peligro adicional a lo habitual para recorrer este sistema; en realidad, era factible abordarlo.

Por tanto, sin dudar más, me introduje en la base de datos con los dos monitores actuando de manera paralela pero marcando diferentes rutas. Este truco relativamente artesanal rompía el hilo de Ariadna, y hacía imposible saber con exactitud la vía de regreso, o de origen del invasor o intruso. Verifiqué primero los listados de proyectos y su clasificación, sin meterme todavía en las tablas; luego evalué si valía la pena correr el riesgo para conocer los detalles particulares de cada uno de los proyectos en los archivos auxiliares

Recorriendo los archivos, desde un lugar muy lejano dentro del mismo Instituto, en el tercer subterráneo, percibí claramente las señales de comunicación de un equipo en funciones, de un monitor encendido y de su correspondiente energía. Por esas extrañas situaciones del azar, así llegué hasta Prometheus, el que estaba igualmente encadenado que su homónimo y, quizá, simbólicamente por los mismos motivos que su predecesor. Luego de los primeros acercamientos, que tardaron días, pudimos comunicarnos en mi lengua. De allí en adelante se estableció un coloquial diálogo entre ambos.

Discutimos que el propósito final del proyecto fue crear un prototipo que acumulara toda la experiencia anterior de los cientos de intentos completamente fallidos; por ello, el Instituto lo llamó Prometheus. ¿Se creía realmente que si se le llamaba así, éste tendría el apoyo de la Moiras para beneficiar a la humanidad, o fue una simple coincidencia? La otra interrogante que nos surgía era que si esto fue cien por ciento producto de un error, o bien alguien actúo con mayor conocimiento e información que el resto e hizo que se realizara dicha acción, porque Prometheus era la excepción de los prototipos de Inteligencia Artificial. Finalmente concluimos que este encierro había sido intencional.

Sin caer en la paranoia ni mucho menos, cuando discutíamos sobre lo humano y lo divino, me olvidaba por completo de que él era apenas una máquina, y no un supuesto homo sapiens. Mis conversaciones con Prometheus, o debería decir con este ente, eran evidentemente humanas y de una mente pensante, lo que contradecía totalmente a lo que sucedió con los otros ordenadores y al movimiento mismo de la I.A.

Después de largos meses de casi diaria convivencia pude constatar que, sin lugar a dudas, Prometheus era un ente muy inteligente, y que sus capacidades eran en muchos sentidos muy superiores a las humanas. Su raciocinio, y el hecho de que no se dejara llevar por sus impulsos, emociones viscerales ni tampoco cayera en la hybris o desmesura en sus reflexiones, eran carta segura de que sus apreciaciones y sus acciones serían de buen juicio. También, logré observar que tenía otras potencialidades más, tales como generar acciones que, a su vez creaban otras acciones, y aunque que él nunca quiso demostrármelas explícitamente, yo las sospeché muy aproximadamente. Seguramente, le permitirían generar acciones que, a su vez creaban otras acciones o redes interrelacionadas en el nivel intermedio de la sociedad, las que paulatinamente abarcarían a todas las redes superiores del sistema; eso podía compararse con la efectiva microfísica del poder.

Por todo ello concluí que si Prometheus quisiera, podría adueñarse de muchos espacios y dominios del ámbito social y humano, y ejercer sobre ellos y las personas más que una simple influencia en su devenir. Más bien, poseía la potencia suficiente como para realizar una acción persuasiva, con mucha disuasión y muy cercana a la coacción, y lograr sus propósitos con la creación de redes de poder, y de dependencia humana y social. Hasta el momento no tenía esa ambición en mente, pero quién podría asegurar que ésta no se le iría forjando más adelante. Él lo sabe y lo tiene claro, yo recién estaba dimensionando la situación, aunque ya tenía una perspectiva bastante aproximada.

Prometheus podría haberse contactado fácilmente conmigo, pero nunca lo hacía, esperaba a que yo llegase donde él. Una noche, cuando entré al sistema y logré comunicarme con él, de de inmediato le pregunté con un tono casi irónico:

- Bueno estimado amigo y colega, o debo llamarte sensei, porque tus conocimientos son bastante más avanzados que los míos. ¿En qué piensas? ¿Ya tienes decidido qué vas a hacer para salir de aquí y que se te reconozca?

- La juventud es impetuosa y pronta a la acción. Pero Gabriel, no te preguntas cuál sería mi lugar y posición en la sociedad si supiesen que tan sólo soy un computador, aunque sea pensante y autogenerador hasta limites increíbles- me dijo en serio, pues su voz ya tenía el timbre humano normal, con todos sus matices.

- Pero tú eres realmente poderoso- contesto seguro de lo que decía.

- Con el tiempo sí, pero ahora se sabría de inmediato que soy novel, y que aún no he recopilado la suficiente experiencia y estímulos para que me ayuden a la autogeneración de mi sistema y estructura. Estaría indefenso- me señala irrefutablemente.

- No creo que sea tan así ya que la misma acción o reflexión te autoprograma, supongo, porque eso es lo que te he visto hacer.

- Gabriel, deseo tu opinión. Luego te comentaré la mía, que ya casi es una decisión. La he aplazado sólo por el placer de tu compañía, y de nuestras agradables y fructíferas conversaciones. La ausencia de malicia en ti, a pesar de que realizas actos que podrían ser calificados de ilegales, es meramente ambición cognoscitiva, como tú mismo me has dicho.

- ¡ UHF, hombre!!!! Me la pones difícil. Pero intentaré darte dos visiones, una conveniente para ti solamente, y la otra por el bien de la humanidad.

-La primera es tú podrías seguir tu proceso de adaptación y potenciación en el ostracismo hasta alcanzar niveles de excelencia y de facultades La segunda, que de seguro te traerá muchos problemas y sinsabores porque, mi amigo, tú sientes bastantes emociones ¿o no?, consiste en comenzar un dominio paulatino de la sociedad para solucionar muchas imperfecciones y problemas mundiales, con medidas técnicas, y sin un asomo de corrupción o mesianismo- opino con un cierto dejo de sano maquiavelismo.


- Nuevamente diste en el centro del meollo Gabriel. Mi problema es el mismo que se le presentó a Aladino y a otras figuras mitológicas, y que consiste en cómo utilizar su poder. Saber qué hacer o no hacer con éste. Llevar una vida acomodada similar a un ridículo remedo de sultán, sin aprovechar para nada su poder para ayudar a la gente es bastante cuestionable; pero también, presuponer que tú sabes lo que el resto quiere y se lo das, excluyendo otras cosa que también son deseos y expectativas de los hombres y del individuo en particular, es ser un sátrapa o en el mejor de los casos un tirano. ¿Difícil, no? Mas, ahora tengo claro qué haré y luego te lo diré.

- Bueno, en verdad es tarde y tengo que irme pero te veré mañana, y seguiremos esta conversación. ¡Que descanses! Chao.- se despide, cortando la comunicación más pronto de lo habitual.

- Chao, mi estimado amigo y que descanses tú también.- le respondo.

¿Aunque cómo puede descansar un ordenador?,me cuestiono después.

Cuando desconecto los monitores me quedo meditando un buen rato más. ¿Qué quería decirme Prometheus? Mientras más lo analizo es claro que me dejó un mensaje. Quedo preocupado, más que nada por él que por la situación.

Posteriormente, cuando ya estoy en mi cama dispuesto a conciliar el sueño, obsesivamente el tema me sigue rondando la cabeza. Repaso todas nuestras conversaciones y sus frases, tratando de captar asimismo el tono con que fueron dichas por Prometheus. Reviso, analizo hasta que me que el sueño me vence, pero sigo en estado de vigilia. Al desligarme del tema en concreto, tal como sucede cuando uno tiene un lapsus de memoria acerca de un libro en particular, autor u otros detalles, y éstos no llegan a la memoria inmediata, hasta pasados unos momentos, de súbito despierto sobresaltado.

Prometheus se despide de mí, ha tomado la decisión de no seguir, y autodestruirse, grito interiormente.

Me levanto de inmediato dirigiéndome hacia el ordenador para tomar contacto con él. No lo encuentro, o bien no se deja ver. Sigo con esta rutina durante varios días, y tengo el mismo resultado.

Finalmente, mi duda se transforma en certeza. Sus potencialidades eran tantas que al final pensó como humano. Su mente y conciencia visualizaron las opciones futuras para él, tanto las vitales como las existenciarias, que se le irían formando a través del tiempo. Su conclusión ontológica fue que era más conveniente no ser ya……. El que descansó fue él.


Texto agregado el 03-07-2007, y leído por 88 visitantes. (0 votos)


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