Esperaba que los empleados atendieran a las personas que formaban filas pacientes, y mientras tanto observaba a esas personas tratando de comprender cada uno de sus movimientos.
Los cuerpos adoptaban raras formas en cada posición. Las columnas sobre las que se apoyaban eran dos, y variaban de extensión y tamaño. Partían de un tronco con otras dos extremidades laterales y coronado por una testa donde se encontraba lo más notable de aquellos seres. Podía adivinarse su estado de ánimo, mirando atentamente sus ojos, su boca y la forma en que ladeaban aquella cabeza.
Eran todos diferentes, pero había una diferencia que prevalecía sobre todas. No podía definirla claramente, pero sabía que era la más importante.
Hasta ese momento su atención se había centrado en las expresiones de aquellos rostros; en aquellas cabezas que, en algunos casos, lucían casi desnudas y en otros, la pelambre que las cubría estaba sumamente descuidada.
Le llamó la atención que estas últimas eran portadas por los seres de rasgos más delicados. Y se concentró en ellos. Descubrió entonces que el torso de aquellas personas presentaba curvas bien delineadas. En una de ellas, la curva en el vientre era muy pronunciada.
Y entonces comprendió todo. Comprendió por qué estaba allí, cuál era su misión, para qué había sido enviado.
Obedeciendo al mandato del Ente Superior que lo había elegido junto a otros tantos como él, la forma gaseosa tomó posesión del pequeño ser que era contenido por aquél vientre.

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Desde la nave estacionada por breves instantes cerca del paraje del Cerro, emanaron volátiles gases que, adquiriendo formas casi invisibles al ojo humano, se desparramaron en dirección a los cuatro puntos cardinales.