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Hacía años que deseaba tener aquel... ¡tren de madera! con alegres colores y dibujos diferentes en cada uno de sus vagones. ¡Todos iguales y todos diferentes! Ni uno se parece y todos los confundes. La locomotora con su departamento para el conductor. ¡Cómo deseaba tirarla por la resbaladera de mi puerta! Sin embargo estaba tan lejos de mis posibilidades y por supuesto, de la de mi padre, que nunca la tendría en mis manos.
Me levanté aquella mañana sin ganas de hacer nada, había terminado el colegio y comenzaban las vacaciones de Navidad, todo estaba frío y blanco, la nieve había bajado hasta el pueblo; desde la ventana contemplaba las sierras brillantes y relucientes, nunca las había visto así. Abrí los cristales y un halo de aire polar me cortó la cara, sin embargo, el sol lucía en todo su esplendor. Me vestí con parsimonia, no tenía prisa, mi padre ya estaría trabajando en la fábrica y yo no tenía nada que hacer, muchos de mis amigos, casi todos, se habían marchado con sus abuelos a pasar la Nochebuena, yo me encontraba tan solo, nadie me haría compañía, serían días interminables, no se acababan nunca, ¿cuándo comenzarán de nuevo las clases?
Las vacaciones de fin de año, siempre me han parecido horribles: nieve, frío, viento, agua... siempre en casa, solo, pensando, triste, sin amigos... Después de tomar el desayuno, me abrigué un poco, con lo que tenía y me decidí a dar un paseo, calle arriba, calle abajo. Me detuve en el escaparate del tren, allí estaba con su locomotora. Mientras la miraba ella me respondió con una sonrisa. No podía dejar de pensar en tenerla un día y disfrutar con el, pero era tan difícil... De súbito, algo cruzó mi mente y salí corriendo, no quería tener delante de mí a aquella hermosa criatura que nunca podría abrir y cerrar, enganchar y desenganchar los vagones, ponerle carbón y lanzarla por la resbaladera, no podría gritar con el banderín: ¡ Viajeros al tren!
Me dirigí hacia el basurero, iba casi todos los días, siempre encontraba algo para llevarlo a mi casa, todos mis juguetes procedían de allí, pero ese día no pensaba husmear, iba por pasar el rato, por encontrarme en un lugar conocido, pues me sentía tan solo...
Cansado de contemplar toda aquella inmundicia, todos aquellos sucios papeles, los apagados cristales, los trapos que nadie quería... di la vuelta y ¡vaya sorpresa! era todo un billete ¡MIL DUROS! cinco mil pesetas. Antes de asisrlo, miré unas cuantas veces a mi alrededor pero todo se hallaba en silencio y solitario, nadie respiraba por allí, volví a girar a toda velocidad, pero me encontraba totalmente solo. Con gran parsimonia me agaché y con muchísimo mimo apañé el billete del suelo, lo guardé en el bolsillo y salí corriendo, se me iba a salir el corazón, no volví la cabeza ni una sola vez. LLegué a casa jadeante, eran casi las dos de la tarde, pero mi padre no llegaría hasta las siete; aún cinco larguísimas horas. Me puse a pensar en qué haría con el dinero. Por fin, me decidí. Me encaminé hacia la tienda para comprarme el tren con su locomotora. Mientras la señorita lo colocaba y me lo envolvía, me imaginaba ... sólo pensaba en deslizarlo por la resbaladera. ¡Era tan feliz! que me marché sin pagarlo y tuvo que salir la dependienta para que lo abonase.

Texto agregado el 12-03-2004, y leído por 131 visitantes. (0 votos)


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